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EVITA PROBLEMAS POSTERIORES, APRENDIENDO A DECIR "NO"

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ENVIADO POR SILVIA LEON

Aprende a evitar problemas

Una de las principales características de la autoestima baja es no tener el valor de decir que no a los pedidos o requerimientos de los demás.

Cuántas veces habrás sentido rabia contra ti por haber aceptado dar o hacer algo que no querías, simplemente por no atreverte a decir que no.
También cuantas veces saliste perjudicado o perjudicada por decir que si, aún sabiendo de antemano que el pedido era abusivo.

Seguro que te arrepentiste infinidad de ocasiones y te juraste que de ahí en más ibas a aprender la lección, esa era la última vez que aceptabas complacer a los demás, pero sólo quedó en buenas intenciones.

Problemas más comunes de decir a todo que si
Como mencionamos anteriormente muchas veces decir que si puede llegar a causarnos grandes perjuicios, dentro de los ejemplos más comunes tenemos aquel que comienza con la clásica frase: ” Préstame eso que luego te lo devuelvo”.

“Eso” puede ser los apuntes que sacaste en una clase mientras el otro no hacía nada, un libro que compraste con mucho sacrificio y necesitas para estudiar, los mejores zapatos que tienes, una prenda de vestir que adoras o cualquier cosa que en realidad no quieres prestar.

También están los famosos pedidos que consisten en préstamos de dinero, especialmente cuando lo necesitas para tus gastos y sabes que será difícil recuperarlo.
En muchos casos “eso” que prestaste vuelve en mal estado o simplemente nunca más lo ves y no sólo perdiste lo que era tuyo, sino que nuevamente tendrás que hacer un esfuerzo para comprar o reparar lo que otro disfrutó.

Pero no solo se trata de objetos o dinero, también están los favores, que pueden ser cuidar los niños o la mascota de alguien que va a salir, acompañar a una persona a donde no quieres ir, traer o llevar algo, hacer el trabajo de otro.

Y que decir sobre aquellos pedidos que te comprometen como cuando te dicen que mientas para proteger a otro o ponen en riesgo tu trabajo, posición y en algunos casos hasta la libertad.
La lista es infinita y a todos alguna vez nos sucedió algo similar, el problema es cuando continuamente estamos prestando nuestras cosas materiales o dedicando nuestro tiempo a otros por no animarnos a decir que no.

Porque no dices que no
Existen muchas causas, la educación que te enseña que la generosidad es una virtud, por no parecer egoísta, por el afán de ayudar, etc, pero no son esos los verdaderos motivos.
* Cuando tienes autoestima baja sobrevalúas a los demás, piensas que son mejores o más importantes y puedes sentirte un poquito importante cuando recurren a ti pidiendo algo.

* Muchas veces se acepta complacer a los demás para no perder su amor, amistad o cariño, esto también está relacionado con la autoestima.

* Otra de las causas puede ser el temor a al rechazo que supuestamente ocurriría si te niegas a hacer lo que te piden.

* La autoestima baja puede estar relacionada con la timidez esto lleva a que de “verguenza” decir que no.

Aprende a decir no

* Simplemente piensa que decir si o decir no son sólo fracciones de segundo, pero decir que no te puede ahorrar muchas preocupaciones y problemas.

* No se trata de ser egoísta y no ayudar a quien realmente lo necesita sino de impedir que la gente se abuse de tu generosidad.

* Piensa que si alguien te aprecia de verdad jamás te pediría algo que pueda perjudicarte, quienes realizan pedidos abusivos no son amigos ni gente que te quiere.

* Si alguien se ofende porque le dices que no a lo que te solicita es porque su único fin al acercarse a ti era obtener un provecho por lo tanto no temas perder a esas personas.

* Comienza a decir no, te costará un poco al comienzo pero es una buena forma de aumentar la autoestima y de valorarte, ya verás que cuando comiences a valorarte los demás te respetarán.

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Aprendiendo a manejar las emociones negativas

Las emociones son como una paleta multicolor: agradables o desagradables; efímeras o persistentes, pero todas son parte de la experiencia humana. Unas son más intensas; otras, más débiles. Unas duran minutos y, otras, apenas fracciones de segundos. Y se mezclan en un revoltijo difícil de dilucidar. No nos cuesta sentir la emoción, lo que nos cuesta es saber qué estamos sintiendo y cómo es que hemos llegado a sentirlo.

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En los últimos años, ciertamente hemos aprendido a valorar y cultivar las emociones positivas: para alargar la vida, para aumentar el bienestar general y hasta para protegernos de los resfriados. La psiconeuroinmunología nos ha enseñado que podemos bajar los niveles de cortisol (la hormona del estrés) cuando meditamos, oramos, hacemos el bien a los demás, reímos o nos abrazamos con nuestra pareja.

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Pero las emociones negativas también son necesarias. Son información al instante. Ahora, sabemos que cada una de las emociones negativas manda un mensaje alto y claro a todos alrededor y, sobre todo, a nosotros mismos… El miedo nos manda un mensaje que dice: “Hay peligro cerca…”. La tristeza nos manda un mensaje que dice: “He perdido algo…”. El enfado nos manda un mensaje que dice: “Hay algo aquí que no me gusta…”. La ira nos manda un mensaje que dice: “Alguien me está haciendo daño…”. La ansiedad nos manda un mensaje que dice: “No sé qué es, pero hay algo que no está bien…”. La vergüenza nos manda un mensaje que dice: “Hay algo que está básicamente mal conmigo…”.

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No obstante, las emociones negativas pueden distorsionar y estar tergiversadas por pensamientos negativos y nos hacen reaccionar impulsivamente. Tal parece que aún nos cuesta mucho saber qué hacer con las emociones negativas. Veamos… Suprimir emociones como ira, tristeza o miedo ha sido siempre una opción que no parece ser muy beneficiosa a largo plazo.  Dicen algunos expertos que darles rienda suelta a estas emociones es el camino…; pero sabemos que esa opción tampoco promete una vida plena y saludable. Esconderlas tampoco ayuda, porque todos hemos visto cómo las emociones parecen ingeniárselas para salir a flote cuando menos lo esperamos.

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Libros como Las Emociones Destructivas, de Daniel Goleman, o Emociones Tóxicas, de Bernardo Stamateas, han empezado a reconocer la necesidad de manejar esa riqueza de información que son las emociones negativas.

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Necesitamos la capacidad de sentir miedo para protegernos del peligro…, pero no queremos vivir con miedo. No es bueno que sintamos mucho enojo…, pero necesitamos la potencialidad de sentirlo para protegernos de situaciones injustas. No nos gusta la tristeza…, pero es necesaria como una señal de que nos indica –a nosotros y a los demás– que algo nos falta, o que algo está cambiando o ha terminado.

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Algunas ideas para manejar las emociones negativas:

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1.- En vez de huir de ellas, ignorarlas o regodearnos en ellas, agrandarlas o sacarlas fuera de contexto… tratemos simplemente de reconocerlas, identificarlas y poner nombre a todas nuestras emociones.

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2.- Muchas personas han aprendido a tolerar mejor las emociones negativas con el solo hecho de respirar lenta y profundamente, y permitirse sentir esas emociones intensas sin hacer nada. Hay momentos donde no hacer nada y solo respirar es lo mejor que se puede hacer.

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3.- Escribir nuestros estados emocionales y emociones es siempre beneficioso. Además de ayudarnos a entender qué es lo que realmente nos está pasando, nos permite sacarlas fuera y poner las cosas en perspectiva.

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4.- Es importante recordar que nuestras emociones están siempre enlazadas –como en una trenza– con nuestros pensamientos. Generalmente, emociones como la tristeza, el miedo o la ira se tornan aún más difíciles o más dolorosas mientras más sazonadas de pensamientos negativos están. Cuando identifiques tus emociones negativas recuerda que siempre están vinculadas a pensamientos negativos que también debes identificar y ver cara a cara.

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5.- Recuerda que las emociones son energía. Esa energía te impacta a ti mismo y a todo tu entorno, tu trabajo y tu familia. Responsabilízate de la energía que tus emociones despliegan en ti mismo y en las personas que están contigo.

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6.- Reconoce que es muy difícil –sino imposible– no experimentar emociones negativas, pero hazte responsable de comprenderlas, describirlas con palabras, aceptarlas y dejarlas ir.

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7.- Piensa que, como dice la psicología budista, a veces las emociones y los pensamientos negativos solo ocurren en ti, pero no te pertenecen ni tienes que hacer nada con ellas.  Lo único que necesitas hacer es notarlas, aceptarlas serenamente y dejarlas ir.

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Sentir es parte de ser persona. Y aunque hay quienes dicen que las emociones no se educan, la realidad es que las emociones son un lenguaje que, como cualquier otro,  tiene que aprenderse bien y practicarse bastante para que suene bien

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https://www.enexclusiva.com/11/2014/cuerpo-y-alma/aprendiendo-a-manejar-las-emociones-negativas

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LO QUE VOY APRENDIENDO. FRANCISCO DE SALES

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Esto no es ni pretende ser un testamento, ni el lamento de un arrepentimiento, ni una declaración de principios, ni una lección magistral.



Son algunas reflexiones que se han producido en mi interior, (sin que yo me diera cuenta de ellas la mayoría de las veces), y son también las dudas que me incordian, y las ideas que el paso del tiempo me ha ido prestando



Digo que tengo 58 años, pero 58, precisamente, son los que YA NO TENGO. En realidad, solo tengo el segundo exacto en el que estoy ahora mismo, y nada de futuro: sólo continuos instantes.



58 son los que han transcurrido desde que nací.



Tampoco puedo decir que son los que he vivido, porque entonces tendría que decir que 3, o 7, o 10. El resto de años los he despilfarrado, los he pasado durmiendo, los he visto pasar sin darme cuenta, se han gastado ellos solos…



De todos los pensamientos que voy guardando, la más cruel y evidente realidad es que esto de hacerse mayor en edad y acercarse cada vez más al fin de la vida, va en serio.

Y que yo, también, a mi pesar, seguiré el mismo camino hacia lo desconocido que recorrieron todos los ya fallecidos, y que no seré la excepción primera que algún día tal vez soñé.




Esto me hace reflexionar inevitablemente, porque voy siendo consciente de que cada día me queda menos tiempo de estar aquí, y cada vez soy más consciente de que tengo que ir preparándome para dejar la vida sin enojo, comprendiendo que ya cuando me la entregaron me dijeron al mismo tiempo que me la quitarían, pero que disfrutara de ella mientras estuviera entre el principio y el fin, así que esto no debiera molestarme mucho. Pero sí me molesta.

Esto último me lleva a darme cuenta de que aún estoy a tiempo de sacarle partido a lo que me queda, que aún dispongo de la oportunidad de modificar, de decidir, de abandonar y comenzar, de hacer, de decir, de pedir, de ofrecer…

El maravilloso regalo es que cada mañana nos trae la posibilidad de comenzar de nuevo y que, casi siempre, tenemos la opción de hacerlo.



Me viene a veces la idea de que tengo que estar en paz con todas las personas, para que el día de mi partida no deje asuntos sin resolver, o penas o inquietudes en los corazones de los vivos que no podremos solventar en otro momento.



Además, se me ha despertado un sincero amor hacia los otros, hacia los desconocidos: a esos lejanos que veo sonreír en alguna foto (y jamás veré en persona) y a los que muestran una tristeza profunda, porque con los primeros siento empatía y me gustaría abrazarlos, sin más, y a los segundos me apetece enviarles una sonrisa contagiosa que despierte a la suya oculta.



También me he dado cuenta de que voy a vivir el tiempo que viva mi cuerpo y en las condiciones físicas que se encuentre mi cuerpo, por lo tanto deberé prestarle atención y cuidarlo como un tesoro.



A menudo miro las fotos de esos personajes que conocí hace muchos años, y al verlos en la actualidad me doy cuenta de su lógica decrepitud, y trato de engañarme pensando que yo estoy bien, para la edad que tengo, y que aún tengo tiempo para vivir antes de que llegue a esa edad en que se comienza a, simplemente, sobrevivir.

Pero no es cierto.

La realidad, que no admite sobornos, me hace ver mis arrugas, me recuerda los ligeros achaques que empiezan a instalarse en mí, con la mala intención de quedarse a perpetuidad, y me hace consciente de las limitaciones que me imponen los años acumulados, y la promesa no mejor de las que llegarán con los próximos años.

Me imagino que llegará un día en que no pueda moverme de la cama, o que me sienten en una silla de ruedas y me dejen en ella todo el día.

Lo que tengo claro es que nunca voy a estar mejor que ahora.

(Una querida amiga dice que a esta edad, si te levantas una mañana y no te duele nada, es que te has muerto)



Este tiempo en el que estoy es, también, “El tiempo de los Arrepentimientos”, porque la experiencia (o simplemente la cantidad de cosas por las que uno ha pasado) hacen darse cuenta de cómo fueron algunas actitudes o actos del pasado.

Algunas cosas que en su momento parecieron cruciales, y fueron cargadas de una solemnidad y gravedad que ha desaparecido, ahora provocan una leve sonrisa o un sonrojo avergonzado, y uno se lamenta de algunas o bastantes de las cosas que hizo, de otras que no hizo, de algunos pensamientos, de no haber cumplido los sueños, de no haberse atrevido, de haber dicho o haber callado, de guardarse el amor y dejarlo caducarse en el corazón mientras alguien esperaba que se le entregara, de callarse los sentimientos y de dejar que los besos se secaran en los labios, de no haber corrido más o haber llorado más o haber jugado más o haberse muerto de amor.

Este tiempo es un preámbulo del Juicio Final, y si uno es sincero, y se da cuenta de sus fallos y sus “pecados”, según el propio criterio personal, y sin necesidad de que otro venga acusador a señalártelos, uno ve lo que estuvo bien y lo que no. Y aprende.

La parte positiva –que todo tiene su parte positiva- es que, en muchos casos, uno aún está a tiempo de arrepentirse, de pedir perdón, de reparar el mal causado, de comenzar de nuevo y con ganas, de vivir los años que quedan por venir, de proponerse la noble tarea de ser feliz y hacer felices a los otros, de enseñar lo poco que sabe, de usar el amor universal asiduamente y sin restricciones… en suma: de VIVIR.



reflexiones A los 58 años los remordimientos también tratan de aportar algo de luz y ayuda, actúan con una justicia amable y comprensiva, y nos hacen darnos cuenta de que no somos tan perfectos como a veces queremos suponer, y que hemos hecho daño, intencionadamente o sin querer, y que quisiéramos haber actuado de otro modo, pero el tiempo no nos da la oportunidad de volver a aquel entonces a repararlo.



A cambio, nos da la sabiduría para que no se vuelva a repetir, y nos ofrece la posibilidad de reconciliarnos con nosotros mismos de un modo más amable y profundo, de demostrarnos que nos seguimos amando a pesar de las imperfecciones. Nos ofrece un acogimiento cálido, como el de una madre que no deja de querer incondicionalmente al hijo, haga lo que haga.



Estos 58 años son una edad curiosa, interesante, que tiene entre sus ingredientes una claridad sorprendente para algunas cosas, y una comprensión interna de la vida, muy aposentada y con visos de seguir mejorándose cada día.


Es un tiempo de introspección y reflexión, de tomar ya las decisiones que se han ido aplazando, de atreverse ya por fin a hacer lo que uno sabe que tiene que hacer por su propio bien, de terminar de darse cuenta de quién es, de ser más íntegro y más digno, de reconciliarse con su humanidad, de aceptarse tal como uno es, de amigarse con los propios errores, con los “defectos”, con las cosas que aún no se han mejorado del todo, con sus limitaciones, con su insignificancia, aceptando que no se cumplieron todos los sueños, que la vida no ha sido del todo como uno imaginaba, pero que uno sigue consigo mismo a pesar de todo, y que uno tiene en este momento de su vida (sea el que sea) la maravillosa y mágica posibilidad de enderezar el presente y el porvenir.


Que así sea.

 

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