LAS CARGAS Y LOS LASTRES MENTALES Por Hugo Betancur

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En la vida vamos amontonando datos de todo lo que vivimos: son nuestras memorias del pasado, una asociación de  episodios históricos particulares emparentados con los sentimientos, emociones, recuerdos, anhelos y deseos con que los hemos revestido… Todas esas memorias o archivos imaginarios  crean un lastre mental que con los años se va tornando muy pesado y que nos estanca morbosamente mientras observamos, paradójicamente, que otros progresan.
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Soltar esos lastres o cargas significa liberarnos de todas esas memorias, para poder manifestarnos sanos  y fortalecidos en el “ahora”. Esta es la única opción que tenemos para alcanzar la madurez fluidamente, avanzando a través de los años con nuestras mentes y nuestras emociones renovadas y no fosilizadas, no empeñados terca y erróneamente en actuar como los eternos adolescentes que no progresan hacia etapas de crecimiento emocional y que sacan mil disculpas antes sus parientes y allegados para no asumir sus roles de adultos y los cambios requeridos.

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Conozco muchas personas que han ido envejeciendo más allá de los 21 –la edad aceptada como límite de la adolescencia- y persisten en comportarse como niños que apenas empiezan a experimentar sus cambios hormonales de los 10 a los 15 años, manifestándose con sus mentes conflictivas y reacias  a los aprendizajes y al comportamiento serio y negándose a sumir la responsabilidad sobre sus acciones.

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Estos adultos no hacen caso a las señales de alerta que los demás les dan repetidamente “deja de actuar como un niño y asume la autonomía sobre tu vida”. Ellos –y ellas- se justifican astutamente para omitir sus acciones de cambio –como recurso de manipulación, simplemente argumentan que los demás son muy intolerantes y que no los comprenden.

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Todo adulto que se niega a crecer es una carga para sí mismo y una carga para quienes le rodean. Sus emociones trastornadas  y problemáticas se desbordan continuamente para dramatizar choques psicológicos donde se auto-rotulan como víctimas o como incomprendidos. En sus mentes y en sus emociones  se empeñan en contradecir o polemizar cuando otros les requieren temperancia –moderación, temperamento calmado y prudente.  Han estado respondiendo y engañando a otros refugiándose en los pretextos de la mentalidad infantil irreflexiva y explosiva, con las mismas evasivas y argumentos propios de esa temprana edad. Para ellos y para quienes los sustentan, sus patrones mentales se vuelven un lastre, cada día más pesado.  

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En la actualidad podemos reciclar la mayoría de las cosas que ya no nos sirven o los residuos orgánicos; sin embargo, no hemos inventado los recursos psicológicos ni los instrumentos externos que nos permitan reciclar la basura recogida por nuestras mentes –comprobamos, además, que las numerosas drogas que nos prescriben y que tomamos a diarios no producen cambios significativos en nuestra comprensión de la vida ni en nuestras relaciones insatisfactorias subordinadas a necesidades.

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Nos corresponde desechar  lo acumulado, lo que ya no nos es útil, lo inservible, lo perturbador, para poder seguir avanzando  con nuestras mentes despejadas, livianas y renovadas.

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Muchas de las enfermedades que padecemos, mentales, emocionales y físicas –anímicas, en general-, tienen que ver con la acumulación de basura psíquica (interacciones conflictivas, situaciones que fueron o son dolorosas para nosotros, celos, envidia, resentimientos, odios o frustraciones, temores, incertidumbre, adicciones, manías).  Lo considerado culturalmente como normal es que las mentes humanas apilan  todo esa información sin resolverla, lo que interpretamos como la naturaleza de lo colectivo, de lo masivo. Lo que podemos  instaurar como excepcional es la liberación de todas esas cargas. Sólo requerimos inconformidad con nuestros hábitos de vida, y luego consciencia sobre el malestar y las dificultades que nos atraen, y finalmente acciones de cambio y de aprendizaje que nos lleven a la autonomía y a la tranquilidad.

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Muchas personas aseguran tajante y desafiantemente que son felices y que sus vidas son muy armoniosas. Nos enteramos que no son reales sus afirmaciones porque dependen habitualmente de sustancias farmacológicas para aliviar o suprimir  los síntomas de sus enfermedades y porque se ven obligadas a acudir regularmente a la consulta médica.

 

Lo esencial para que podamos soltar lastre es “darnos cuenta” de lo que nos ocurre, observar cómo experimentamos nuestras relaciones y nuestros procesos de vida. Si no nos “damos cuenta”,  no podemos ejecutar las acciones de “soltar lastres”, porque nos falta la consciencia, porque no logramos razonar sobre nuestro desequilibrio y nuestra falta de paz.

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Para “darnos cuenta” debemos enfocarnos en la auto-observación de nuestros estados de ánimo y de nuestras vivencias.  Podemos aplicar el axioma antiguo socrático de “Conocernos a nosotros mismos”, pues lo que vemos es un espejo de lo que somos –recuerdo la frase gestáltica* “Cuando Juan habla de Pedro, sabemos más sobre Juan que sobre Pedro”.

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Nos corresponde hacer una pesquisa sobre nuestra personalidad y nuestros archivos mentales: qué vemos, qué sentimientos suscitan en nosotros los eventos en que participamos, qué recuerdos guardamos de lo vivido, qué fantasías hemos armado que nos limitan, qué culpas atribuimos a otras personas o qué resentimientos esgrimimos contra ellas.

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Creemos que la lectura de los libros del momento o la recitación de ciertas frases con que nos describimos o la pertenencia a ciertos grupos nos permitirá conquistar posiciones respetables o de conformidad –lo externo: el prestigio, la aceptación, el reconocimiento como exitosos o superados-.

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La auto-indagación como un proceso mental constante nos permite descubrirnos y descubrir nuestros resguardos, las barreras que ponemos para no afrontar nuestros cambios.

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La meditación es un instrumento de reflexión, de superación, de transformación. En esa quietud voluntaria de nuestras mentes, podemos conformar  o desconformar imágenes, podemos definir la realidad transitoria que estamos percibiendo o experimentando.

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En la meditación “nos damos cuenta” y podemos suspender nuestros juicios, nuestras resistencias, nuestras ataduras. Podemos elaborar ideas que nos permitan modificar los hábitos y programaciones de nuestras mentes.  

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Las enfermedades son señales de nuestros cuerpos que nos informan sobre los desajustes y distorsiones de nuestras mentes. Cuando persisten o muestran indicios de agravamiento en nuestro estado físico nos advierten que nuestras acciones cotidianas no son adecuadas y que no hemos logrado afianzar nuestra autonomía.

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Hugo Betancur (Colombia)

 

Publicado en Otras Inteligencias

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