psicología (31)

NUNCA TE ADAPTES A LO QUE NO TE HACE FELIZ

A veces lo hacemos, nos adaptamos a lo que no nos hace feliz como quien se calza un zapato a la fuerza pensando que es su talla, y al poco, descubre que es incapaz de caminar, de correr, de volar…La felicidad no duele y por tanto no debe oprimir, ni rozar ni quitar el aire, sino permitirnos ser libres, ligeros y dueños de nuestros propios caminos.

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Hace unos años una marca de jabones que comercializaba su producto para entornos laborales lanzó al mercado una gama en concreto que obtuvo bastante éxito. Impresa en la propia pastilla de jabón aparecía la frase “Happiness is Busyness” (felicidad es estar ocupado).

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“El mundo prefiere sabiamente la felicidad a la sabiduría”
-Will Durant-
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Si bien es cierto que líneas como el concepto de “flujo” Mihaly Csikszentmihalyi enfatiza la idea de que concentrarnos en una tarea en cuerpo y alma puede darnos la felicidad, en esta ecuación debe añadirse sin duda el factor que hace referencia a si esa tarea nos es significativa o no. De hecho, muchos trabajadores veían con triste ironía el eslogan de esos jabones, porque no todos se sentían felices por llevar a cabo una tarea que, si bien les aportaba una remuneración económica, lo que no tenían era bienestar psicológico.

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Podríamos decir, casi sin temor a equivocarnos, que una buena parte de nosotros nos adaptamos casi a la fuerza a muchas de nuestras rutinas cotidianas, incluso siendo conscientes de que no nos hacen felices (o utilizando el símil de los zapatos, que nos hacen ampollas). Es como ir en el interior de una noria que nunca para de girar. El mundo, la vida, acontece nerviosa y perfecta ahí abajo, inaccesible y risueña, mientras nosotros seguimos cautivos de nuestras rutinas

Nos adaptamos para sentirnos seguros

De niños nuestros padres nos ataban con un doble nudo los zapatos o zapatillas para que no se desataran y no tropezásemos. Nos arropaban bajo las mantas y la colcha con sumo cariño, subían hasta arriba las cremalleras de nuestros abrigos y chaquetas para que estuviéramos bien calentitos, atendidos, cuidados.

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Muchas de esas veces estábamos algo incómodos por toda esa presión corporal, pero si había algo que sentíamos era seguridad. A medida que nos hacemos mayores y adquirimos responsabilidades de adultos, esa necesidad por sentirnos seguros sigue muy presente. Sin embargo, esta indefinible pulsión por la búsqueda continua de seguridad muchas veces no dirige nuestro comportamiento desde nuestra consciencia.

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Por curioso que parezca, el más sensible frente a esta necesidad es nuestro cerebro. No le agradan los cambios, los riesgos ni aún menos las amenazas. Es él quien nos susurra aquello de “adáptate aunque no seas feliz, porque la seguridad garantiza la supervivencia”. Sin embargo, y esto debemos tenerlo claro, la adaptación no siempre no va de la mano de la felicidad; entre otras razones porque esta adaptación muchas veces no se produce.

Hay quien sigue manteniendo el vínculo de su relación de pareja sin que exista un amor real, sin que haya una complicidad auténtica ni aún menos felicidad. Lo importante para algunos es escapar de la soledad y para ello no dudan en adaptarse a la talla de un corazón que no va con el suyo.

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Lo mismo ocurre a nivel laboral. Son muchas las personas que optan por mostrar lo que se conoce como “un perfil bajo”. Alguien dócil, manejable, alguien que llega a bajar méritos y estudios cuando redacta su currículum porque sabe que es el único modo de adaptarse a determinadas jerarquías empresariales.

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Es como si en nuestra mente existiera un nuevo eslogan grabado, como el de la empresa de jabones citada al inicio: “Adaptarse o morir, renunciar para subsistir”.

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Ahora bien…  ¿de verdad merece la pena morir de infelicidad?

Para ser feliz hay que tomar decisiones

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A pesar de que nuestro cerebro sea resistente al cambio y nos invite elegantemente a permanecer en nuestra zona de confort, está diseñado genéticamente para hacer frente a los desafíos y sobrevivir ante ellos. De hecho, hay un dato relacionado con esto mismo que nos invita a la reflexión.

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“La felicidad no está en el exterior, sino en el interior, de ahí que no dependa de lo que tengamos sino  de lo que somos”
-Pablo Neruda-

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Los investigadores Richard Herrnstein y Charles Murray definieron hace unos años un concepto denominado “Efecto Flynn”. Se ha observado que año a año las puntuaciones del cociente intelectual siguen subiendo. Esto se debe, entre otros factores, a que la vida moderna actual está cada vez más llena de estímulos: tenemos más acceso a la información, interactuamos más y nuestros niños de ahora procesan cada vez más rápido todos estos datos, todos estos estímulos relacionados con las nuevas tecnologías.

Ahora bien, hay un aspecto esencial del que psicólogos, psiquiatras, sociólogos y antropólogos son muy conscientes: un CI elevado no siempre va de la mano de la felicidad. Parece que eso de ser feliz y disponer de un entramado neuronal más extenso y fuerte no siempre garantiza nuestro bienestar psicológico. Es extraño y desolador a la vez.

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¿Qué está pasando entonces? Nos hemos adaptado a esta sociedad de la información pero a la vez, nos recluimos en nuestras zonas de confort como quien mira la vida pasar, inventando un sucedáneo felicidad, una marca blanca que ha instantes caduca y nos aboca al estrés y la ansiedad…

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Se nos olvida, tal vez, que para ser feliz hay que tomar decisiones, que hay que librarnos de los zapatos ajustados y atrevernos a caminar descalzos, se nos olvida que el amor no tiene por qué doler, que la docilidad en el trabajo nos acaba quemando y que a veces, hay que hacerlo, hay que desafiar a quién nos somete y salir por la puerta de entrada para crear nuestro propio camino. Nuestra propia felicidad.

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¿Qué tal si empezamos hoy mismo?

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Valería Sabater. La Mente es Maravillosa

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Mujer metiéndose de una taza de té

SI TIENES QUE FORZARLO, NO ES DE TU TALLA                                                                     (ANILLOS, ZAPATOS, RELACIONES.

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LAS ETAPAS DEL ESTANCAMIENTO EMOCIONAL

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¿Nada cambia en tu vida? Las etapas del estancamiento emocional

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El estancamiento emocional no es un estado que llega así como así. Somos nosotros quienes nos encargamos de abrirle la puerta y, sin ningún obstáculo, le damos autorización para que se quede. Existen circunstancias, momentos y experiencias que ayudan a alimentarlo. Y ninguno estamos a salvo de padecerlo.

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El problema es que, a menudo, nos negamos a admitirlo y permanecemos en dicho estancamiento sin medir las consecuencias. La gente se aleja de nosotros, las oportunidades se nos escapan igual que la arena entre los dedos, la alegría se evapora y nos volvemos seres sombríos. Se nos pierde del horizonte, se nos va la esencia de la vida.

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No admito estancamientos porque a mí lo que me gusta es conocer y eso nunca tiene fin”.

-Antonio Escohotado-

La motivación desaparece. Lo que antes nos gustaba ahora se nos antoja ridículo y sin sentido. Preferimos estar solos. Cerramos nuestro corazón y decidimos aislarnos para no molestar ni ser molestados. Y sin proponérnoslo acabamos enterrados en vida. A continuación veremos algunas etapas del estancamiento emocional y cómo evitar caer en él.

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La rutina, aliado número uno del estancamiento emocional

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En un estado de rutina, los días se diferencian muy poco. Damos los mismos pasos, decimos las mismas palabras, hablamos con las mismas personas.  Estamos tan acostumbrados que, aunque no nos damos cuenta, somos una constante repetición. Lo peor de todo es que no queremos salir del estancamiento emocional a pesar de lo mal que nos sintamos.

playa

Si vivimos en pareja, las cosas no son tan diferentes. Llega un momento en el que el otro, así esté con nosotros hace años, se convierte en un extraño. Ya ni siquiera advertimos, o no nos importa, si hay algún cambio en su personalidad.  No compartimos a fondo la vida, con todo el sentido que ello implica. Es, ni más ni menos, una costumbre más.

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La rutina es capaz de acabar con las ganas de vivir. No se trata tampoco de echar por la borda todo lo construido. Pero hay que darle oportunidad a las sorpresas, descubrir ese mundo nuevo que es posible encontrar en la cuadra de todos los días. Variar el camino para ir al trabajo (o a cualquier actividad) es un buen comienzo.

Lo demás vendrá por añadidura. Si empiezas a sorprenderte otra vez con las pequeñas cosas, te darás cuenta de que no necesitas excusas para sonreír de nuevo. El solo hecho de estar dispuesto al cambio y acabar con la espantosa rutina, traerá nuevas oportunidades y te ayudará a crecer.

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Atrapados en la zona de confort

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Una de las cosas más nocivas es no querer salir de la zona de confort,  ese aparente  estado ideal que suple nuestras necesidades. Sin embargo, no es más que un engaño, una ilusión que nos impide avanzar. Por ejemplo, no nos sentimos identificados con el trabajo que hacemos, pero permanecemos en él por temor a quedar desempleados.

zona confort

Hay posibilidades de comenzar de nuevo, de una oportunidad en otra ciudad o país. A pesar de la perspectiva, la desechamos y preferimos mantenernos en el lugar de siempre. Significa, en otras palabras, no arriesgar aunque ello implique mantenernos en el estancamiento emocional, y todo por preservar una seguridad en forma de espejismo.

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Más allá de tener metas claras, es indispensable reconocer que el crecimiento personal implica moverse de un lado al otro. Estar, además, dispuesto al cambio y entender que las experiencias nuevas enriquecen. Poco a poco encontraremos ese equilibrio que nos permitirá asumir los retos sin importar lo complejos que estos sean.

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De esta manera podremos sobrellevar las angustias que traen tiempos difíciles. Al no depender de nuestra zona de confort, tenemos la capacidad de levantarnos de las caídas. De paso, abandonamos esa quietud que, así no la sintamos, nos anula y empequeñece.

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Apatía, desmotivación, tristeza

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Perdemos el entusiasmo, nada nos motiva y dejamos, inclusive, que otros decidan por nosotros. La alegría no es una opción. Ahora permanecemos ausentes y con una sombra de tristeza en la mirada. Comemos, respiramos, dormimos, nos movemos más como un acto reflejo que por iniciativa propia. No vemos los colores que dibujan al mundo.

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Nuestras emociones se hallan en el nivel más bajo de sensibilidad. Nada ni nadie nos mueve y vemos pasar la vida como si se tratara de ese tren al que no llegamos a tiempo, que se fue y nos dejó en la estación. Y si en ese momento llegan las oportunidades, no tenemos la capacidad para aprovecharlas. Entonces, de nuevo el tren se va; ya nada podemos hacer.

aburrimiento estancamiento

Se nos empieza a ir la vida cada vez más rápido, aunque sabemos que solo nosotros somos capaces de salir de ese estancamiento emocional. Recuperar la capacidad de asombro es clave, así como volver a soñar. Sería un gran acierto que buscáramos y trajéramos a nuestro presente ese niño que todos llevamos dentro. Es hora de dejarlo salir.

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La fantasía no tiene por qué reñir con la realidad. La gente que no abandona sus sueños es capaz de hacer cosas inimaginables. Todo comienza por abrir las puertas a la imaginación y creer que todo es posible. El juego, en medio de la rigidez de una vida monótona, es una herramienta para recuperar la ilusión, la creatividad y la risa.

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O CAMBIAS O ACEPTAS. ARI SHEMOTH

Hacer una recomendación o crítica, no tiene nada que ver con juzgar a otros, a menos que te percibas alterado, indignado o muy molesto. Todo lo que te choca te recuerda lo que está pendiente por resolver en ti. Si te molesta el que una persona sea descuidada con su arreglo personal, pregúntate como se encuentra tu situación con respecto al abandono, pues solo te duele lo que te recuerda tu propia herida.

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Si no te afecta no te checa... Si haces una recomendación sin sentirte para ello afectado, esto es recomendable, constructivo y profesional. El que te pueda interesar como evitar las consecuencias de una persona que tenga malos hábitos en saludable.

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En toda sociedad, grupo o familia, se necesitan reglas para que las cosas funcionen bien, si estás no se respetan, no te enojes, has recomendaciones u observaciones a quien lo necesite. Si esta persona persiste con su actitud, ni te lo pienses dos veces, sácalo, reemplázalo o aléjate. Las cosas a veces requieren de cierto tiempo, pero cuando ya es el momento hay que hacerlo a tiempo.

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No se le hace ningún favor a nadie cuando consecuentamos la mediocridad, la incompetencia o los malos hábitos. Por lo tanto, si algo te molesta, actúa, toma una decisión, hazlo tú, mejora, cambia, deja, pero nunca te conviertas en la victima de nadie. Las cosas solo suceden cuando tú lo permites de alguna forma y a cierto nivel.

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© Ari Shemoth / Coach Ontológico

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EL ORGULLO, ESE GRAN GENERADOR DE CONFLICTOS

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El orgullo, ese gran generador de conflictos

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Como en todos los conceptos, o como todo en la vida, nunca hay categorías definitivas ni definiciones absolutas. Esto ocurre con el orgullo, que puede ser bien o mal utilizado. En psicología se han definido dos tipos de orgullo, el positivo y el negativo. Al orgullo positivo se le llama autoestima y autoconfianza, y al negativo soberbia.

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El primero es necesario para sentirnos seguros y llevar una vida equilibrada, valorarnos en nuestra justa medida, situarnos en nuestra vida y estar orgullosos de ella: esto es algo absolutamente sano. El segundo orgullo, el que nos aleja y eleva del mundo, va a ser el mejor generador y “atascador” de conflictos que podemos incluir en nuestra vida.

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El lado negativo del orgullo es definido como el exceso de estima hacia uno mismo y hacia los propios méritos, por los que la persona se cree superior a los demás. Este tipo de orgullo nos incapacita para reconocer y enmendar nuestros propios errores y pone de manifiesto la falta de humildad.

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La humildad, cualidad contraria al orgullo, es lo que nos permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder aprender aquello que todavía no sabemos. Las personas orgullosas trasmiten muchas quejas mentales debido a su ego exagerado, quejándose de personas, situaciones, tiempo, del país, etc. Esto inevitablemente les hará ir saltando de un conflicto a otro.

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“Si no se modera el orgullo, él será nuestro mayor castigo”

 -Dante Alighieri-

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Cuando el orgullo se transforma en soberbia

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La palabra soberbia proviene del latín superbĭa y es un sentimiento de valoración de uno mismo por encima de los demás, sobrevaloración del yo respecto de otros. Se trata de un sentimiento de superioridad que lleva a presumir de las cualidades o de las ideas propias y menospreciar las ajenas. Se puede decir que el orgullo puede derivar en  soberbia. La soberbia es una actitud orgullosa que encuentra su definición en la osadía de aquella persona que se envanece a sí misma.

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La soberbia, que nos lleva a sentirnos superiores cada vez que nos comparamos con alguien, pone de manifiesto un complejo de inferioridad. De ahí surge la prepotencia, con la que tratamos de demostrar que siempre tenemos la razón. También empleamos la vanidad, haciendo ostentación de nuestros méritos, virtudes y logros.

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Estas personas pueden ser muy intolerantes ideológicamente, aferrándose a una postura única y no permitiendo ninguna aportación ajena. Su capacidad de autorreconocimiento es muy baja, así como muestran una gran resistencia a pedir perdón y al cambio personal: no piensan en el cambio, porque piensan que lo hacen bien.

 

Presentan un endurecimiento emocional, una distancia emotiva. Difícilmente olvidan una ofensa. Estas características bloquean las relaciones interpersonales.

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“La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”

 -Francisco de Quevedo-

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Honestidad para derribar a nuestro orgullo

La honestidad puede resultar muy dolorosa al principio, pero a medio plazo es muy liberadora. Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior. Así es como iniciamos el camino que nos conduce hacia nuestro bienestar emocional. Cultivar esta virtud tiene una serie de efectos terapéuticos.

En primer lugar, disminuye el miedo a conocernos y afrontar nuestro lado oscuro. También nos incapacita para seguir llevando una máscara con la que agradar a los demás y ser aceptados por nuestro entorno social y laboral. A su vez, esta cualidad nos impide seguir ocultando debajo de la alfombra nuestros conflictos emocionales.

 

La honestidad nos da fortaleza para cuestionarnos, identificando la falsedad y las mentiras que nos amenazan, como tentaciones, desde nuestro interior. En la medida que la honestidad se va integrando en nuestro ser, nuestro orgullo se irá desvaneciendo al no tener que representar papeles, con el fin de dar la imagen de alguien que no somos.

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“La honestidad es el primer capítulo en el libro de la sabiduría”

-Thomas Jefferson-

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¿QUÉ HAY DETRÁS DE LOS ENFADOS FRECUENTES?

¿Qué hay detrás de los enfados frecuentes?

¿Qué hay detrás de los enfados frecuentes?

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Detrás de todo enfado hay algún grado de frustración. Nos irritamos porque nos sentimos incapaces de controlar alguna situación, e incluso a alguna persona. Eso es claro. Como también lo es que todos, absolutamente todos, de vez en cuando tenemos enfados o ratos de mal humor. Pequeñas explosiones de carácter que pueden ser muy saludables cuando las origina una causa razonable.

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Pero, ¿qué pasa cuando los enfados no cesan, cuando permanecemos casi todo el tiempo con el ceño fruncido, los ojos entreabiertos y a la caza de alguna pelea? ¿Será que pertenecemos a ese grupo de “gruñones por naturaleza”, o hay algo más ahí?

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La respuesta es una sola: detrás de los enfados frecuentes hay más que una frustración pasajera; lo que se esconde es una depresión encubierta.

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El enfado crónico

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En ocasiones el mal humor no es asunto de un rato, sino que se extiende por semanas, meses o años. A veces lo inusual no es que tengamos esos incendios repentinos en nuestro carácter, sino la serenidad. El enfado se va convirtiendo en nuestra manera “normal” de ser ante la vida. Todo nos molesta; nos volvemos intratables y salirnos de quicio es la nota predominante.

 

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En este caso el enfado no está dirigido contra una persona o una situación en particular. Simplemente se siente todo el tiempo y se experimenta como intolerancia, fastidio, hastío.

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A su vez, se expresa por medio de las actitudes clásicas: gritar, permanecer inquieto y tenso, y tener siempre a mano un comentario de auto-descalificación o de crítica para los demás. Físicamente  se manifiesta a través del ceño fruncido permanente, problemas digestivos y, muy probablemente, dificultades para dormir adecuadamente.

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    Si ese es tu caso, lo más probable es que no estés enojado con el mundo: en realidad, estás enojado contigo mismo.

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Las razones que te han impulsado a enemistarte internamente con lo que eres, seguramente tienen que ver con los modelos mentales que manejas inconscientemente. Hay unos parámetros que has elegido para evaluarte, sin tener muy claro por qué, y que solo están sirviendo para reprobarte una y otra vez. También hay experiencias no resueltas en tu pasado. Por eso te enojas, pero no lo sabes.

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El fuego y la llama

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No es del caso entrar a analizar aquí todas las posibles razones por las cuales has decidido convertirte en uno de tus peores enemigos. Están en lo profundo de tu mente, en lo más remoto de tu historia. Pero lo que sí se puede esbozar es al menos una pregunta por qué tan válidas son las razones que te llevan a mantenerte enojado.

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Olvídate de los demás, porque nunca se van a comportar exactamente como tú quieres o piensas que deben comportarse. Los otros son solamente una excusa que has utilizado para poder expresar tus enfados. No son sus fallas, ni la crisis económica, ni la tensión bélica en Corea lo que te ponen irritable.

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Simplemente tienes una idea del “deber ser” en la vida y no logras ajustarte a él. Eso te hace sentir terriblemente mal; no solamente te juzgas severamente, sino que también te culpas y te atormentas. Paradójicamente, tu gigantesco ego no te deja ni comprenderte, ni perdonarte.

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La ira es como un fuego interno que arde. Un elemento capaz de dar calor o de arrasar lo que encuentre a su paso. Esa ira indefinida es también una fuerza interna de la que no has logrado apropiarte. Puede ser el motor de grandes acciones, pero también la brasa donde se consuman los mejores momentos de tu vida.

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Hay un asunto que está pendiente contigo mismo, no con los demás. Debes resolverlo y probablemente necesitarás ayuda para ello. ¿A qué esperas?

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EL ORGULLO, ESE GRAN GENERADOR DE CONFLICTOS

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Cuando el egoísmo hiere (Personalidades Narcisistas)

CUANDO EL EGOISMO HIERE. PERSONALIDADES NARCISISTAS

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LA EVITACIÓN SÓLO TE HARÁ SENTIR PEOR

La evitación solo te hará sentir peor

Todos hemos pasado por situaciones que nos han generado tal malestar que lo único que queríamos hacer cuando nos encontrábamos en ellas era escapar. Explicaremos por qué esta evitación, que puede parecer a priori el mejor mecanismo de defensa, es especialmente perjudicial para nosotros, sobre todo a largo plazo.

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Además, no solo hablaremos de los perjuicios que ocasiona esta forma de afrontamiento, sino que también veremos por qué conductas es recomendable sustituir a las de evitación. Unas conductas de evitación que lo único que buscan es alejar la posibilidad de exposición a la situación que es percibida como desagradable o, incluso, dolorosa.

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“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único”
-Agatha Christie-
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¿Qué es la evitación?

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Cuando nos encontramos con situaciones que valoramos como amenazantes, cada persona presenta una serie de estrategias de afrontamiento para hacerles frente. Éstas se van configurando e instalando en nosotros a lo largo de la vida. Si se muestran útiles en determinadas condiciones, tenderemos a aumentar su frecuencia de uso e incluso a adaptarlas a nuevos problemas en los que en principio esa estrategia no parece la más adecuada. Por contrario, si parecen ineficaces tenderemos a eliminarlas de nuestro repertorio.

En base a esto, existen distintos tipos de estrategias que se pueden poner en marcha. Una de ellas sería la evitación y dentro de la evitación podemos distinguir entre la evitación por anticipación y la huida. En el primer caso, anticipamos una situación desagradable y hacemos todo lo posible por alejarnos de ella. En el segundo caso, ya estamos inmersos en una situación desagradable y centramos todas nuestras energías en intentar escapar de ella.

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Cuando es posible, las conductas de evitación tienen la virtud de restaurar la calma. A corto plazo, cuentan con este reforzador, que en muchos casos es muy potente: el alivio inmediato de esos sentimientos desagradables. Así, las personas van a seguir poniendo en marcha esta estrategia cada vez que pase algo que les haga sentir mal. De esta forma, van a evitar cada vez más situaciones en los distintos ámbitos en los que se encuentren, haciendo que sus vidas cada vez estén más condicionadas por el miedo.

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Tanto es así, que esta manera de afrontar las situaciones se tiene muy en cuenta a la hora de tratar distintos trastornos emocionales. Si este comportamiento se modifica, va a favorecer de forma notable la recuperación del bienestar psicológico.

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¿De qué forma afrontar las situaciones que nos generan malestar?

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Entonces, si a la larga utilizar la evitación de lo que nos produce malestar en realidad nos perjudica, ¿qué podemos hacer nosotros? ¿Acaso debemos abandonarnos al sufrimiento? No, ya que existen otras formas de hacer frente a la situación y que no terminen constituyendo una seria limitación para nuestras vidas.

Folkman y sus colaboradores (1986) realizaron una clasificación de los distintos tipos de afrontamiento:

  • Confrontación: alterar la situación que genera malestar mediante actos directos e incluso agresivos, con actitudes hostiles y de riesgo.
  • Distanciamiento: alejarse de la situación, pero sin salir de ella, de manera que se podamos enriquecer la perspectiva que tengamos de la misma.
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  • Autocontrol: la capacidad de poner en marcha las estrategias de regulación emocional que se posean.
  • Búsqueda de apoyo social: tratar que los demás nos informen, aconsejen y comprendan.
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  • Evitación: como ya hemos visto, supone huir de la situación en concreto.
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  • Planificación: analizar la situación para buscar las alternativas que se pueden llevar a cabo.
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  • Reevaluación positiva: ver la situación como un reto que nos ayuda a desarrollarnos personalmente, en vez de como una amenaza para nuestra estabilidad.
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“Considera las contrariedades como un ejercicio”
-Séneca-
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De esto se desprende que no solo es malo actuar de forma evitativa, si no que tampoco serían adecuadas otro tipo de estrategias. La confrontación hostil y agresiva sería un ejemplo de ello.

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Sin embargo, un distanciamiento que nos permita autocontrolarnos, reevaluar la situación de forma positiva, planificar las acciones que vamos a llevar a cabo y buscar apoyo social (sin llegar a depender de los demás para todo), puede ser beneficioso. Claro está, siempre que no tengamos que actuar de manera rápida. 

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Como vemos, se trata más bien de utilizar las diferentes estrategias que tenemos a nuestro alcance con inteligencia. Así, evitar determinadas situaciones puede ser una estrategia prudente, pero no podemos ir por la vida saltando charcos cuando llueve a menudo. De hecho, si insistimos en esta estrategia saltarina terminaremos inmovilizados en un lugar, rezando para que no se concentre el agua en el pequeño espacio que ocupamos y sin haber aprendido nada por el camino.

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Por el contrario, si insistimos en desarrollar formas de afrontamiento en las que no esquivemos lo retos, desarrollaremos el sentimiento de autoeficacia que aparece cuando realizamos las cosas bien. Por tanto, nuestra autoestima se verá también beneficiada.

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DAR BRINDA FELICIDAD, PERO TAMBIEN TENEMOS DERECHO A RECIBIR

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.ENVIADO POR ROBERTO
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La generosidad nos hace bien. Dar puede ser enormemente gratificante. De hecho, numerosos estudios han demostrado que las personas que participan en actividades de voluntariado no solo reportan una mayor satisfacción con sus vidas sino que también viven más años.
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Sin embargo, también tenemos derecho a recibir. Dar continuamente, sin recibir nada a cambio, puede ser agotador y desgastante. Si tenemos la sensación de que estamos dando mucho y no recibimos nada, terminaremos desencantados. La falta de reciprocidad alimenta un círculo negativo.
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Asegúrate de que las personas significativas te corresponden

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La felicidad no se limita simplemente a dar. Es cierto que en el acto desinteresado de ayudar a los demás podemos encontrar una enorme satisfacción. No obstante, toda persona tiene necesidades emocionales que deben ser satisfechas, una de las más importantes es la necesidad de recibir amor y comprensión. Por eso, no podemos limitarnos a dar y dar, también debemos asegurarnos de recibir.
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Por supuesto, no se trata de asumir una actitud egoísta según la cual, debemos limitarnos a dar solo a quien tenga algo que entregar. La idea de dar para recibir algo a cambio borra de un plumazo todos los beneficios que entraña la acción de ayudar a los demás y entregar desinteresadamente.
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Se trata de asegurarnos de que las personas significativas para nosotros compensan de alguna manera nuestra entrega, ya que de lo contrario terminaremos adoptando una postura servil, nos dedicaremos a satisfacer las necesidades emocionales de los demás a costa de desatender las nuestras. A la larga, desarrollaremos una relación dañina, que nosotros mismos hemos contribuido a construir.
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En una relación de pareja, por ejemplo, cuando solo uno de sus miembros da y no recibe nada a cambio, terminará desilusionándose y descargará toda esa frustración en los demás o sobre sí mismo. En ese caso se instaura una relación tóxica en la cual la persona no logra satisfacer sus necesidades emocionales y, por lo tanto, terminará afectándose su equilibrio psicológico y su salud.
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¿Cómo saber si estás dando demasiado?

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- Te sientes agotado emocionalmente, lo cual se debe a que esa persona a la que le estás entregando una parte de ti está chupando, literalmente, tu energía.
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- Te sientes desencantado, ya que dar sin recibir termina aniquilando la esperanza, por lo que es comprensible que la desilusión encuentre terreno fértil dentro de ti.
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- Te sientes vacío ya que la entrega sistemática puede terminar secando tus sentimientos, sobre todo cuando estos tropiezan continuamente contra la roca de la indiferencia.
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- Te sientes insatisfecho, lo cual es perfectamente comprensible ya que probablemente estás anteponiendo las necesidades de los demás a las tuyas.
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- Te sientes menospreciado ya que esa otra persona no reconoce tu esfuerzo y entrega, ni tiene detalles que te hagan sentir bien.
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¿Das, recibes o pides?

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El problema de dar demasiado, sin recibir nada, es que las personas que están a tu alrededor se acostumbran a mantener este tipo de relación y es probable que demanden cada vez más, adoptando una postura egoísta. 
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Cuando se establecen este tipo de relaciones, la persona que recibe puede empezar a se sentirse muy cómoda en su rol, por lo que es probable que se convierta en alguien demandante, que cree tener derechos sobre ti. Al final, lo que dabas por placer, se convierte en una obligación. En ese preciso momento se terminan los beneficios de dar.
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De hecho, en las relaciones existen diferentes roles vinculados al proceso de dar y recibir:
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- Donantes. Son aquellas personas que siempre están dispuestas a dar, sin pedir nada a cambio. Estas personas se quitan el derecho a ser felices para complacer a los otros. En muchos casos se trata de padres abnegados, de hijos entregados o de parejas sacrificadas.
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- Receptores. Se trata de personas que están acostumbradas a recibir, sin dar nada a cambio. Esta actitud suele provenir de la infancia pero más tarde se perpetúa en las relaciones de pareja y con los amigos. Estas personas son altamente demandantes, pueden adoptar posturas narcisistas o, al contrario, pasar por víctimas eternas. 
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- Equilibradores. Son personas que intentan encontrar un equilibrio entre el dar y el recibir en sus relaciones interpersonales. Casi siempre se comportan de manera sensible y respetuosa ya que buscan satisfacer sus necesidades emocionales y, a la vez, las de los demás. 
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Por último, también encontramos a los “falsos donantes”. Se trata de personas que aparentan ser generosas y entregadas pero en realidad solo dan para obtener algo a cambio y no dudan en reclamar cada uno de sus favores. Para estas personas, las relaciones interpersonales son intercambios en los que siempre tienen que ganar algo a cambio.
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Ser conscientes de lo que merecemos

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Las relaciones interpersonales son complicadas y es difícil hallar un equilibrio. En la mayoría de las relaciones siempre hay una persona que quiere más, que está dispuesta a sacrificarse más y que da más. Obviamente, tampoco se trata de buscar un estricto quid pro quo que convierta la relación en un intercambio comercial, pero debemos tener en cuenta que el corazón necesita recompensas.
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No se trata de reclamar favores ni de pedir un premio por el esfuerzo o el tiempo dedicado, pero es importante que esa persona a quien muchas veces priorizamos por delante de nuestras propias necesidades sea capaz de reconocer nuestra entrega y, llegado el momento, esté dispuesta a ser recíproca.
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Es importante que seamos conscientes de que merecemos atención, comprensión, respeto, apoyo y amor. En toda relación íntima estas necesidades básicas deben estar satisfechas, de lo contrario terminaremos sufriendo, y mucho.
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Podemos contribuir a hacer felices a las personas que amamos sin vernos obligados a pagar con nuestra propia felicidad. No vale la pena mover mares y montañas por una persona que no está dispuesta a mover un solo dedo por nosotros. Y no es una cuestión de egoísmo sino de amor propio y supervivencia emocional.
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COMPLEJO DE INFERIORIDAD. "TÚ MÁS QUE YO"

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ENVIADO POR ROBERTO
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Todos comparamos. De hecho, la comparación es una de las tareas básicas del pensamiento. Cuando somos pequeños aprendemos a conocer el mundo mediante la comparación. Mientras comparamos nos formamos una idea más precisa de lo que nos rodea.
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Sin embargo, el problema comienza cuando nos comparamos con los demás y realizamos juicios de valor con los que terminamos menospreciándonos. Entonces surge el complejo de inferioridad y nos sentimos más pequeños y miserables que los demás, menos valiosos y capaces que los otros.
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¿Qué es el complejo de inferioridad?

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El complejo de inferioridad designa a una persona que tiene una baja autoestima y la sensación permanente de no estar a la altura de los demás.
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Esta categorización se basa en las ideas de Adler, para el cual existían dos tipos de complejo de inferioridad:
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- Complejo de inferioridad primario. En este caso el origen se puede rastrear hasta la infancia, cuando el niño experimenta sensaciones de debilidad, indefensión y dependencia. Más tarde esos sentimientos pueden ser reforzados mediante comparaciones negativas con los hermanos, compañeros del colegio o incluso con las parejas románticas.
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- Complejo de inferioridad secundario. En este caso el origen se encuentra en la adultez y está vinculado a la sensación, a menudo inconsciente, de ser incapaz de alcanzar la seguridad y el éxito. La persona experimenta sentimientos negativos sobre su capacidad y se siente inferior respecto a los demás, a quienes considera personas seguras y exitosas.
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No obstante, sea cual sea el momento en el que surgió, el complejo de inferioridad se basa en una sobregeneralización, en juicios no racionales sobre nosotros mismos. Esa idea errónea se asienta tanto en nuestra mente que termina influyendo en nuestra vida y en la imagen que tenemos de nosotros mismos.
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¿Por qué aparece el complejo de inferioridad?

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La mayoría de las personas que tienen complejo de inferioridad piensan que este se debe a su defecto, a menudo físico, o debido a que no son lo suficientemente competentes en determinados aspectos. Sin embargo, en realidad esa es la excusa.
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El complejo de inferioridad no surge únicamente por la “diferencia” sino por la incapacidad para gestionar de forma adecuada esa diferencia. No es la diversidad, sino la interpretación que hacemos de esa “diferencia” lo que genera el complejo de inferioridad. De hecho, es posible encontrar a personas que también tienen ese defecto, minusvalía, debilidad o característica especial y no han desarrollado un complejo de inferioridad sino que son seguros de sí.
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Algunas personas pueden sacarle provecho a ese supuesto “defecto” aprendiendo a ser más resilientes, pero otras se centran en las repercusiones negativas y terminan exacerbando el problema, dejando que este las limite. En este sentido, Henry C. Link afirmó “mientras una persona no lo intenta porque se siente inferior, otra esta ocupada cometiendo errores y mejorando poco a poco”.
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Obviamente, esa forma de afrontar la “diferencia” depende en gran medida de nuestras creencias, muchas de las cuales fueron transmitidas en la niñez. Por ejemplo, si pensamos que una persona solo puede ser exitosa si ha logrado acumular posesiones y dinero, es probable que nos sintamos fracasados e inferiores si no hemos podido hacerlo. Si pensamos que para ser felices es necesario ser perfectos físicamente, nos obsesionaremos con el aspecto y cualquier pequeño “defecto” puede ser motivo de un complejo de inferioridad.
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Las personas que han desarrollado un pensamiento blanco y negro, del tipo todo o nada, también son más propensas a subvalorarse ya que no son capaces de apreciar las diferentes tonalidades de la vida. Estas personas, al compararse con los demás, se suelen centrar en lo negativo y casi siempre terminan sintiéndose inadecuadas o en desventaja.
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El peligro de la sobrecompensación

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Algunas personas, cuando se sienten inferiores, actúan como si realmente lo fueran, por lo que terminan reafirmando la pobre opinión que tienen de sí mismos. Es una profecía que se autocumple. También suelen aislarse de los demás ya que piensan que todos notarán su “defecto” y se burlarán a sus espaldas. En algunos casos incluso pueden desarrollar miedos o fobias. Se convierten en personas dependientes, que necesitan a alguien más fuerte a su lado que les brinde apoyo emocional permanente.
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En otros casos, las personas con complejo de inferioridad reaccionan activando inconscientemente un mecanismo de sobrecompensación. Es decir, se esfuerzan por compensar ese “defecto” planteándose una meta prácticamente imposible de alcanzar que les obsesiona y termina provocando más problemas.
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De hecho, es importante distinguir entre la compensación y la sobrecompensación. La compensación implica simplemente desarrollar algunos recursos para compensar una deficiencia. En este caso la persona es consciente de su problema y trabaja para compensarlo, potenciando otras habilidades y competencias. 
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La sobrecompensación va un paso más allá, se trata de querer sentirse superior. Las personas que ponen en práctica un mecanismo de sobrecompensación suelen mostrar comportamientos extremos, intentan sobresalir en algunos ámbitos a como dé lugar, proyectando una falsa imagen de seguridad. Por ejemplo, un hombre que tenga un complejo de inferioridad relacionado con su masculinidad, puede reaccionar con actitudes misóginas que devalúan a las mujeres. 
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Otro problema de la sobrecompensación es que normalmente ocurre a nivel inconsciente. Es decir, la persona no acepta que en la base de esos comportamientos extremos en realidad se esconde un sentimiento de inferioridad. Obviamente, de esta forma termina sumiéndose en un círculo vicioso que no le permite crecer. De hecho, aunque estas personas logren alcanzar ciertos resultados o incluso sobresalgan en determinadas áreas de la vida, nunca llegan a sentirse mejor, porque no superan el complejo de inferioridad que se encuentra en la base.
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¿Cómo superar el complejo de inferioridad?

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Repetirse mil veces delante del espejo frases positivas no sirve de nada. De hecho, un estudio realizado por psicólogos de las universidades de California y de Yale indica que las personas que tienen una baja autoestima se sienten peor cuando se repiten frases como “me acepto totalmente” o “tendré éxito”. Y es que no resulta tan fácil engañarse a sí mismo.
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Superar el complejo de inferioridad demanda un trabajo mucho más profundo a nivel psicológico. 
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1. Determina en qué te sientes inferior. El primer paso para solucionar un problema consiste en saber que existe, en hacer consciente esa dificultad. Si tienes un complejo, encuentra esa parte de ti que no te gusta.
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2. Valora el alcance de los daños. El complejo de inferioridad suele comenzar por una deficiencia, debilidad o defecto pero poco a poco se extiende a toda tu personalidad. Valora cómo ha afectado ese sentimiento tu vida. No se trata de buscar razones para deprimirse sino de comprender hasta qué punto ese complejo te ha limitado. 
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3. Empieza a pensar en términos de diversidad. Ser inferior respecto a algo implica una comparación, en la que a menudo usamos patrones demasiado rígidos. En vez de compararte con los demás, sería conveniente que comenzarás a ver la vida en términos de diversidad. No se trata de ser mejores o peores, sino precisamente de resaltar lo que nos hace únicos y diferentes. 
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4. Céntrate en lo que puedes mejorar. Llorar sobre la leche derramada es contraproducente. Todos tenemos puntos débiles y limitaciones, si no podemos ir más allá en algunos campos, lo mejor es centrarse en aquellas esferas en las que sí podemos brillar. Por supuesto, no debemos obsesionarnos con ello, para compensar un “defecto”, sino simplemente para encontrar la satisfacción y la felicidad. Recuerda que no tienes que demostrarle nada a nadie, solo tienes que asegurarte de desarrollar las capacidades que te hagan feliz.
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5. Sé tú mismo. En una sociedad donde todo está estandarizado y homogeneizado, es normal que muchas personas se sientan mal si perciben que son diferentes. Sin embargo, lo que resulta realmente ilógico es pretender ser igual a los demás porque de esta manera estás matando tu identidad e incluso tu valor como persona. Mira dentro de ti, descubre quién eres y atrévete a ser diferente.
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Por último, recuerda que en realidad no necesitas muchas cosas para ser feliz. Cuando descubres quién eres te darás cuenta de que muchas de las cosas que anhelabas eran superficiales o utópicas. Te darás cuenta de que no necesitas esas cosas para ser feliz porque la felicidad y la satisfacción no provienen de fuera, sino de dentro.
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LOS PENSAMIENTOS CATASTRÓFICOS O EL MIEDO A VIVIR

Las personas cercadas por pensamientos catastróficos tienden a ver consecuencias espantosas en todos los acontecimientos. Si les duele la barriga, tienen miedo de ir al médico porque sospechan que puede ser un tumor maligno. Si prenden una hoguera, en su cabeza aparece la imagen de una quemadura de tercer grado, debida a algún descuido. Cuando suben a un avión, desfilan por su mente las imágenes de sí mismos cogiendo el salvavidas.

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Por naturaleza, tendemos a reaccionar con una cierta dosis de miedo o de aprehensión ante lo nuevo o lo incierto. Sin embargo, para algunas personas ese pequeño cúmulo de temor se convierte en un catastrofismo sin límite, que los asedia y hace de su existencia un verdadero infierno.

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“El sol brilla en todas partes, pero algunos no ven más que sus sombras”
-Arthur Helps-
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Las personas con pensamientos catastróficos están llenas de malos presentimientos. El hilo de sus razonamientos, por lo general, se construye a partir de la premisa “Y si…” Por eso rondan por su mente preguntas como “¿Y si tomo el autobús y se estrella?”… “¿Y si presento mis ideas y todos se burlan de mí?”… ¿Y si al cruzar la avenida no me doy cuenta de que viene un auto a toda velocidad?”… Siempre imaginan la peor de todas las posibilidades en cada situación.

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La naturaleza de los pensamientos catastróficos

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Los pensamientos catastróficos no son un problema independiente. Por lo general, están asociados a estados de ansiedad y/o depresión mucho más profundos. Quien se encuentra con un elevado grado de ansiedad, por ejemplo, ante un aumento del ritmo en los latidos de su corazón cree que sufrirá un infarto. Quien padece depresión, se visualiza a sí mismo en situación de abandono o rechazo, viviendo debajo de un puente, pidiendo limosna en alguna calle o muriendo solo en un hospital de caridad.

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Lo cierto es que todos tenemos pensamientos catastróficos a veces, pero lo que los convierte en un síntoma importante es la regularidad de esos razonamientos y su carácter obstinado. Claro que podemos ir al zoológico y ser atacados por un león, pero las probabilidades de que esto ocurra son ínfimas. También podemos ser atropellados, pero son muchos más los millones de personas que no sufren este tipo de accidentes que las que sí los padecen.

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El punto es que, para quien tiene pensamientos catastróficos, esa probabilidad ínfima se sobredimensiona. Esto se debe a que se produce una distorsión en el pensamiento que consiste en que no se toma en cuenta el dato objetivo de la probabilidad de ocurrencia, sino el dato subjetivo de la reiteración del peligro en la propia mente.

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En otras palabras, se repite tanto la idea de esos riesgos absurdos, que el afectado termina por adquirir la sensación de que es altamente probable su ocurrencia. En esta sobre-estimación de la probabilidad influyen otros factores a parte de nuestra propia predisposición, como el entorno o los medios de comunicación.

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En el cerebro humano, un pensamiento recurrente influyen incluso en la manera en la que se conectan nuestras neuronas. Cuanto más se piensa algo, más vuelve a la mente. Es lo que sucede en el caso de los pensamientos catastróficos: como se repiten tanto, quedan fijados. Y como quedan fijados, se repiten constantemente, pese a que son un evidente autoengaño.

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Las catástrofes y el miedo a vivir

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Casi todos los seres humanos pasamos alguna vez por al menos una situación que vivimos como catastrófica. Más tarde o más temprano nos veremos confrontados con la muerte de alguien querido, con algún evento de salud difícil de manejar o simplemente con la incertidumbre de no saber qué hacer después de algún cambio drástico. Sin embargo, si estas situaciones fueran una constante, no lo soportaríamos.

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Lo que no entienden quienes están asediados por pensamientos catastróficos es que todas esas situaciones son susceptibles de ser abordadas y superadas. Lo que temen en el fondo es a quedar en una situación de extrema vulnerabilidad:

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situaciones frente a las que no puedan reaccionar, o que los dejen, literalmente, paralizados y sin poder hacer algo. Esto supone al final ignorar un hecho: contamos con recursos para que ante toda situación, por difícil que sea, podamos ofrecer una respuesta.

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Lo que hay detrás de las personas con pensamientos catastróficos es seguramente una infancia difícil. Aprendieron, desde niños, que el medio es hostil y que los peligros acechan. Seguramente cuando estaban pequeños no entendían muy bien de dónde iba a provenir el próximo riesgo y esto hizo que construyeran en su interior un mecanismo de pensamiento exageradamente defensivo.

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Lo que es aconsejable hacer frente a este tipo de pensamientos es tomar pausa para evaluarlos, para pasarles un “filtro de realidad”. Además, nos va a venir bien pensar en las posibles respuestas que se pueden dar frente a esos peligros, comenzando por la prevención.

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EL QUE MENOS FALLA, ES EL QUE MENOS LO INTENTA

El que menos falla es el que menos lo intenta

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Falla, hazlo de nuevo, equivócate, porque de esta forma, será de la única que puedas obtener el aprendizaje necesario para a su vez, obtener el éxito y los logros que anhelas. No existe otra manera de aprender que no sea mediante tu ensayo y error -o el ensayo y error de otros- y pensar que somos mejores cuanto menos nos equivocamos es un planteamiento absurdo.

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No existen éxitos sin unas buenas dosis de tropiezos y meteduras de pata porque precisamente esos fallos son los que nos indican el camino por el que no es conveniente ir y que sería mejor buscar otra alternativa o probar con otras opciones.
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¿Qué hubiera ocurrido si Thomas Edison se hubiera cansado de intentarlo a la vez cien de que no funcionara su bombilla? Recordemos que él consiguió su éxito después de 999 fallos. Fracasó una y otra vez y, en lugar de pensar que no tenía capacidad para salir del error, se dio cuenta que todos esos errores eran los responsables de que actualmente disfrutemos de luz artificial en nuestros hogares. Al intento número mil, lo consiguió.

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Fallar, caerse e intentarlo de nuevo es lo que nos lleva a lograr cosas importantes en nuestra vida. Tirar la toalla a la primera de cambio nos asegura no fallar, pero tampoco lograr nada interesante, ¿Qué prefieres?
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“El que falla es menos valioso como persona”

¿Creéis que exagero? ¡Cuántas veces habrán escuchado mis oídos esta frase! Por desgracia, el perfeccionismo está a la orden del día en nuestra sociedad y hay poco margen, poca paciencia, para desarrollar nuestro mecanismo creativo más potente: el del ensayo y error.

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Desde que somos bien pequeños se nos evalúa, se nos incita a competir y a sacar un diez. En lugar de felicitarnos por haber encontrado un camino equivocado y tener la oportunidad de hallar uno mejor, se nos castiga por ello e incluso, en ocasiones, escuchamos juicios como “no sirves para esto”, “siempre se le han resistido las matemáticas, no es lo suyo” o “ya lo has tenido que hacer mal otra vez, no aprendes nunca”.

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Todas estas frases van minando nuestra autoestima y nos vamos construyendo poco a poco la fantasía de que no debemos equivocarnos nunca, que debemos ser competentes en todo lo que hacemos y si no es así, no valemos nada, somos unos fracasados y estamos destinados a una vida mediocre.

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Dicho así puede parecer exagerado ya que cuando estás leyendo este artículo seguramente te encuentras en un estado de calma. Pero cuando nuestra paciencia está al borde del abismo, lo cierto es que a la mayoría nos cuesta controlar este tipo de juicios.

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Nuestros pensamientos irracionales se encargan de que suframos cuando algo nos sale mal, tanto que consigue que muchas veces abandonemos nuestros objetivos, proyectos e ilusiones. De esta manera, quedamos a salvo de un nuevo fallo que pueda tambalear de nuevo nuestra autoestima.

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Es por esto que sería convierte que aprendiésemos a ser más tolerantes con nosotros mismos, a reducir nuestras autoexigencias y a dejar a un lado la fantasía de ser perfectos. El ser humano falla, es su naturaleza, es lo normal y es lo que tiene que ser.

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No está escrito en ninguna parte, además de en nuestra mente, que el fallar nos lleve a convertirnos en necios, en estúpidos o que nos defina de alguna manera. Al igual que tampoco nos define ni nos suma valor el hecho de hacer las cosas bien o de ser exitoso.

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El valor personal es algo que nada tiene que ver con nuestro desempeño en ningún área vital. Las personas hay que valorarlas por ser personas, no por lo que tienen, lo que hacen o lo que consiguen.
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Falla o quédate de brazos cruzados

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Tú eliges. Si tu miedo a fallar es tan grande que te impide levantarte de nuevo e intentarlo otra vez, a largo plazo es probable que lo pases mal. Así, el pensamiento de que “no sirves para nada” se verá alimentado, ya que tu mismo te condenas a eso que tanto temes: a la no consecución de tus propias metas

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Si te quedas en casa de brazos cruzados, te aliviarás a corto plazo, ya que no tendrás que exponerte a equivocarte de nuevo, a las críticas que puedan hacerte los demás y sobre todo a las que te puedas hacer a ti mismo, que más que críticas, serán machaques.

 

Caminr.

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De todo esto te librarás si no te atreves a caerte. Pero, también te perderás cosas tan interesantes como aprender, superarte u observar como mejoras en lo que para ti es una ilusión. Además, te pondrás muy difícil saborear que tu esfuerzo ha tenido recompensa.

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Es cierto que conseguir éxitos no es algo necesario, de ello no depende nuestra felicidad y podemos ser personas perfectamente felices sin tener ningún éxito en toda nuestra vida.
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Pero ¡ojo! No es lo mismo que tengamos y creamos en este planteamiento, razonable y maduro a que evitemos los fallos por miedo al fracaso y en el fondo si que deseemos con todas nuestras fuerzas lograr algo que para nosotros es importante.

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Conformarse es una actitud que también procede del miedo y lo único que harás es engañarte a ti mismo. Por lo tanto, toma la opción de arriesgar, ¡SÉ VALIENTE! Falla, no es algo malo -como nos han hecho creer-, si no una ventaja para aprender y hacerlo mejor. No va a pasar nada terrible si te equivocas, simplemente ¡hazlo!

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EL MIEDO

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EL MIEDO

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El miedo, como contrapunto de la felicidad, bloquea la plenitud de la existencia del ser humano. Su raíz se da en la lucha constante entre la luz y las tinieblas en la vida personal de cada uno. El miedo y la angustia son connaturales a la existencia humana y causa de un proceso de inseguridad, que lleva a la timidez, al temor y un conjunto de complejos que limitan al hombre quitándole el sentido de la vida y del futuro.
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En la sociedad actual, la crisis de valores trascendentes ha llevado al hombre a reemplazarlos por valores contingentes, poniendo su confianza en la ciencia y la tecnología. Esto ha tenido como consecuencia un verdadero paroxismo por conseguir un mejor status social, seguridad económica, reconocimiento, estimación, poder, etc., produciendo una crisis íntima en el hombre que ha perdido su centro en Dios, reemplazándolo por ídolos que no lo satisfacen sino que lo conducen a una gran desdicha humana.
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Sin embargo, el miedo tiene una función: nos señala la dirección del crecimiento. Nos hace ver las fronteras, el territorio no conquistado de nosotros mismos. Conquistamos esos terrenos oscuros dentro de uno, lo que nos hace crecer, no sólo a nosotros sino también a los demás. Poco a poco vamos conquistando el reino del amor, la esperanza, la plenitud, la intuición de felicidad, que son la cara opuesta del miedo, la angustia y la tristeza.
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¿Cómo descubrimos nuestros miedos? Muchos de ellos los conocemos muy bien, pero otros son inconscientes. Estos últimos se nos revelan en los sueños, sobre todo en aquellos sueños repetitivos que nos están indicando que hay algo en nosotros que nos hace daño y hay que arreglar. Debemos recordar que la emoción negativa del miedo se graba incluso en el cuerpo. Hay una dimensión corporal, somática: el miedo se fija en cada célula del cuerpo.
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Si enumeráramos las diferentes clases de miedos no terminaríamos fácilmente; nombraremos sólo algunos: miedo a la muerte, al dolor, a la soledad, al rechazo, al sufrimiento, al futuro, a la incomprensión, al castigo, a lo desconocido, a las restricciones, a la escasez, etc. Lo importante es conocer cuáles son nuestros miedos y liberarnos de ellos para lograr en plenitud el proyecto divino en cada uno de nosotros.
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Según el padre Juan de Castro - psicólogo y sacerdote - es necesario distinguir entre miedo y angustia: «Lo primero es una reacción defensiva de tipo psico-afectivo, frente a una situación que se capta como amenazante. Pareciera que miedo y angustia fueran la misma reacción, pero no es así. El miedo tiene un objeto preciso, en cambio la angustia es difusa, es más bien una reacción que se queda en lo interno».
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«El temor, espanto, pavor, terror, pertenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más bien a la angustia. El primero lleva hacia lo conocido, la segunda hacia lo desconocido.»
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Pero, a diferencia de lo que muchos puedan pensar, el miedo es también positivo, Frente a hechos reales que en sí son amenazantes, el hombre debe defender su propia integridad física o psicológica, y es el miedo el que gatilla la acción.
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Incluso la angustia es un mecanismo que el hombre tiene para no deshumanizarse, Según Freud, el «yo» segrega la angustia ante el conflicto en forma inconsciente, y es el conflicto a su vez, el que hace crecer al ser humano. Esta reacción es una especie de luz roja que se enciende ante el peligro de deshumanización, en el que el hombre no enfrentaría los conflictos.
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Respecto a los fundamentos psicológicos del miedo, el Dr. Peña y Lillo considera cuatro actitudes erróneas responsables de la mayoría de los sufrimientos que esclavizan al ser humano. Estas cuatro actitudes básicas serían:
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1.- Anticipación imaginaria
2.- Contaminación del presente por el pasado
3.- Resistencia al sufrimiento
4.- El deseo y la ambición.
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En relación a la anticipación imaginaria, el Dr. Peña y Lillo dice: «El miedo es el producto y fruto de la imaginación, esa maestra de falsedad que - a juicio de Pascal - ha creado una segunda naturaleza. Los temores del hombre, en rigor, no se encuentran en el presente sino en la anticipación fantástica de lo por venir, único horizonte donde es posible la experiencia de riesgo y amenaza.» Sufrimos así inútilmente lo que, según nuestra imaginación, sucederá en nuestro futuro próximo o remoto, gastando tal cantidad de energías en nuestras preocupaciones que no tenemos fuerzas para vivir creativamente el presente.
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Nuestro segundo gran mal es ser arrastrados constantemente por el flujo de nuestra consciencia a vivir en el pasado, perdiéndonos lo único que realmente tenemos: el presente. No vivimos el Aquí y Ahora por sumergirnos en un pasado generalmente poblado de hechos vividos que aún nos tienen atados emocionalmente, con sus culpas, resentimientos, frustraciones, etc, Esta contaminación posibilita el temor de que tales hechos vuelvan a suceder y nos hace desconfiados e infelices en el presente. «Nunca nos atenemos al presente - ha dicho Pascal - sino que recordamos el pasado y anticipamos el porvenir. Vivimos en tiempos que no son los nuestros y no estamos disponibles para ser felices, Por eso, inevitablemente, no lo somos.»

Los recuerdos exagerados del pasado o hipermnesia - donde la memoria es excesiva o exagerada – son fuentes de angustias y temores que pueden derivar en neurosis. La memoria emocional juega aquí un papel predominante. Quedamos ligados emocionalmente a los hechos del pasado , lo que nos impide vivir el sentido actual de la vida.
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Esta emoción negativa que produce tanto daño es aprendida tal como son las otras. Todo hecho vivido con angustia queda registrado dentro de nosotros y se activa como un toque de alarma en cada situación que
se le asemeja. No es la nueva situación la que nos llena de inseguridad, sino el recuerdo de otras situaciones que hemos vivido anteriormente y que no hemos podido resolver. De ahí la necesidad de estar alertas para observar claramente el origen de nuestros miedos. Si llegamos a su raíz, nos liberamos de ser sus esclavos y tendremos libertad para ser felices como Dios quiere que seamos.
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La resistencia al sufrimiento es el tercer fundamento psicológico del miedo, Generalmente pensamos que la desdicha o felicidad dependen de lo penoso o afortunado que sea un acontecimiento. Pero como dice el Dr. Peña y Lillo - «... en estricto rigor, ni el gozo ni la tristeza existen en la naturaleza, sino sólo en la consciencia del hombre y surgen, en última instancia, de la propia actitud con que se enfrenta la vida, En cierto modo, los hechos son neutros o, al menos, no necesariamente gratos o dolorosos, y somos nosotros mismos los que les damos un significado.»
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Esto nos recuerda al emperador y filósofo romano, Marco Aurelio, quien apunta en el mismo sentido diciendo: «Si algo exterior te atormenta, observa que no es la causa externa lo que motiva tu tormento, sino la manera que tienes de considerarla. Manera que puedes cambiar en cuanto te lo propongas, con lo que cesará tu tormento.

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(Envía Sonia Betancourt)

Fuente: Buscadores de la Luz

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