ENVIADO POR MARÍA CLEMENTINA
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LA FIEBRE
La fiebre es nuestro mejor aliado para controlar la integración de las informaciones microbianas. Eje de la defensa natural, testigo de una reacción orgánica sana del niño aún inmaduro, es una manifestación propia de este periodo de individualización y debemos perder el miedo visceral y los prejuicios que nos impulsan sistemáticamente a combatirla. Muy a menudo los niños “equilibrados” presentan una “falsa fiebre” les aumenta la temperatura sin consecuencias y siguen jugando, bebiendo y durmiendo como si nada. La dieta, los baños 2º por debajo de la temperatura rectal y la presencia permanente de la madre (sobre todo por la noche) es suficiente para que baje.
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La verdadera fiebre es un síndrome impresionante con hipertermia, manifestaciones inflamatorias, escalofríos, sudores, contracturas musculares. Entonces hay que saber controlarla en su intensidad y en su duración. Alrededor de 38º y 38,5º la fiebre favorece el desarrollo microbiano. ¿Con que finalidad? Si el microbio es un enemigo entonces hay que combatir la fiebre por todos los medios.
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Pero si al contrario el microbio es una información, esta facilitación tiene sentido ya que es una amplificación para “ver mejor de que se trata” antes de una posible integración. De 39º a 39,5º la fiebre es bacteriostática, para la multiplicación microbiana. El mensaje es recibido, la información es integrada o juzgada sin importancia. De 40º a 40,5º la fiebre es bactericida, destruye los microbios suplementarios que no tienen ningún interés. Pero la fiebre tiene otras funciones.
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Aumenta el metabolismo de base favoreciendo las síntesis (crecimiento, anabolismo) y la eliminación de toxinas (catabolismo). Acelera los ritmos cardíaco y respiratorio, la filtración hepática aumentando su acción antitóxica. Estimula las funciones metabólicas del hígado, inmaduras hasta los 4 años, lo que nos deja entrever los daños considerables ocasionados por la quimioterapia masiva y rutinaria para “bajar la fiebre y destruir los microbios”.
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¿Qué significa “respetar la fiebre”? Primero hay que captar el sentido de la enfermedad infantil. Lo podemos comparar a una prueba iniciática que permite “limpiar la herencia” metamorfosear el cuerpo físico, elaborar el psiquismo, eliminar la predisposición natural a la neurosis regresiva o el retorno fusional a la madre. Pasar una “buena rubéola” o unas “buenas paperas” nos permite de hacer piel nueva y esta muda es una conquista que va acompañada de una metamorfosis profunda tanto de la fisionomía como de la psique.
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Al salir de la enfermedad el niño ha cambiado, su cuerpo en parte liberado de las “escorias” del pasado familiar, tribal o social para que pueda abrirse en él su individualidad psico-espiritual. Los rasgos se afirman, el niño crece, el lenguaje es más elaborado. Se vuelve más resistente para poder afrontar los futuros conflictos, madurando su sistema inmunitario. “La fuerza de la metamorfosis al atravesar una enfermedad infantil, nos dura toda la vida”, y parece que las subidas de fiebre de la infancia, juegan un papel protector frente a las enfermedades tumorales.
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La enfermedad infantil es una auténtica curación y los agentes de esa curación son los microbios. El término de “enfermedad” solo debería utilizarse en caso de complicaciones. Estas dificultades a franquear los pasos de la evolución, los encontramos en distintos niveles: una fragilidad relacionada con la pesada herencia psíquica de la humanidad (las diátesis innatas de los homeópatas), al “proyecto inconsciente de los padres”, a los traumatismos de la vida fetal, del nacimiento y de la infancia, a la carencia afectiva, a menudo a manipulaciones médicas intempestivas relacionadas con el miedo.
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La mayoría de los padres están aterrorizados por el espectro de las convulsiones y del delirio febril en relación con sus propios terrores infantiles (las angustias de sus propios padres) y el sometimiento a los dogmas médicas en vigor, un miedo irracional mantenido y amplificado por algunos médicos que son incapaces de comprender la naturaleza profunda de estos procesos vitales. La propaganda vacunalista se basa en el miedo de las complicaciones y muy a menudo es la misma vacuna que provoca estas consecuencias.
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Las enfermedades infantiles tienen siempre un gran componente emocional, como todos los grandes momentos de nuestra vida. El niño desde su etapa pre-verbal hasta alrededor de los 3 años, está completamente abierto a las influencias externas. Imita a los “mayores” para construirse, y esto se puede comparar al contagio. Igual que intenta reconstruir cada palabra y cada gesto en sus juegos secretos, de la misma manera puede manifestar físicamente a través de una erupción cutánea, una bronquitis, una diarrea, un estreñimiento, o convulsiones (venganza dirigida contra la madre!) el ambiente emocional en el que vive. ¿Qué modelo humano damos a nuestros niños? De todas las emociones el miedo es la más contagiosa, es la mayor enfermedad de nuestro siglo. La ansiedad de la madre, subjetiva, puede generar por resonancia una agravación, objetiva, y a veces dramática de los síntomas en el niño.
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Cuanto más inquieta está la madre, más riesgo hay de agravar la enfermedad, aunque esto parezca un poco duro, pero a veces el miedo obsesivo de las convulsiones en los padres o en el médico, es suficiente para generar convulsiones en el niño. Si tenéis miedo de caer, la manera más sencilla de eliminar este miedo es justo caerse!
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¿Cuándo vamos a entender que la salud de nuestros hijos es un reflejo fiel de nuestros estados de ánimo?
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Cuando llega la crisis evolutiva, hay que rodear al niño de una atmósfera serena, positiva, Animándolo y admirando este misterio que se produce. Hay que acompañarlo en su esfuerzo de curación, armar al guerrero para su combate y no evitárselo ya que “las enfermedades son los obreros del divino”
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