Música: Una manera prodigiosa de mejorar
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La música es un elemento fundamental en mi vida.
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Escogerla bien, y escucharla en buenas condiciones, permite curar algunos problemas de salud, pero también vivir más tranquilo, tener más energía, ser más agradable con los demás, tomar decisiones en mejores condiciones e incluso ser más inteligente.
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La música que cura
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De hecho, hoy está demostrado que la musicoterapia (curar con la música) permite:
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- Curar ciertos problemas psíquicos: determinada música puede reducir la ansiedad, el insomnio, la depresión, el autismo, la esquizofrenia y mejorar el humor.
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- Curar ciertos problemas físicos: determinada música puede mejorar la calidad de vida de las personas que padecen la enfermedad de Parkinson, aliviar el dolor, aumentar el rendimiento deportivo, reducir las náuseas y los vómitos postoperatorios, disminuir los síntomas de la esclerosis múltiple (o esclerosis en placas) y mejorar el estado de las personas que padecen problemas cardiacos y fibrosis quística.
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- Los investigadores constataron en 1993 que los niños que se sometían a un test de inteligencia tras haber escuchado una sonata de Mozart obtenían una mejor puntuación. La música les hacía más inteligentes. Este descubrimiento se publicó en la revista científica Nature.
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Experiencias médicas reales con la música
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He aquí un ejemplo concreto de los efectos de la música, del que dio cuenta el neurólogo británico Oliver Sacks:
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“Uno de mis pacientes, el doctor P., había perdido la capacidad de identificar objetos, incluso los más comunes, mientras su agudeza visual se mantenía perfecta. No podía reconocer el guante o la flor que le enseñaba; un día ¡confundió a su mujer con un sombrero! Esta situación, sin duda, lo limitaba mucho, pero descubrió que podía encargarse de las tareas de casa cuando las organizaba en forma de canciones. Así, tenía una canción para vestirse, otra para las comidas, otra para el lavabo, etc. Una canción para cada gesto de la vida cotidiana”.
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“Algunos de mis pacientes, víctimas de un ataque cerebral o que padecen alzhéimer, son incapaces de encadenar gestos que presentan una cierta complejidad, como vestirse. En este caso concreto, las palabras en verso con rimas pueden actuar como mnemotecnia”. (1)
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El castrato Farinelli supo curar con su canto al rey Felipe V de España (conocido irónicamente como “el animoso” precisamente por su tristeza), que padecía depresión nerviosa. Ninguna medicina había podido con los ataques de melancolía que le impedían asumir sus responsabilidades regias. Cuando Farinelli cantó para él por primera vez, recobró el gusto por la vida. El rey le hizo cantar todos los días, y así fue recuperando poco a poco la salud.
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Cómo actúa la música
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Para explicar este efecto de la música, hay que acudir al funcionamiento del cerebro.
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Aunque tengamos la impresión de que siempre estamos pensando en algo, la realidad es que los pensamientos conscientes que nos ocupan la cabeza son la mayor parte del tiempo cosas intrascendentes, frívolas, sin utilidad. “¡Qué coche más bonito!”; “He comido demasiado”; “Vaya, tengo que trabajar”; “Cómo me irrita este tío”; “Este sillón está muy duro”; “Me aburro…”.
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A veces, cuando nos concentramos, podemos hacer reflexiones complejas, como resolver un problema matemático.
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Pero incluso la más complicada de las ecuaciones de Einstein no es más que una operación mental simple y burda en comparación con los increíbles cálculos que el cerebro ejecuta, en todo momento y sin que seamos conscientes de ello, para permitirnos, por ejemplo:
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- andar entre la muchedumbre en movimiento y evitar los obstáculos para no caernos.
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- hablar de manera inteligible, articulando todos los sonidos como es debido.
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- chutar una pelota y marcar un gol o lanzarla y encestarla.
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Tomemos el caso del cerebro de un jugador de billar. Es capaz, lo que es asombroso, de determinar cómo darle a una bola con el ángulo, la fuerza y el movimiento rotatorio necesarios para meterla en el agujero, tras varios rebotes. Sin embargo, este mismo jugador no podrá describir nunca su gesto en palabras, y todavía menos plantearse las ecuaciones matemáticas que describen la trayectoria de la bola.
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Muchas veces, utilizamos la palabra “instinto” para describir este prodigio, pero es porque a menudo ignoramos que la parte inconsciente de la actividad del cerebro es infinitamente más rica y desarrollada que aquella de la que tenemos conciencia. Así, el cerebro controla en todo momento los procesos fisiológicos.
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Dirige la digestión, el sistema inmunitario, el funcionamiento de los riñones, el hígado, el bazo, el páncreas… sin que tengamos la menor conciencia de ello. Ni aunque hiciéramos un gran esfuerzo de interiorización llegaríamos nunca a comprender, por ejemplo, los movimientos del estómago ni podríamos ordenar al sistema inmunitario que destruyese un microbio o una célula cancerígena (bueno, algunos afirman que sí son capaces, pero no parece que la mayoría de nosotros pueda hacerlo).
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Esto es lo trágico: el cerebro consciente, los pensamientos conscientes que somos capaces de generar de manera voluntaria en la cabeza, no tienen apenas influencia sobre las funciones complejas del cuerpo. Aunque el cerebro sea quien las coordine, la voluntad interviene muy poco. Y lo que es más sorprendente, nuestra voluntad en sí no llega a actuar sobre los sentimientos. Si nos enfadamos, somos tímidos, celosos, impacientes, estamos enamorados o deprimidos, por mucho que nos repitamos a nosotros mismos “¡Ya basta!”, en general no sirve de nada.
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Y aquí es donde llega la música y su increíble poder.
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La música es más poderosa que la voluntad
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Cuando, hace milenios, el ser humano se dio cuenta como nosotros de que su voluntad consciente no podía hacer nada, o casi nada, para curar una enfermedad del cuerpo o del alma, constató que era el momento de pasar a los sonidos.
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El simple gesto de dar palmas puede modificar el estado de ánimo de alguien, provocarle una excitación repentina, ganas (¡necesidad!) de bailar, por ejemplo, o exaltación si un grupo de gente se pone a aplaudir delante.
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Pero los efectos de la música van más allá, mucho más lejos. Tocar unas notas, en un determinado orden, tiene el poder de provocar alegría, tristeza, distensión, agresividad, rabia, risa, esperanza, inquietud… y podría seguir así hasta el infinito.
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La música penetra directamente en los circuitos neuronales más complejos y más inconscientes del cerebro e influye en el estado de ánimo, pero también puede regular directamente la respiración, el ritmo cardiaco, las funciones motoras e incluso actuar en otras funciones como la digestiva o la inmunitaria, lo que explicaría sus efectos terapéuticos.
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Los egipcios conocían la armonía de los cuerpos y usaban la música como tratamiento. Sabían que la belleza del arte contribuía a devolver al enfermo su belleza, como manifestación de la armonía reencontrada. La enfermedad se entendía como un desequilibrio que la música podía por sí sola corregir.
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Los griegos enseñaban música a la vez que medicina. El filósofo y matemático griego Pitágoras creó con los sonidos todo un método, al que llamó “purificación”, para tratar a los enfermos. Para ello, inventó remedios que debían reprimir o expulsar las enfermedades tanto del cuerpo como del alma.
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Componía música destinada a corregir los estados de ánimo. El filósofo latino Jámblico, en su “Vida de Pitágoras”, indicó que: “mediante el uso sólo de sonidos musicales, sin acompañamiento de palabras, Pitágoras efectuaba la curación de las pasiones del alma, así como de determinadas enfermedades”.
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Los chinos y los hindúes también señalan en sus testimonios los efectos curativos del sonido y la música.
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La música parece tener efectos mágicos
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El efecto de la música en el ser humano es tan poderoso que al principio se atribuyó a los espíritus o a los dioses. La música siempre y, ante todo, ha sido religiosa, porque permitía al hombre comunicarse con un mundo invisible.
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En la Biblia, el joven pastor David es llamado ante el doliente rey Saúl: “David fue llamado ante el rey Saúl para calmar sus crisis, ya que el espíritu del Señor se había retirado de Saúl y un espíritu malo le provocaba terrores… David cogía la cítara y la tocaba para calmarlo. Entonces Saúl se sentía aliviado y el espíritu malo se alejaba de él.” (2)
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Pero la música es también religiosa en el sentido amplio del término, es decir, que une a los hombres. Las personas sienten a menudo los mismos sentimientos al escuchar la misma música. Tienen la impresión de comunicarse, de formar un único cuerpo, como sucede con los monjes que cantan el gregoriano en un monasterio, como los participantes de una “rave” moderna en un campo agrícola, con los soldados de un ejército caminando al son del pífano o con una tribu africana bailando alrededor de un tam-tam.
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Con el tiempo, la música se ha perfeccionado. Los seres humanos han aprendido a combinar cada vez mejor los ritmos, las melodías (sucesión de notas que forman una frase musical), la armonía (el resultado de varias notas tocadas a la vez), los matices (fuerza o suavidad) y los timbres (sonidos particulares de los instrumentos que producen efectos diferentes) para producir los efectos más variados tanto en su público como en ellos mismos.
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¡A su salud!
Juan-M. Dupuis
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