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LA NECESIDAD Y EL ABUSO EN LOS ELOGIOS. Ing. I. Guerrero Z.

5890363081?profile=originalENVIADO POR ROBERTO

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Es bueno alentar a nuestros hijos elogiando aquello que hicieron bien, pero está mal exagerar en los halagos.

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Me dijo una madre de familia: ‘Mi hijo me exige que le reconozca y le celebre siempre todo lo que hace’.

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Contesté. -Está bien que se lo diga señora. Los padres de familia muchas veces nos olvidamos ver lo bueno en nuestros hijos adolescentes, simplemente lo damos por hecho y no nos ocupamos de decirles buenas palabras que los alienten a seguir adelante.

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-Pero mi hijo tiene 26 años, es ya un profesionista. -Dijo la señora.

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-¡Ah caray! pensé que se refería a un adolescente. ¿Con 26 años encima, profesionista y todavía quiere que lo esté mimando? ¿y usted le sigue el juego?

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-Pues qué más… tengo que hacerlo… me dice que si no lo hago seré una mala madre que no sabe el gran hijo que tiene.

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-¡Uf! eso está peor señora, es puro chantaje. Está bien reconocer lo bueno que hacen nuestros hijos, pero ya cuando exigen reconocimiento por todo y a esa edad, eso está mal, deja entrever que son inseguros, y más allá, cuando pretenden chantajearnos para conseguir halagos, eso ya es un problema mayor, casi como para un psicólogo.

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-¿Y qué hago entonces? Preguntó la señora.

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-Bueno… hasta donde veo, gran parte del problema está en usted señora por haberle prolongado tanto tiempo los ‘chiqueos’ a su hijo. Pienso que ahora debería mostrarle una actitud firme, él ya es un adulto joven, y sobre todo no debe caer o continuar el juego de la ‘mala madre’. Regrésele a su hijo su exigencia señora, dígale que con sus 26 ‘añotes’ es él el que debería elogiarla a usted por todo lo que ha hecho por él y si acaso no le correspondiera en sus cariños es porque es un mal hijo. ¡Ja! Total, si su hijo accediera a reciprocarle sus elogios ambos entrarían en una especie de ‘duelo’ de halagos mutuos: “qué bien hiciste tu trabajo querido hijo…”, “y tú, querida mamá, qué bien hiciste la comida…”. ¿Qué le parece?

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-¡Ja! Pues sí, pero… ¿y si no quiere hacerlo?.

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-En ese caso dígale con firmeza que solo le reconocerá aquello que usted de verdad vea que hizo bien, eso es “mimarlo” pero solo lo estrictamente necesario, y si su hijo no lo entiende que vaya con un psicólogo, con la edad que tiene… Y si sale con el cuento: ‘yo no pedí venir al mundo, es tu culpa que viniera por lo tanto tienes que seguir mimándome o alabándome siempre en todo lo que haga’, si su hijo quiere chantajearla con esa idea, dígale que los padres queremos hijos sí, pero que todavía no podemos elegirlos pues si eso fuera posible todo el mundo los querría, inteligentes, guapos, honestos, responsables y conscientes de lo que hacen sus padres por ellos. Dígale que usted solo fue el medio por el cual su hijo llegó al mundo, y que como el lápiz, no tiene la culpa de la carta que resulta pues hay quien la escribió.

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La señora se retiró diciendo. -Bueno… voy a intentarlo.

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Eso de: ‘voy a intentarlo’ me sonó a: ‘quién sabe y lo haré’. Y quién sabe si lo haría, pero en fin… traté de orientarla.

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No obstante la cuestión es interesante: ¿Hasta dónde es sano halagar a nuestros hijos y con ello motivarlos a seguir empeñándose en sus quehaceres positivamente?, ¿en qué punto los elogios se convierten en un vicio tanto para el que los hace como para el que los recibe?. Sin duda es complicado saberlo, y cada quien debería encontrar el punto o el equilibrio exacto.

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Como seres humanos necesitamos del aprecio, la comprensión y el reconocimiento de los demás, ello nos hace sentir bien, nos motiva, nos indica que vamos por buen camino y por lo tanto nos da seguridad, pero en los elogios -como en todo- cuando se exagera en nada ayudan al que los recibe (ni al que los hace).

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Si se trata de niños o adolescentes es saludable celebrarles lo que hicieron bien y sancionar lo contrario, pero si se trata de personas que se supone que ya dejaron su niñez y que a su edad todavía necesitan que los más viejos les digamos palabras bonitas por todo lo que hacen, y que además exigen los elogios, el seguir haciéndolo es tanto como prolongarles su infancia, es volverlos tremendamente inseguros. Y es que, en mi opinión un setenta u ochenta por ciento del problema de la mala educación de los jóvenes que se da fuera de la escuela, se debe a la familia (padre, madre, hermanos/as y familiares) y el resto se debe al medio ambiente en que se mueven los jóvenes (amigos, sociedad y medios de comunicación). Cuando los padres de familia trabajan en equipo educando a sus hijos asumiendo actitudes firmes al respecto, no dejando que sus hijos ‘se les monten en la espalda’ con exigencias como la de pedir que les reconozcan todo lo que hacen independientemente de si estuvo bien, el resto de la educación se facilita.

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Un adulto es aquel que aprendió a hacer las cosas olvidándose de los demás. Si se le reconoce algo, cualquier cosa que hizo bien ¡qué bueno! pero si no es así, ¡ni hablar! tiene que seguir adelante independientemente de la actitud que tomen los demás respecto de lo que está haciendo. Pero hay quienes se anclan a su infancia o a su adolescencia y les cuesta trabajo salir de allí.

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Está bien que los adultos (jóvenes o viejos) conservemos algo de nuestra niñez so pena de volvernos ancianos amargados, pero exigir a nuestros padres, principalmente a nuestra madre, que elogie todo lo que hacemos y si no lo hace querer chantajearla con el cuento de la ‘mala madre’ o cosas similares, eso está fuera de lo normal.

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Sinceramente


Ing. I. Guerrero Z.

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