ENVIADO POR "MIRAR LO QUE NO SE VE"
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NO NOS LLEVAMOS NADA...
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Lo cierto es que no nos llevamos nada. Nada que sea lo que nos llevamos puesto en el alma.
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Las vivencias, las risas, la complicidad, el gozo, el dolor, la tristeza y el llanto. Lo que no se ve ni se toca pero se siente muy dentro. Aquello incoloro, etéreo e incorpóreo pero tan permanente que traspasa de lado a lado la existencia del aquí y el más allá.
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Este mensaje tan certero, tan obvio y tan comprensible, aceptado por todos, apenas es puesto en práctica por unos pocos.
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Cuando alguien muere nos asalta la idea del valor del tiempo y del escaso mérito de lo perecedero, pero se nos olvida pronto y de nuevo nos enzarzamos en enredos materiales que pensamos tenerlos por siempre y para siempre.
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Obrar de este modo es sin duda, estúpido. Necio aquel que muere y mata por riquezas. La mejor y mayor de todas no se puede medir, ni pesar, ni llevar en maletas, ni cargar en aviones.
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La herencia verdadera tiene que ver con las actitudes, los sentimientos, las emociones, la compasión y el compartir. Esto es lo que verdaderamente nos hace inmensamente ricos y nos define como indefinidamente inteligentes.
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Comparto un breve cuento al respecto.
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…”Hace muchos años un poderoso sultán, ya de avanzada edad, hizo comparecer a un santo ermitaño y le dio el siguiente encargo:
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"Quiero que viajes sin descanso de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad hasta que encuentres la persona más tonta.
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Cuando la halles le entregas este cofre dentro del cual hay un pergamino sellado que hace años me dio un sabio hombre con ese fin."
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El ermitaño dijo que en nombre de Dios aceptaba ese encargo y comenzó una peregrinación que lo llevó a lejanos países.
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Visitó todos los lugares, conoció infinidad de personas, pero nunca vio a alguien que para él fuera el más tonto.
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Un día se enteró que el sultán había enfermado de gravedad y, de inmediato, regresó al palacio y lo encontró moribundo. Oyó que el sultán repetía esta queja:
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"Mis riquezas, mis riquezas, las acumulé toda mi vida no me las puedo llevar conmigo. No quiero dejarlas, no quiero dejarlas, ¿qué voy a hacer sin ellas?" Entonces el ermitaño le dio el cofre al sultán y adentro se leía esta frase: "Solo hay una riqueza que permanece: EL AMOR"
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