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REFLEXIÓN
Quédate con quien conozca tu peor versión y se quede a tu lado
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Cuando te fallo, también me fallo a mí. Cuando te enfado, también yo me siento mal conmigo. Porque cuando menos lo merezca será probablemente cuando más desorden haya en mi interior.
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Algo dentro de mí no está bien cuando cometo un error o cuando huyo de mis problemas.
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Probablemente esté abandonando una parte de mí, dejándola a la deriva en alta mar con plena tormenta.
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Es casi seguro que tengas motivos para no quererme y para desatenderme, pero quiero que sepas que solo una parte de mí te hizo daño. No conozco la perfección. A mí también me duele tu dolor y, al menos, daría lo que fuese para hacerlo desaparecer. Tengo la peor forma de meter la pata y una gran capacidad para desmerecer lo que haces por mí.
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Quiéreme cuando menos lo merezca, dale una oportunidad a la persona que soy. Déjame aprender de los errores. Ayúdame a librar mis batallas emocionales, ayúdame a ver que eso me completa.
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Pedir ayuda es un acto de valentía
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Me ha llevado tiempo entender que reconocer mis limitaciones y mis errores es la única manera de hacerme cargo de mí misma. Ahora soy consciente de que no poseo todas las respuestas y de que no dispongo de la verdad absoluta. A veces también necesitamos de los demás para gestionar nuestro interior y nuestras emociones.
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Por eso, pedir ayuda cuando se necesita no es solo una muestra de humildad, sino también de valentía, pues cooperando alcanzaremos el triunfo sobre la adversidad.
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Cuando estamos mal necesitamos el apoyo de los demás, que nos aguanten y nos guíen, y que nos hagan sentir la permanencia de la incondicionalidad. Siempre sale el sol, pues somos merecedores de él aunque en un momento dado nos hayamos comportado de manera mezquina.
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Aunque nuestro mundo se derrumbe y nuestra vida haya quedado desmantelada, después de la tempestad, llega la calma. Todo pasa y todo se transforma, pero a veces necesitamos que alguien se ponga en nuestro lugar y nos recuerde que no hay mal que cien años dure y que todo es pasajero.
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Nuestra mejor versión
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Quédate con quien conozca tu peor versión y, en vez de irse, se quede y te ayude a mejorar.
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Ofrecer la mejor versión de nuestra persona es un paso indispensable para ser merecedores de amor, de gratitud y de confianza. Así, la incondicionalidad y el respeto se fundamentan en la sinceridad que acompaña a los malos y a los buenos momentos. O sea, es algo así como ser nosotros mismos en las duras y en las maduras.
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Hay errores que tiñen de negro nuestra realidad, pero no por eso merecemos menos el perdón que en otras circunstancias o que otras personas. Lo importante es progresar y ofrecer a los demás nuestra mejor versión, la humilde y la sincera, la que trabajar para crecer cada día.
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Esto será lo que nos haga merecedores de la compañía de los demás en cualquier momento, a pesar de los errores y los desaciertos. Porque nuestros peores comportamientos hacen que valoremos a los mejores, de la misma forma que la tristeza hace que la felicidad gane valor.
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Digamos que nuestros deslices y nuestras culpas son dos puntos emocionales que nos ofrecen oportunidades, los cuales debemos entender para perdonarnos a nosotros mismos.
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En definitiva, la mejor versión de uno mismo es aquella que se puede apreciar en las situaciones complicadas, aquella que entiende la importancia de lo ocurrido, que ve que el castigo no siempre es la solución y que entiende el enfado como una consecuencia lógica y no como abandono.
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Por eso, ser capaces de consolarnos, de aceptarnos y de comprendernos contribuirá a crear un mundo mucho más valiente, más fiel y más solidario.
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