La pregunta más importante del mundo, base de todo acto maduro, es: ¿Yo quién soy? Porque, sin conocerte, no puedes conocer ni a Dios. Conocerte a ti mismo es fundamental.
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Hay una cosa dentro de nosotros que es preciosa. Una perla preciosa. Un tesoro. El Reino de Dios está dentro de nosotros. ¡Si al menos descubriésemos eso!
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Para despertarse, el único camino es la observación. El irse observando uno a sí mismo, sus reacciones, sus hábitos y la razón de por qué responde así. Observarse sin críticas, sin justificaciones ni sentido de culpabilidad ni miedo a descubrir la verdad; es conocerse a fondo.
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Si tienes problemas es que estás dormido. La vida no es problemática. Es el yo (la mente humana) el que crea los problemas.
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Cuestiónalo todo y saca la realidad que hay detrás de los cuestionamientos. El día en que sientas el vacío de quedarte sin nada a qué agarrarte, ¡buena señal! Entonces ya puedes comenzar a construir con realidad.
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El yo no está bien ni mal, no es bello ni feo, inteligente ni estúpido. El yo es, simplemente. Indescriptible, como el espíritu. Todas las cosas —como tus sentimientos, pensamientos y células— vienen y van. No te identifiques con ninguna de ellas. El yo no es ninguna de ellas.
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La espiritualidad es, en verdad, una cuestión de ser quienes somos, de transformarnos en lo que somos, de ver quiénes somos.
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Lo que llamas yo no eres tú, ni eres tampoco tu parentela, ni tu padre ni tu madre, porque eres hijo de la vida.
La espiritualidad es la que intenta solucionarte. Busca solucionar el problema del yo, que es el que está generando los problemas que te llevan al psicólogo y al psiquiatra. La espiritualidad va directamente a la raíz, a rescatar tu yo, el auténtico, que está ahogado por barreras que no lo dejan ser libremente.
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Si sintieses o mirases, o te sentases y tomases contacto contigo mismo, llegarías al silencio, y las cosas te serían reveladas.
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Cuidar de ti mismo es una actitud egoísta y autosuficiente, pero cristiana en su origen y saludable en sus resultados. Aprende a vivir en forma plena, humana y feliz cada día. La actitud verdaderamente humana es aprender a nadar, y no ahogarte con tu amigo.
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La vida es muy importante para ser desperdiciada en el ansia de ser rico, famoso o de buena presencia, popular, bello; o en el pavor de ser pobre, desconocido, ignorado o feo. Estas cosas pierden importancia como si fuesen guijarros alrededor de un diamante fulgurante. Tú, tu verdadero yo, siempre fue y será un diamante. El valor de tu vida es incalculable.
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Cuando desistimos de existir mecánicamente, dejamos de ser marionetas. ¿Cómo podremos tener una vida espiritual si no estamos vivos? ¿Cómo ser discípulos de Jesús, si somos seres mecanizados, marionetas?
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Para ser como Jesús, has de ser tú mismo, sin copiar a nadie, pues todo lo auténtico es lo real, como real era Jesús.
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Nadie más podrá mantener tu yo fuera de ti y decir: "Mejórese, sométase, obedezca, y le daré su propio yo." Ya no crees en que otro tenga el poder de darte tu propio yo, ni de tomarlo de ti. ¿Sabes lo que significa no sentirse nunca más molesto ni receloso? Esto es una perla de inestimable valor.
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Santa Teresa dijo que Dios le concedió el don de desidentificarse de sí misma y poder ver las cosas desde afuera. Éste es un gran don pues el único obstáculo y raíz de todo problema es el yo.
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Vivir desidentificados es vivir sin apegos, olvidados del ego, que es el que genera egoísmos, deseos y celos, y por el cual entran todos los conflictos.
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La paz no es necesariamente destruida por la disputa o la discusión.
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Fuente: "Lo Mejor de Anthony de Mello"
