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EL DESCONCERTANTE EFECTO PIGMALEON. Eva Maria Rodríguez

Padre mirando a su hijo a los ojos para representar la teoría interpersonal de Harry Sullivan

El efecto Pigmalión es un término que utilizó el psicólogo social Robert Rosenthal a raíz de unos experimentos realizados en 1965 para referirse al fenómeno mediante el cual las expectativas y creencias de una persona influyen en el rendimiento de otra. Rosenthal bautizó este efecto con el nombre del mito griego Pigmalión

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En la obra del poeta Ovidio, Pigmalión era un escultor que vivía en la isla de Creta y que se enamoró de una estatua que él mismo había creado: Galatea. Tan fuertes eran sus sentimientos por ella que pidió a los dioses que la convirtieran en una mujer de carne y hueso para poder amarla como una a una mujer real y Afrodita le concedió su deseo. Más tarde Pigmalión se casó con ella y fruto de su amor, nació Pafo, su hija.

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Pigmalión y Galatea

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También conocido como la profecía autocumplida, la esencia del efecto Pigmalión, consiste en cómo las altas expectativas de alguien en relación a otra persona dan como resultado un alto rendimiento en esta última, o en cómo unas expectativas bajas influyen en el otro de manera negativa, afectando a su rendimiento. Cuando estas expectativas, ya sean altas o bajas, proceden de un individuo hacia sí mismo el fenómenos se conoce como efecto Galatea. 

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Así, el proceso clave que subyace tanto al efecto Pigmalión como al efecto Galatea es el poder de las expectativas y cómo estas influyen en las conductas y rendimientos, tanto de los demás como de nosotros mismos. Por lo que si tenemos en cuenta estos efectos, nuestras creencias son más importante de lo que pensamos.

Profesora influyendo a sus alumnos por el efecto Pigmalión

El poder de las expectativas

Una de las investigaciones más importante sobre este efecto fue llevado a cabo por Rosenthal y Jacobson. En ella se informó a un grupo de profesores que a sus alumnos se les había realizado una prueba para evaluar sus capacidades intelectuales.

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Luego, se les indicó cuáles habían sido aquellos que habían obtenido los mejores resultados afirmando además que serían los que mejor rendimiento tendrían. Al finalizar el curso así fue, aquellos que habían sido considerados mejores tuvieron un rendimiento mayor. La cuestión estaba en que la prueba que evaluaba la capacidad intelectual de los alumnos nunca se realizó.

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¿Qué sucedió entonces para que unos chicos señalados al azar como los “mejores” llegaran a convertirse en ello? La respuesta la encontramos en que los profesores se crearon altas expectativas en relación a ellos y actuaron a favor para que estas se cumplieran. Así, el clima, la actitud y la predisposición a enseñarles era diferente y más especial. Además, estudios posteriores con estudiantes de diversas edades confirman estos resultados.

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Visto así, parece que el efecto Pigmalión es un fenómeno positivo al que podemos sacarle mucho partido, simplemente mostrando a los jóvenes lo mucho que se espera de ellos. El problema es que esto es algo más complejo de lo que parece, ya que estas expectativas tienen que ser reales y estar fundamentadas y arraigadas en la mente del adulto que supervisa la educación de esos jóvenes.

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Es decir, el efecto Pigmalión se produce por lo que comunicamos a través de nuestros gestos, actitudes y mensajes implícitos en lo que decimos por lo que si queremos buenos resultados tenemos que creer en nuestras palabras.
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Efectos nocivos del efecto Pigmalión

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El hecho de verse reflejado en un hijo o en un alumno y querer que sea como nosotros, que consiga lo que hubiéramos querido o lo que consideramos que debe ser, puede provocar que las consecuencias del efecto Pigmalión se tornen negativas. Las expectativas sobre el otro se manipulan al pasarlas por un filtro personal.

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De este modo, muchos padres/profesores consiguen que su hijos/alumnos se conviertan justo en lo contrario de lo que quieren ellos mismos porque su lenguaje, sus reproches, sus mensajes se centran constantemente en ello.

Niña llorando frente a su padre sufriendo el efecto Pigmalion

Cuando un niño oye constantemente cosas como “Siéntate a hacer los deberes, que así no vas a llegar a nada en la vida” o “Si sigues haciendo eso vas ser un desgraciado”, lo que está oyendo es que va a ser un desgraciado y que no va a llegar a nada en la vida. Esos mensajes que los adultos entienden como motivadores lo que hacen es mostrarle al niño unas expectativas muy poco positivas, porque no lo entiende así, puesto que no es capaz de evaluar las consecuencias de algo tan abstracto.

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Es mucho peor cuando un niño oye algo parecido a “¿Quieres ser tan inútil como tu padre/madre?” o “¿Quieres seguir siendo un miserable toda la vida?”. De modo que no se trata de decir constantemente al otro lo que no queremos que haga, sea o suceda, sino todo lo contrario si queremos obtener buenos resultados e influirle de manera positiva.

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Evitar los efectos nocivos del efecto Pigmalión

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Para evitar los efectos nocivos del efecto Pigmalión es fundamental que los padres, profesores o adultos que tienen influencia sobre un niño o adolescente hagan un ejercicio de autoexploración. Es lo que que les permitirá descubrir cuáles son las expectativas reales que tienen hacia el otro y por qué. En este sentido habría que analizar la realidad, aunque no sea exactamente como nos hubiera gustado.

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Se trata, por una parte, sacarle el máximo partido a las posibilidades reales y por otra, no imponerle creencias limitantes, sino ayudarle a superarse.
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Es vital cambiar el modo de expresarse y de formular las afirmaciones, preguntas y comentarios, así como la actitud, la forma de mirar y el tono de voz al hablar para decir lo que queremos transmitir. En este sentido, reconocer al otro por lo que es, cuáles son sus habilidades y todo lo que tiene de positivo ayuda a acompañarlo y a que se sienta acompañado y sobre todo, a que mejore su autoestima y su actitud ante la vida.

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Fuente. La Mente es Maravillosa

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