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¿Has probado escribir una carta a ti mismo? Por Carmen Guerrero

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Toma un papel en blanco y un bolígrafo. Conecta con una voz proveniente de dentro de ti que necesites escuchar o una que sientas que es ella la que reclama enviar un mensaje, entrégate a la escritura libre.

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Sitúate por ejemplo en tu parte más consciente, en tu sabio interior, y deja que le hable quizás a tu yo más abrumado, o preocupado; o que se comunique directamente con tu niño interior que parece asustado o herido en este momento de tu vida.

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También el emisor de la carta puede ser un personaje interior que te cuida, te mima, te da un amor infinito, como si unos padres ideales te escribieran dándote con palabras, lo que hoy más necesitas.

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Otra modalidad de este ejercicio es escribirle a una parte de tu cuerpo enferma o dolorida, enviándole mensajes de acompañamiento y de apoyo para su curación. A veces, puede ser un órgano concreto el que tome papel y bolígrafo,  nos cuente como se siente y lo que espera de nosotros.

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Déjate fluir al escribir estas cartas, protégelas del juicio de la mente, de interpretaciones y de críticas.

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Escribirse cartas a uno mismo es un sano ejercicio de instrospección y autoconocimiento, ayuda a tomar distancia de las emociones, a no identificarse con ellas, sino reconocerlas, sentirlas, nombrarlas y darles un sentido.  Permite que se desplieguen esos contenidos inconscientes que esperan ser traídos a la consciencia a la luz de tu escritura. Te animamos a que practiques este ejercicio durante unos días y observes los resultados.

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Carmen Guerrero

Fuente. Plano Sin  Fin

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Una práctica sencilla con muchos beneficios, algunos para tu psique, otros para tu desarrollo, e incluso otros más para tu salud

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Ahora y desde hace algún tiempo (¿pero cómo decir cuánto?) la escritura se considera un ejercicio reservado a unos cuantos. Si bien es posible que esté más presente y extendida que nunca en la historia, su uso es más bien instrumental o utilitario. Escribimos un mensaje de texto, quizá una actualización en Facebook, un tweet, un recado, pero poco más que eso. Leemos lo que alguien más escribe (como ahora), ¿pero alguna vez nos detenemos a pensar que también cualquiera de nosotros podría escribir así? No con cierto estilo, sino escribir porque sí, escribir sin una utilidad manifiesta, escribir únicamente porque hace bien y es satisfactorio.

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En los últimos meses han circulado reseñas sobre una práctica que al parecer es común entre personas de muy distintos ámbitos: actores, empresarios, periodistas y otros. Oliver Burkeman, por ejemplo, columnista en The Guardian y a quien hemos citado en Pijama Surf, también ha hablado al respecto.

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El hábito es sencillo: poco después de despertar por la mañana, tomar lápiz y papel y escribir hasta completar cerca de tres páginas, lo cual equivale más o menos a 750 palabras, mismas que se completan en un promedio de media hora. Escribir lo primero que venga a la mente. Escribir sin censura. Escribir sin pensar que alguien más va a leer el resultado final. Escribir y ya.

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¿Por qué algo tan simple puede tener tanta importancia? La respuesta puede ser variada. Podríamos decir que, cómo otros hábitos, este enseña también el valor de la disciplina y la constancia.

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Sin embargo, si sólo fuera esto, no sería distinto de correr o de realizar una actividad de entretenimiento (hay quien teje o quien construye cosas en su tiempo libre).

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La diferencia con la escritura, de acuerdo con quienes hacen esto que se ha dado en llamar “Páginas matutinas” ("Morning Pages") es que, de inicio, escribir conlleva la cualidad de la conexión. Como han descubierto muchos escritores en la historia de la literatura, paradójicamente escribir sin rumbo definido casi siempre conduce a algún lugar. Podemos comenzar con un recuerdo, con el sueño que tuvimos la noche que recién terminó, con una idea que quisiéramos desarrollar e incluso con algún pendiente del día. Si continuamos sin reservas, movidos únicamente por el impulso de escribir, con toda seguridad terminaremos en un punto que aunque no imaginábamos, de algún modo ya conocíamos.

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Por otro lado, escribir de la nada, llenar una página en blanco con lo primero que se nos ocurra, también nos enseña al menos dos cosas: una, nuestros propios límites. ¿Qué podemos decir? ¿De qué manera lo hacemos? ¿Con cuánta dificultad? En segundo lugar, también nos hace escuchar a nuestro crítico interior. Todos tenemos esa voz que nos señala nuestros errores, a veces con severidad excesiva. Conocer a ese juez pequeño pero terrible también es importante para nuestro desarrollo personal, pues no pocas veces es el orquestador del autosabotaje en que incurrimos.

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Finalmente, y aunque no es menor, la escritura también tiene efectos positivos en aspectos específicos de nuestra salud física y mental, pues puede contribuir a reducir las nocivas consecuencias del estrés y mejorar la memoria, por ejemplo.

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Autoconocimiento, honestidad, claridad e incluso un poco de buena salud. Parece un buen intercambio, ¿no crees?

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http://pijamasurf.com

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