LOS PENSAMIENTOS CATASTRÓFICOS O EL MIEDO A VIVIR

Las personas cercadas por pensamientos catastróficos tienden a ver consecuencias espantosas en todos los acontecimientos. Si les duele la barriga, tienen miedo de ir al médico porque sospechan que puede ser un tumor maligno. Si prenden una hoguera, en su cabeza aparece la imagen de una quemadura de tercer grado, debida a algún descuido. Cuando suben a un avión, desfilan por su mente las imágenes de sí mismos cogiendo el salvavidas.

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Por naturaleza, tendemos a reaccionar con una cierta dosis de miedo o de aprehensión ante lo nuevo o lo incierto. Sin embargo, para algunas personas ese pequeño cúmulo de temor se convierte en un catastrofismo sin límite, que los asedia y hace de su existencia un verdadero infierno.

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“El sol brilla en todas partes, pero algunos no ven más que sus sombras”
-Arthur Helps-
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Las personas con pensamientos catastróficos están llenas de malos presentimientos. El hilo de sus razonamientos, por lo general, se construye a partir de la premisa “Y si…” Por eso rondan por su mente preguntas como “¿Y si tomo el autobús y se estrella?”… “¿Y si presento mis ideas y todos se burlan de mí?”… ¿Y si al cruzar la avenida no me doy cuenta de que viene un auto a toda velocidad?”… Siempre imaginan la peor de todas las posibilidades en cada situación.

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La naturaleza de los pensamientos catastróficos

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Los pensamientos catastróficos no son un problema independiente. Por lo general, están asociados a estados de ansiedad y/o depresión mucho más profundos. Quien se encuentra con un elevado grado de ansiedad, por ejemplo, ante un aumento del ritmo en los latidos de su corazón cree que sufrirá un infarto. Quien padece depresión, se visualiza a sí mismo en situación de abandono o rechazo, viviendo debajo de un puente, pidiendo limosna en alguna calle o muriendo solo en un hospital de caridad.

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Lo cierto es que todos tenemos pensamientos catastróficos a veces, pero lo que los convierte en un síntoma importante es la regularidad de esos razonamientos y su carácter obstinado. Claro que podemos ir al zoológico y ser atacados por un león, pero las probabilidades de que esto ocurra son ínfimas. También podemos ser atropellados, pero son muchos más los millones de personas que no sufren este tipo de accidentes que las que sí los padecen.

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El punto es que, para quien tiene pensamientos catastróficos, esa probabilidad ínfima se sobredimensiona. Esto se debe a que se produce una distorsión en el pensamiento que consiste en que no se toma en cuenta el dato objetivo de la probabilidad de ocurrencia, sino el dato subjetivo de la reiteración del peligro en la propia mente.

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En otras palabras, se repite tanto la idea de esos riesgos absurdos, que el afectado termina por adquirir la sensación de que es altamente probable su ocurrencia. En esta sobre-estimación de la probabilidad influyen otros factores a parte de nuestra propia predisposición, como el entorno o los medios de comunicación.

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En el cerebro humano, un pensamiento recurrente influyen incluso en la manera en la que se conectan nuestras neuronas. Cuanto más se piensa algo, más vuelve a la mente. Es lo que sucede en el caso de los pensamientos catastróficos: como se repiten tanto, quedan fijados. Y como quedan fijados, se repiten constantemente, pese a que son un evidente autoengaño.

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Las catástrofes y el miedo a vivir

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Casi todos los seres humanos pasamos alguna vez por al menos una situación que vivimos como catastrófica. Más tarde o más temprano nos veremos confrontados con la muerte de alguien querido, con algún evento de salud difícil de manejar o simplemente con la incertidumbre de no saber qué hacer después de algún cambio drástico. Sin embargo, si estas situaciones fueran una constante, no lo soportaríamos.

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Lo que no entienden quienes están asediados por pensamientos catastróficos es que todas esas situaciones son susceptibles de ser abordadas y superadas. Lo que temen en el fondo es a quedar en una situación de extrema vulnerabilidad:

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situaciones frente a las que no puedan reaccionar, o que los dejen, literalmente, paralizados y sin poder hacer algo. Esto supone al final ignorar un hecho: contamos con recursos para que ante toda situación, por difícil que sea, podamos ofrecer una respuesta.

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Lo que hay detrás de las personas con pensamientos catastróficos es seguramente una infancia difícil. Aprendieron, desde niños, que el medio es hostil y que los peligros acechan. Seguramente cuando estaban pequeños no entendían muy bien de dónde iba a provenir el próximo riesgo y esto hizo que construyeran en su interior un mecanismo de pensamiento exageradamente defensivo.

hombre mirando el firmamento

Lo que es aconsejable hacer frente a este tipo de pensamientos es tomar pausa para evaluarlos, para pasarles un “filtro de realidad”. Además, nos va a venir bien pensar en las posibles respuestas que se pueden dar frente a esos peligros, comenzando por la prevención.

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