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LA HUIDA HACIA DELANTE. Por Francisco Manuel Nácher

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LA HUIDA HACIA DELANTE

por Francisco-Manuel Nácher

 

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La vida de la mayor parte de los hombres no es más que una huida de sí mismo. Una huida hacia adelante, pero una huida al fin. Y, como todas ellas, tiene algo de precipitada, de improvisada, de irreflexiva, de instintiva, de irracional, de imprevisible, de impulsiva, de desorientada, de desconocida, de increada, de aventurera y, ¿por qué no?, hasta de sugestiva.

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Y también, como casi todas las huidas, no sabe exactamente de qué se aleja ni por qué lo hace. No lo ha racionalizado suficientemente.

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Generalmente, el hombre se para alguna vez, como en un relámpago, a mirarse a sí mismo en medio de esa loca carrera hacia lo desconocido. Y, debido a cuanto de negativo se le ha atribuido, cuando niño, por sus padres, parientes, profesores y amigos, y que él cree verdadero (niño no seas malo, niño no seas tonto, todo lo haces mal, no te quiero, eres feo, etc.), aunque confusamente, se da cuenta de que no se gusta. Y entonces, ingenuamente, cae en la trampa de creer que, haciendo muchas cosas o poseyendo muchos bienes o cambiando mucho de sitio o gozando cuanto pueda o adornándose de éste o de otro modo, conseguirá la admiración, el respeto o la compañía de los demás y ello lo mejorará y todo será distinto, porque entonces se gustará a sí mismo.

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Sin embargo, no ocurre así. Y, aunque uno llegue a poseer muchos bienes y sea muy admirado o muy temido, y aunque disfrute de todos los placeres posibles, y aunque vista muy bien y aunque tenga una magnífica apariencia física, él seguirá siendo el de siempre y seguirá sin gustarse y, por tanto, seguirá obligado a continuar huyendo para no tener que enfrentarse cara a cara consigo mismo. Y el resultado ya lo conocemos: enfermedades, estrés, tensiones, desavenencias, inconformismos, insatisfacciones, envidias, ambiciones, vicios, adicciones, guerras, suicidios...

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Pero no hay otra solución: Es preciso tener la valentía de dar el frenazo. Pararse de verdad, mirarse por dentro al espejo, estudiarse, comprenderse y perdonar, tanto a sí mismo como a los demás. Y comenzar uno a saber quién es, con qué cuenta, dónde está y adónde quiere ir. Y empezar a gustarse. Y a sentirse bien consigo mismo. Y a quererse.

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A partir de ahí, ya todo será distinto, porque no hará falta huir sino estar; no será preciso aparentar sino, simplemente, vivir; no será importante poseer, sino ser; no valdrán la pena la admiración, el miedo o el respeto de los demás, sino el propio; habrán perdido su atractivo los placeres, puesto que nada aportan; y la vida, hasta entonces una lucha interminable contra todo y contra todos, habrá pasado, milagrosamente, a ser algo sugestivo y previsto y preparado, una convivencia fructífera, una comprensión inusitada de los demás, una conciencia de ser alguien en el conjunto del universo; y habrá arraigado en uno la convicción de que se espera su aportación a la vida y al progreso y al bienestar, no propios, sino de toda la Humanidad.

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No en balde los antiguos aconsejaban: "Hombre, conócete a ti mismo y conocerás todos los misterios del universo". Y no en balde todas las religiones serias aconsejan el examen de conciencia como único medio de inventariar oportuna y seriamente nuestras posibilidades de vivir como seres humanos.

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Publicado por Buscadores de la Luz

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