La madurez emocional no es una entidad normativa que se alcance a determinada edad. Nuestro mundo, lo queramos o no, está lleno de adultos que alcanzan el éxito profesional mostrando aún la gestión emocional de un niño de tres años. Estamos por tanto ante una dimensión tan sofisticada como íntima, es un despertar a la autoestima, a la empatía y a esa vida social basada en el respeto.
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Hay quien ve la adolescencia y la primera juventud como una especie de alegre disparate, ahí donde las locuras están justificadas, ahí donde no falta quien con un largo suspiro dice aquello de “no pasa nada, ya madurarán, son jóvenes”. Se nos olvida, quizá, que el simple hecho de llegar a la edad adulta no nos otorga el carnet de las verdades absolutas, de esa madurez que todo lo sabe y que todo lo acierta, ahí donde uno queda inmune a los errores, donde se resisten las frustraciones y uno se convierte en todo un gurú de las relaciones sociales.
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Este error de enfoque tiene su posible origen en la palabra “madurez”. Todos asumimos la idea de que el cerebro pasa por unas etapas muy concretas donde a medida que cumplimos años, se va desarrollando cada estructura y consolidando cada región con sus millones de sinapsis hasta culminar en esa ingeniería perfecta que es el córtex prefrontal, esa zona destinada a la toma de decisiones, la planificación y que orquesta también nuestro comportamiento social.
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Bien, es importante tener muy en cuenta que tal y como nos explican los expertos en neurociencia cognitiva, el cerebro siempre está en continuo crecimiento. Es más, en un trabajo publicado en la revista Journal of Neuroscience se demuestra que muchas de nuestras fibras de asociación de la sustancia blanca, asociadas a tareas cognitivas, nunca dejan de crecer si mantenemos, eso sí, una vida activa, si fomentamos la curiosidad, el interés, la sociabilidad…
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Con todo ello queremos decir algo muy simple. La madurez emocional no aparece a los 30 o a los 40 años. La plasticidad y la potencialidad de nuestro cerebro es tal que necesitamos de aprendizajes, de interacciones continuas y enseñanzas tempranas. Es en esa “alegre y disparatada infancia” cuando el niño de 6 años más agradecerá que se le enseñe a gestionar las emociones. Evitemos por tanto tener adultos de 50 con la tiranía emocional de niños de 4.
Todos parecemos maduros y sobradamente preparados
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Todos nosotros aparentamos una madurez eficaz, triunfante y muy válida para esta sociedad donde se necesitan personas preparadas y muy cualificadas en infinitas habilidades y capacidades. Ahora bien, tal y como nos explica Tony Campolo, sociólogo de la Universidad de Baltimore, estamos dando al mundo adultos con una madurez emocional “atrofiada”.
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No obstante, cuidado. Esto no quiere decir que sean personas “malvadas”, sino que lo que tenemos en realidad son hombres y mujeres incapaces de ser felices, de dar felicidad y de crear entornos facilitadores, armónicos e incluso productivos.
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La razón de ello se explica, según los expertos, por una serie de razones muy concretas. Una de ellas la podemos ver sin duda en nuestra juventud: tienen a su disposición más información que las generaciones anteriores. Muchos han crecido manejando infinidad de estímulos, de datos, de refuerzos… En casa y en la escuela se les ha preparado en múltiples habilidades con el fin de llegar al mercado laboral y a la sociedad “sobradamente preparados”. Y sin duda lo están.
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No obstante, el problema es que nos limitamos a “llenar” sus mentes, pero no entrenamos sus cerebros en la habilidad más importante de todas, la emocional. Porque entendámoslo de una vez: de nada me sirve ser desarrollador de software si no sé trabajar en equipo, si no sé resistir la frustración. De nada me sirve aspirar a ser directivo si no tengo una buena inteligencia emocional, si no sé crear un buen clima de trabajo, empatizando, potenciando mi capital humano…
Para desarrollar la madurez emocional se requiere humildad y voluntad
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La madurez emocional no llega con los años sino que se promueve desde edades tempranas. La madurez emocional tampoco viene con los daños, es decir, no hay que pasar por mil adversidades para saber qué es la vida y desarrollar así nuestras fortalezas personales. En realidad, no hay un punto de partida, ni un momento normativo, ni un desencadenante que por sí mismo, nos confiera la capacidad de ser empáticos, reflexivos, asertivos, hábiles a la hora de resolver conflictos…
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La madurez emocional es una inversión cotidiana, es un despertar continuado hacia uno mismo y hacia los demás. Para alcanzarla, es necesario que pongamos en práctica una serie de hábitos, una serie de estrategias que solo funcionarán si las impulsamos mediante el aliento de la voluntad y la coraza de la humildad.
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Estos serían algunos puntos clave a fomentar en nuestro día a día:
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- Los errores son errores, no los evadas, asúmelos y aprende de ellos.
- No temas a los cambios, los cambios nos permiten crearnos a nosotros mismos, y cambiar también es madurar.
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- No eres el centro del universo pero formas parte de un todo donde también tu presencia es relevante y esencial. Así que respeta a los demás tanto como te respetas a ti.
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- Valida emocionalmente a los demás, práctica una empatía útil: no basta con entender a los demás, debes demostrar que los comprendes. El sentimiento sin acción no sirve de nada.
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- Practica el desapego: no dejes que nada ni nadie sea tan importante para ti como para perder tus esencias, tu identidad, tu capacidad para decidir, para actuar, para ser libre.
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- Acepta que a veces se pierde, pero entiende que la rendición no está permitida.
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- Deja de centrarte en las quejas, en lo que no te gusta. Si algo que incomoda o no te agrada, ten el valor de cambiarlo o aceptarlo.
Para concluir, con todo lo que hemos explicado debe quedarnos claro que no es más maduro el que más años tiene, sino el que más ha aprendido en sus años vividos, sean 20, 30 o 70. Para ello, debemos asumir la firme responsabilidad de cuidar de nosotros mismos, posponiendo placeres inmediatos por valores a largo plazo y cuidando al máximo nuestro complejo microcosmos emocional.
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