Publicado por Dilia Mastronardi en Cusi Huasi
“El amor no es lo contrario de la soledad sino la soledad compartida”.
–Mireia Darder
La compañía es el mal de nuestros tiempos; la manera en la que nos educaron nos enseñó a ser personas sociales, a compartir nuestro tiempo y espacio. Estar junto a otros es considerado normal, mientras más pasemos en compañía de otros podemos alimentarnos de sus experiencias, enriquecemos lo que consideramos bueno para nosotros y crecemos como personas. Pero no siempre funciona así la gente. Últimamente la dependencia a la tecnología aunada de las redes sociales, ha generado una conexión entre la gente que es casi imposible estar en soledad.
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Según diversos psicólogos como Robert Lang de la Universidad de Nevada, debido a la creciente urbanización en las ciudades, las altas tasas de divorcio y el aumento en la esperanza de vida, cada vez más gente vive sola en algún momento de su vida. Esto comienza a crear cambios en las personas. La soledad es un bien preciado del que no muchos disponen en esta época. Despertar, estirarse, escuchar el ambiente, escuchar nuestros pensamientos, divagar, planificar, reflexionar e imaginar; acciones que parecen comunes pero que en realidad suelen ser interrumpidas por otras personas.
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La creatividad surge de la autorreflexión; la imaginación es algo que todos usamos, pero trabajarla, moldearla y crear a partir de eso, es algo que necesita de la soledad para poder vislumbrar enteramente lo que pasa dentro de nosotros. Susan Cain, autora del libro Quiet: The Power of Introverts in a World that can’t stop talking apela por la gente solitaria como ella; por la gente que fue motivada a salir y divertirse en bares, en fiestas y reuniones, pero que simplemente no están cómodos ahí, las personas que no necesitan pasar el tiempo con gente para pasarla bien. Cain dice que Darwin rechazaba arduamente las invitaciones a reuniones y que Steve Wozniak creó la primer computadora de Apple encerrado en un cubículo.
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“…cuando estamos rodeados de gente nos limitamos a seguir las creencias de los demás para no romper con la dinámica de grupo. La soledad, en cambio, significa abrirse al pensamiento propio y original. Las sociedades occidentales han privilegiado más a la persona activa que a la contemplativa. Detengan la locura del trabajo constante en equipo. Vayan al desierto para tener sus propias revelaciones”.
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Efectivamente, el trabajo creativo suele estar acompañado de momentos de reflexión y de planificación silenciosa, las oficinas transforman este trabajo donde uno vive en una burbuja de creación en un conglomerado en el que las charlas y la interrupción convergen y distraen de la actividad a realizar. Los creativos necesitan un espacio para ellos solos, los hábitos de los filósofos, de los escritores y pintores suele estar acompañados de largas caminatas o de un espacio único en el que puedan trabajar sin interrupción.
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La soledad se infunde en nosotros como una protección ante las otras personas, nos permite evaluar nuestra persona, evocar los sentimiento que hacen de nosotros humanos. Se ha demostrado que la escritura creativa produce la liberación de endorfinas que ayudan a la gente a sentirse mejor; plasmar nuestra frustración en papel libera, pasa algo similar en el momento en el que nos enfrentamos a nuestro yo interior, cuando decidimos ver hacia adentro y olvidar el exterior; dejar los impulsos externos y crear algo exclusivamente nuestro. Así nace la creatividad, así nos liberamos de las ataduras de la sociedad que buscan encasillarnos y volvernos uno entre tantos. La soledad hace que nuestra compañía sea valorada.
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Byung-Chul Han es uno de los filósofos más importantes de los últimos años, en su crítica a la sociedad hiperactiva del siglo XXI establece la importancia de recuperar la capacidad contemplativa ante la hiperactividad destructora. Aboga por comenzar a tolerar el aburrimiento, el vacío, la nulidad de las cosas, pues sólo de ahí puede surgir un verdadero cambio, un nuevo desarrollo capaz de desintoxicar a la gente de un mundo lleno de estímulos y sobrecarga informativa.
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A pesar de que la sociedad nos impone la soledad como algo malo, la gente que vive sola y tiene más de 35 años suele tener más amigos y es más abierta a relacionarse con gente nueva en comparación de las personas que están casadas y con hijos. Este estudio publicado en la American Sociological Review muestra que es más probable que las personas que viven solas pasen una velada entre amigos que las personas casadas.
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Se necesita una revalorización de la soledad en un mundo que exige compañía todo el tiempo. Encontrarnos a nosotros mismos para lograr un mejoramiento que comienza desde el interior es quizás una de las actividades necesarias que las generaciones actuales deben aplicar rápidamente. Establecer vínculos y aceptar la compañía de los otros es necesario, pero la soledad es fundamental para convertirnos en individuos y no una persona más.
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Daniel Morales
Fuente: El País