EL ESTADO DE PAZ
Posiblemente pensemos en la paz como un estado de sosiego y armonía, de ausencia de conflictos, de ausencia de violencia.
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En los períodos de armonía, la vida se nos presenta como una coreografía o una danza en que los participantes realizan sus movimientos sincronizadamente, integrados en las acciones y los propósitos.
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Todo conflicto implica pugna, agitación, agresividad, reactividad, disociación.
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Según las culturas y colectividades humanas diversas, los motivos de retaliación y castigo contra los oponentes siguen presentes por los antecedentes de violencia, vandalismo y homicidio que cada grupo sufrió en el pasado, cercano o remoto. Cada comunidad humana ha sido afectada en su historia y los eventos padecidos retornan regularmente como recuerdos ingratos y onerosos que deben ser enmendados aplicando a los culpables o a sus sucesores un castigo de proporciones iguales o mayores a las vivencias experimentadas por quienes se consideran sus víctimas.
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A veces no aparece como tangible una causa previa de vejación o daño asestado que sirva como motivo para atacar a otros. A cambio, quienes ejercen acciones violentas tienen convicciones y tradiciones que les llevan a creerse superiores y a oprimir sistemáticamente a quienes consideran sus inferiores, con una motivación segregacionista y avasalladora.
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Es posible que como característica humana común tengamos arraigada la creencia en que la venganza y el castigo deban ser ejecutados rotundamente como actos de reparación y de ajuste.
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Tal vez por esa razón, todo lo sucedido sigue vigente para la posteridad, condicionando relaciones y comportamientos y manteniendo una disgregación revanchista.
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La paz no es posible mientras persistan los sentimientos de odio, de aversión y de auto victimización que expresamos como sujetos particulares o como colectividades.
El estado de paz es una decisión activa de excluirnos del campo de batalla y de las contiendas.
Todo ser humano violento se da demasiada importancia a sí mismo o le da demasiada importancia y prominencia a las creencias que esgrime o a los mandatos, tradiciones y creencias que prevalecen en los grupos a los que ha adherido. Desde esa mentalidad disociadora, se planta ante los demás como un luchador fanático y feroz que participa de la vida como un combatiente empeñado en vencer a sus adversarios. Arremete contra otros, especialmente cuando los ve vulnerables, cuando juzga que no corre riesgos, cuando presume que podrá obtener ganancias doblegándolos.
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Quienes ejercen la violencia desde posiciones de mando institucionales o grupos armados, tienen justificaciones, intereses, proyecciones mentales de ataque y defensa; se ven a sí mismos como muy poderosos, y a veces como invulnerables, lo que los hace sentirse invencibles y predestinados.
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Sin darse cuenta, o ignorándolo a propósito, aplican estrategias y hábitos propios de los personajes egoístas marginados y prepotentes empeñados en despojar y subyugar para dominar por medio de la fuerza bruta y los instrumentos de intimidación.
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Los programas del ego son maquinaciones desintegradoras y destructivas que no le permiten a quien las practica vivir en paz y que van dirigidas contra la paz de los demás.
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La realización de la paz nos lleva a un estado de serenidad y de indefensión en que damos primacía al respeto a los demás seres vivos y al entorno natural, nos tornamos comprensivos y compasivos, abandonamos los juicios que nos obligaban a actuar como antagonistas.
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El estado de paz es un estado de no-violencia que podemos alcanzar liberándonos del ego que nos tiraniza cuando seguimos sus mandatos de tiranizar contra otros y convertirlos en objetivos de placer, de aprovisionamiento, de sumisión. También alcanzamos nuestra paz cuando nos ponemos en paz con el pasado: perdonamos todo lo que para nuestras mentes fue doloroso, hiriente, amargo, ofensivo, destructivo, y que consideramos fue causado por otros -en ese guión nos rotulamos como víctimas y los culpamos a ellos como adversarios, y nos empecinamos en cobrar esa deuda de dolor, malestar e injusticia cargando y reviviendo a través del tiempo todas las circunstancias acaecidas.
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El perdón realizado es una reconciliación: dejamos a los muertos en sus tumbas y permitimos que nuestras historias particulares se disuelvan en ese espacio vital en que sucedieron. Contemplamos entonces el presente como actores y espectadores atentos y participantes, no distraídos ni estancados en relaciones y eventos ya caducados.
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La paz es una decisión de bienestar y de calma en que asumimos una actitud benigna y acogedora con los demás y con nosotros mismos; en ese estado cesan los conflictos y las contiendas y vemos el mundo como un escenario amable, hospitalario, gratificante. Y es posible que nuestros semejantes nos correspondan con una disposición solidaria congruente con las acciones y cambios reparadores que hayamos alcanzado.
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CONSIDERACIÓN
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No somos víctimas de otros,
ni de las situaciones de la vida que nos toca atravesar.
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Sómos solo personajes
interactuando y representando
los dramas de la vida que nos son posibles
según el estadío que hemos alcanzado.
Somos seres humanos iguales
actuando papeles pasajeros distintos:
unos ejercen como reyes,
con su megalomanía y sus tretas;
otros como cortesanos
mediando y mostrando muy inclinada su cabeza
ante sus mayores en la jerarquía de los dramas
y muy erguida e insolente
ante sus "inferiores";
otros actuando como peones,
paupérrimos, degradados
y abnegados en proveer recursos y servicios
para todos los que los sojuzgan y los oprimen;
y en todos los escalafones de esa vida social tormentosa y competitiva
hay también actores viviendo sus dramas
con un ánimo constructivo, sincero, respetuoso, autónomo.
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Todo lo que experimentamos
en las relaciones con otros seres humanos
tiene un propósito y unas causas previas.
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Actuamos con sabiduría
cuando nos disponemos a la comprensión y compasión
sobre las inevitables y limitadas actitudes,
nuestras y de los otros,
cuando hicimos cada acto de nuestras vidas.
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Todo lo que interpretamos como destructivo o negativo
que ocurrió en nuestro pasado muerto ya
son eventos que no podemos cambiar
-y tampoco a las seres humanos
protagonistas de esas historias que compartimos,
algunas veces escabrosas, algunas apabullantes.
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Cuando aceptamos esas circunstancias,
podemos liberarlas y liberarnos de sus efectos abrumadores.
Cuando decidimos conservarlas y hacerles altares
de veneración y valoración por el dolor que les atribuimos
y que seguimos manteniendo vigente,
nos sometemos a un auto-castigo
y dedicamos la energía de nuestro presente
a la autocompasión y al resentimiento,
los frutos de amargura que consumimos y que nos consumen.
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Cada uno de nosotros actúa en cada momento
según nuestra personalidad y nuestras creencias,
que nos llevan a elegir una opción de comportamiento
en nuestras relaciones con los otros y con el entorno
que probablemente en muchas ocasiones
no sea grata para nuestros coparticipantes
y puede convertirse,
para ellos o para nosotros,
en un gran conflicto
y en una gran “des-ilusión”,
representados en enfermedades distintas
que conformamos como reacción,
por la carga de pesadumbre y dolor
con que las interpretamos, las rotulamos y las asumimos.
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Podemos conformar una mentalidad
que descubra la inutilidad de mantenerlatentes
nuestros sufrimientos
para lograr alcanzarun instante feliz
en que decidamos soltarlas
y acojamos la sanación como solución.
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Hugo Betancur (Colombia).