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Cambiar de opinión en un momento dado no es alejarse de nuestras esencias. Es darse cuenta de que personas en las que confiábamos no son de fiar, es asumir que un camino que creíamos acertado no lo era tanto, y es por encima de todo, saber avanzar con mayor perspectiva y madurez. Por tanto, no olvidemos que todos tenemos ese valioso derecho, el de cambiar para poder crecer.
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Por curioso que parezca, en nuestro día a día no falta quien ve con ojos escépticos el que en un momento dado, actuemos o pensemos de modo diferente. Algo así suele sorprender a nuestros familiares, desencajar a nuestras parejas o inquietar a amigos. ¿Pero cómo es que ahora te gusta el “verde” si antes eras un apasionado del color “azul”?
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En efecto, así es. Ahora preferimos el color verde o el rojo o el cobalto, porque de pronto nos hemos dado cuenta de que en la vida hay más colores de los que nos habían enseñado. Ahora, hemos descubierto también que hay tonalidades que nos favorecen mucho más, que hay sabores que nos despiertan los sentidos y que hay olores, rincones y escenarios más motivadores y enriquecedores.
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Cambiar de opinión en un momento dado no es un sacrilegio ni nos convierte en personas volubles o cambiantes. Es más, aquellas personas capaces de abrir su mente, de ser receptivas a otros estímulos y que además, están abiertas al cambio cuando así lo creen o lo consideran, son perfiles altamente competentes en su propio crecimiento personal.
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Las personas con una mente abierta no temen cambiar de opinión
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Las personas que cambian de opinión a la ligera y sin razón alguna nos generan desconfianza. Este hecho es algo evidente, porque no es fácil vivir con quien hoy nos dice una cosa y luego hace otra, con quien hoy defiende a ultranza una serie de valores y mañana los rechaza y opta por otros completamente opuestos. Ahora bien, no es de este tipo de dinámica comportamental de la que estamos hablando.
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Nos referimos por encima de todo, a esa capacidad que todos deberíamos practicar: la del cambio enfocado a facilitar el desarrollo humano. Así, ser capaces de cambiar de opinión sobre un tema, sobre un comportamiento o sobre la concepción que tenemos de una persona en concreto, es a menudo como esa línea de salida con la que facilitar nuestro mejor avance, nuestra única oportunidad por asumir otras perspectivas y enfoques más útiles.
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En el Journal of Personality and Social Psychology los psicólogos sociales Ian Handley y Dolores Albar publicaron hace unos años un interesante estudio sobre nuestra resistencia a cambiar de actitudes. Según este trabajo hay un hecho central que no deja de ser increíblemente revelador: las personas con una buena autoestima y que se sienten bien consigo mismas tienen una mente más abierta y son mucho más receptivas al cambio. Es más, no tienen miedo a cambiar de opinión en un momento dado y a dejar claro por qué lo hacen.
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Heurísticos que actúan como nuestra voz interior
Este dato se relaciona también con lo que otros psicólogos, Melissa Finucane y Paul Slovic, etiquetaron bajo el término “heurísticos afectivos”. Es decir, aquellos perfiles con un enfoque vital más flexible y abierto a la experiencia suelen tomar sus decisiones basándose en atajos mentales que se nutren directamente de sus emociones, o mejor dicho “de su instinto”.
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Su rodaje en materia de auto-conocimiento es tan competente que disponen de un “detector”(o una voz interior) capaz de avisarles en qué momento ciertas cosas dejan de convenir, o en que instante ciertos ideales, compañías o conceptos deben ser descartados porque ocasionan disonancias, insatisfacción o infelicidad.
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Por su parte, las personas más reacias a cambiar de opinión o de actitud usan heurísticos más sofisticados pero menos emocionales. Solo así logran poner muros para invalidar de mil formas posibles todo aquello que ose desafíe sus ideas preconcebidas.
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Tienes derecho a cambiar de opinión
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Tienes derecho a cambiar de opinión, a dejar de sentir admiración por alguien sin que ello te haga sentir mal. Lo tienes, tienes derecho a que ahora te guste esa disciplina, esa afición o esa área de conocimiento que antes criticabas simplemente, porque no habías tenido la valentía de acercarte a ella para descubrir todo lo que podía ofrecerte.
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A veces, cambiar de opinión es crecer, es permitirnos abrir nuevas puertas cerrando antes otras a nuestra espalda para avanzar con mayor competencia y seguridad. Y nada de eso es malo ni nos hace peores personas, todo lo contrario.
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Ahora bien, en cada uno de estos pasos hay un hecho que no podemos dejar de lado.
Quien cambia de opinión sobre algo o alguien es porque ha hecho previamente un ejercicio de autorreflexión. Es porque se ha permitido hacer uso de esos heurísticos afectivos antes citados para recordar dónde están sus esencias, qué dice su instinto así como sus necesidades emocionales.
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Nadie debería por tanto hacer cambios a la ligera o cambiar de opinión solo por mero capricho. Hay que hacerlo con certezas, con la certeza y la seguridad de que hay cosas que ya no deben ser defendidas porque hay opciones más válidas y enriquecedoras.
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Pensemos en ello y dejemos de tener tanto miedo a los cambios, pequeños o grandes.
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Por Valeria Sabater
La Mente es Maravillosa
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