Nadie puede salvar a nadie. Ni siquiera uno se puede salvar dentro del otro porque nada de él somos nosotros, nada nos pertenece, nada nos identifica.
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A lo sumo podemos acompañar en el camino si es que la compañía sirve de algo, pero no podemos hacer pensar de otra forma al otro ser, ni sentir con su corazón.
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Hemos de dejar la idea romántica e inoperante de que podemos intervenir en el cambio. No hay tal cambio si no se produce desde las lágrimas internas que logran deshacer la armadura oxidada que sirve de coraza.
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Vivimos equivocados. No tenemos poder sobre el otro. Ninguno. No hay posibilidad de vivir su llanto, de sentir su dolor, de pasar sus crisis.
Por eso…
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“…Puedes estar presente con ellos, ofrecer tu estabilidad, tu cordura, tu paz. Incluso puedes compartir tu camino con ellos, ofrecer tu perspectiva. Pero no puedes quitarles su dolor.
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No puedes recorrer su camino por ellos. No puedes ofrecerles respuestas correctas, ni tampoco respuestas que no sean capaces de digerir en ese momento.
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Ellos tienen que encontrar sus propias respuestas, plantear sus propias preguntas o bien perderlas, ellos tienen que hacerse amigos de su propia incertidumbre.
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Ellos tendrán que cometer sus propios errores, sentir sus propias tristezas, aprender sus propias lecciones.
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Si realmente quieren estar en paz, tendrán que confiar en el camino de sanación que se vaya revelando paso a paso. Pero tú no puedes sanarlos.
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No puedes ahuyentar su miedo, su ira, sus sentimientos de impotencia. Tú no puedes salvarlos, o arreglarles las cosas.
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Si presionas demasiado, ellos podrían perder su tan singular camino.
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“Tu camino podría no ser el de ellos. “
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