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ADICTOS AL AFECTO.

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Hay personas que están enganchadas al amor. La dependencia emocional transforma el deseo en necesidad, y las relaciones de pareja se vuelven destructivas. El dependiente no nace, se hace, por lo que es una conducta que tiene solución

Jon Fernández

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Amar no es sinónimo de sufrir. Aun siendo una afirmación obvia, hace falta recordarlo de vez en cuando. La búsqueda del amor es una de las necesidades básicas del ser humano; el afecto nos convierte en seres fuertes, pero si al alcanzarlo nos entregamos en exceso y no acertamos a delimitar los sentimientos, la pasión se puede convertir en veneno. “No puedo vivir sin ti”, “vivo por y para ti”, “sin ti no soy nada”... son frases que encierran mucho más que amor.

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 Son un claro síntoma de que el deseo se ha convertido en necesidad, y amar en un tormento. Los dependientes emocionales albergan una gran carencia afectiva y por ello se anulan a sí mismos y, aun siendo conscientes de su infelicidad, se entregan completamente a relaciones de pareja destructivas. Es como si estuvieran enganchados al amor, como si fueran adictos al afecto.

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La psicología no clasifica la dependencia emocional como una patología, lo cual, según Jorge Castelló, psicólogo y psicoterapeuta de adultos y autor del libro Dependencia emocional (Alianza Editorial).

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 “Normalmente, el origen suele estar en la infancia”, señala Castelló. Asegura que la mayoría de casos que recibe en consulta han experimentado historias de relaciones familiares perturbadoras, de carencia afectiva, inadaptación social, vivencias de rechazo en la familia e incluso de sobreprotección extrema. “Haber vivido este tipo de situaciones durante los primeros años de vida provoca que se vaya fraguando una autoestima deficitaria que comienza a introducir una afectividad perturbada, es decir, una forma de querer patológica”.

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 No obstante, una persona puede llegar a ser dependiente emocional por diferentes y variadas causas: la personalidad de cada uno desempeña un papel importante en el desarrollo de esta necesidad, así como el proceso de socialización o, incluso, las situaciones traumáticas. Los diagnósticos de enfermedades graves, por ejemplo, pueden alterar la forma de relacionarse tanto a nivel de pareja como a nivel social. Así pues, nos podemos encontrar con una persona que ha llevado un tipo de vida y unas relaciones normales, con una personalidad no dependiente, pero que ante un evento traumático reacciona dando un giro de 180 grados en la forma de entender una relación, basándola, sin darse cuenta, en la dependencia. Por lo tanto, todos somos dependientes emocionales potenciales.

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Existen una serie de conductas que se repiten en personas dependientes, y si las conocemos nos pueden servir a modo de aviso. La primera y principal señal es el miedo a la ruptura. Sin pareja se sienten abandonados, solos ante el peligro, como si no tuvieran la disposición necesaria para enfrentarse al mundo si no es en compañía de alguien del cual dependen. Y ese miedo conlleva otro patrón que también se repite, la tendencia a encadenar relaciones.

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“Los dependientes emocionales suelen tener parejas desde la adolescencia, y si es posible intentan estar siempre con alguien. Después de una ruptura, vivida como un acontecimiento verdaderamente catastrófico, intentan reanudar la relación por muy nefasta que haya sido o bien buscan a otra persona que cubra su necesidad extrema de estar acompañados de alguien”, comenta Castelló.

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 El segundo indicador es la baja autoestima y el concepto negativo de sí mismo. “La inseguridad, la culpabilidad o la percepción de que el origen de su conducta y comportamiento es externo a la propia persona, pueden hacer que sienta la necesidad de protección, ayuda y dependencia de otra persona”, apunta Navarro.

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Explica, además, que suelen tener pocas competencias emocionales, que tienen dificultades para expresar y regular sus sentimientos de manera apropiada, y les cuesta comprender las emociones propias y las de los demás. Todo ello propicia, inevitablemente, el establecimiento de un papel de sumisión en las relaciones. El proceso de subordinación se convierte en un círculo vicioso: la dependencia emocional provoca relaciones de pareja desequilibradas en las que se sufre mucho, y eso hace que el autoestima del dependiente se vaya minando, pero aunque se estén consumiendo prefieren ese tipo de relación a quedarse solos.

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Es posible plantearse que la pareja también puede tener parte de culpa. Sin embargo, Navarro subraya que no se trata de buscar culpables, sino de identificar qué papel desempeña uno mismo en su dependencia.

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“El dependiente, en cierto modo, hace sentir bien al protector, a la pareja. Siente que le cuida, que es importante para ella, que sin ella no sería nada... En definitiva, alimenta su ego”. Con lo cual, normalmente el origen de la relación tóxica no suele estar en la pareja, es más, al dependiente le suele interesar un tipo de persona a su medida para que encaje en una relación de carácter dependiente. “Suele buscar relaciones protectoras. Acostumbran a elegir una pareja más mayor, más madura, con una personalidad fuerte, que les de seguridad y tranquilidad”.

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Pero por mucho que adopten un papel de sumisión, las personas dependientes suelen manejar a su antojo a la pareja, ya que recurren a menudo al chantaje emocional. “Es su única herramienta. Necesitan sentirse protegidos, y es el instrumento de manipulación que tienen más a mano. De hecho, los niños también lo hacen nada más nacer, juegan con las emociones. Cuando nuestro bebé requiere atención nos hace reír para que le cuidemos y estemos encima de él.

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Cuando una persona va creciendo puede adoptar estrategias más elaboradas, como hacerse la víctima o hacerse el desamparado”, afirma Navarro. El problema es que estas conductas son dañinas, y nunca fomentan una relación en base al respeto, a los valores sanos. Normalmente utilizan estas técnicas de manipulación con su pareja, pero también lo pueden hacer con su gente cercana, puesto que la dependencia emocional no surge exclusivamente en el seno de una relación amorosa. Se da con menos frecuencia, pero hay relaciones entre amigos, e incluso entre padres e hijos que se convierten en destructivas.

PARA LEER EL ARTICULO COMPLETO

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 http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20120203/54247144111/ad...

 

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¿TRABAJADOR O TRABAJÓLICO?

5889692876?profile=originalENVIADO POR CARMEN

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Para todos nosotros, el trabajo es uno de los puntos cardinales de la vida, junto con el amor, la familia y la salud. Nada más noble que ganar el pan con el sudor de nuestra frente. El trabajo bien hecho produce gran satisfacción, sí, pero ¿cómo saber cuando nuestro amor por el trabajo se pasa de rosca? Es difícil: existe una delgada línea entre ser responsables, dedicados y la compulsión por trabajar. ¿Cómo pasamos de trabajadores a trabajólicos?

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Al igual que otros -ólicos, el trabajólico es un adicto. No a substancias, sino a su trabajo, a su carrera, o a la creencia de que sólo ellos pueden hacer bien las cosas. El término (peyorativo) que define a una persona que pone a su trabajo por encima de su vida personal es relativamente nuevo; lo usó por primera vez el psicólogo Wayne Oates en 1968 y se popularizó en 1971 con la publicación de su libro: Confesiones de un trabajólico.

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Un trabajólico no se define por el número de horas que trabaja, sino por la prioridad que les da a las mismas. Una persona que trabaja en promedio 15 horas diarias no es necesariamente un trabajólico. Además de las largas horas, los trabajólicos no tienen pasatiempos ni amigos. Usan las vacaciones o días festivos como una oportunidad para trabajar horas extra.

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Si salen con su familia en esas fechas, llevan su computadora portátil y su Blackberry, sin la cual, dicho sea de paso, no pueden vivir. Se saltan comidas, y cuando comen, lo hacen casi parados, trabajando. Casi no duermen, ya que frecuentemente se desvelan trabajando. Cualquier esfuerzo les parece poco, pues para ellos su realización es a través del trabajo. Punto. No hay familia, relaciones, ni amigos que valgan. Por eso, muchos trabajólicos son solteros, divorciados, o tienen un matrimonio en peligro. Las actividades que se encuentran fuera del trabajo las definen como una pérdida de tiempo y si llegan a tenerlas, las dejan siempre en un segundo plano.

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Esta compulsión por trabajar no es temporal; va más allá de una meta o de la duración de un proyecto. Es un modus vivendi. Un trabajólico que se respete, jamas tiene tiempo de visitar a sus padres (ni aunque se enfermen), llega tarde a eventos familiares (y eso, si va). Los casos extremos se pierden el nacimiento de sus hijos y pueden cancelar hasta su luna de miel. Las enfermedades tampoco los detienen: trabajan enfermos y son capaces de camellar hasta en el hospital mientras se recuperan de un transplante.

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Dentro de los roles sociales, la presión sobre los varones para que tengan éxito no es un mito, es una realidad. Los hombres construyen su identidad a partir del éxito profesional. Se sienten más importantes y valorados en la medida en que tengan un trabajo mas importante o sean más exitosos. Existe, además, un doble discurso de las mujeres con sus trabajólicas parejas: mientras por una parte exigen al proveedor más y más y más bienes materiales, por la otra les reclaman las largas horas que pasan fuera de casa para conseguirlos. Pero, eso es tema de columna aparte.

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Lo que sí es un mito es la creencia generalizada de que, por estar centrados en el estrellato profesional, los trabajólicos tienen esposas desesperadas e insatisfechas. Una investigación encabezada hace unos años por el psicólogo Jonathan Schwartz, de la Universidad Tecnológica de Louisiana, realizada con 100 parejas sexualmente activas y en las que el hombre era trabajólico, reveló que los hombres que tienen dificultades para balancear su vida profesional con las relaciones personales son mejor evaluados por sus parejas en términos sexuales.

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Por contradictorio que parezca, de acuerdo con Schwartz, los encuentros íntimos de los trabajólicos son frecuentes e intensos. Imelda Bush, investigadora que formó parte del equipo de Schwartz, considera que en buena medida esto pudiera estar motivado por la culpa, ya que los hombres que dedican mucho tiempo al trabajo pueden sentirse mal y hacen un esfuerzo mayor para satisfacer a sus parejas sexualmente, para compensarlas por el tiempo que pasan fuera de casa.

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Sin embargo, el estar sexualmente satisfecho no necesariamente habla de buenas relaciones conyugales. Por más que los trabajólicos sean muy viriles, tener mucho sexo no implica una conexión emocional satisfactoria. Si bien el sexo es parte muy importante de una relación, sabemos que no lo es todo y, muchas veces, una buena vida sexual no es suficiente para mantener una relación a flote.

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Las mujeres trabajólicas que quieren pareja tampoco la tienen fácil. A diferencia de los hombres, su actitud ante el trabajo no se percibe como sexy; al contrario, genera rechazo entre sus posibles parejas. Su imagen de autosuficiencia los hace sentir inseguros e incapaces de satisfacerlas en cualquier ámbito. Supongo que será por eso que es tan común ver a mujeres exitosas sin pareja.

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Como todo en la vida, necesitamos un balance para ser felices y obtener paz interior. Hacer bien nuestro trabajo es importante; pero vivir para trabajar tiene un precio. Muchas veces es tan alto, que no vale la pena lo que sacrificamos por ello, pero eso solamente cada uno lo sabe. ¿Trabajas para vivir o vives para trabajar?

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Fernanda de la Torre -  http://www.milenio.com

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