Cuando todo se nos pone patas arriba. David Topi


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Hay momentos en los que, desde luego, uno quisiera tirar la toalla cuando no sabe ya que hacer ante las vueltas de tuerca que la realidad en la que existimos parece dar para apretarnos los tornillos, complicando más y más las cosas cuando estamos tratando de querer solucionar aquello que parece estar bloqueando, interfiriendo, manipulando, desencuadrando o tirando por tierra la estructura de nuestro día a día, que solemos tener bien montada y fijada, y que nos permite mantener la sensación de estabilidad y seguridad para los quehaceres diarios.

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Cuando esta estabilidad se rompe por algún hecho o sacudida inesperada, la reacción de pánico, más o menos sutil, suele saltar automáticamente, al ver cómo se desmorona, estropean o cambian las cosas y piezas que forman ese rompecabezas que es nuestra realidad. Y “rompe-cabezas” es, quizás, la mejor palabra que podríamos encontrar para definir la sensación que uno tiene cuando hay cosas que no salen ni a tiros, cuando algo se nos viene abajo, cuando todo cambia de repente, cuando mil cosas se rompen, etc., ya que, uno, literalmente, se rompe la cabeza pensando, y actuando, para tratar de recomponer aquello que vemos que se desmonta, o que ha cambiado, a priori, contra nuestro parecer, intención o deseo de que así fuera.

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Todo tiene una razón de ser, aunque no la veamos

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Por un lado, todo suceso de este tipo tiene su propia razón de ser, venga ejecutado por lo que venga ejecutado, y sea cual sea la causa física del mismo (es decir, independientemente de lo que haya puesto en marcha los problemas, inconvenientes o situaciones percibidas en la realidad física como hecatombes y cambios drásticos), pero al final hay un propósito mayor que tiene que ver, como siempre, en la mayoría de los casos, con el desmontaje de alguna estructura interna cuyo reflejo externo en la materia es lo que termina rompiéndose, restructurándose o cambiando a nivel físico.

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El hecho de que suceda así forma parte de los factores naturales de creación de la realidad inherentes al ser humano, pero desconocidos en la mayoría de los casos por la mente consciente, de forma que, al cambiar estructuras mentales y emocionales, causales o etéricas en nosotros, su reflejo en el mundo material que es siempre en forma de objetos, situaciones, proyectos o eventos reflejará lo que está sucediendo interiormente en cada uno. Si hay una revolución en tu entorno profesional, hay una parte tuya que está internamente asociada a ello, y que puede que esté también revolucionada sin que te des cuenta, si hay un cambio bestial a nivel emocional en ti, hay áreas de vida que puede, en mayor o menor medida, según la potencia e intensidad de ese cambio, ponerse patas arriba en el plano físico.

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Es así y no se puede evitar, aunque se pueden minimizar los daños, a priori, ralentizando los procesos de cambio interior, si somos conscientes de ellos, pero no se pueden anular estos cambios en el mundo físico porque son efecto de los procesos de creación de la realidad personal, inherentes a las leyes universales que rigen todo lo que existe, y, de igual manera que todo empieza por ideas, arquetipos, conceptos, campos de energía y plantillas mórficas en dimensiones superiores antes de que nada exista en la realidad 3D que todos compartimos, los mundos interiores del ser humano son los responsables últimos del estado de la realidad individual de cada uno, siempre bajo el paraguas de la realidad común consensuada, que lo pone más fácil, o más difícil, a la hora de trabajar con esos cambios o procesos que se estén dando en nosotros.

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Realidad común consensuada

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Cuando hablamos de realidad común hablamos de la suma de todas las realidades individuales, qué, al solaparse, nos proporcionan el marco de referencia para que nos podamos mover todos juntos por el mundo, en un entorno regulado en el que podamos interactuar, ya que, si no fuera así, y nuestras realidades personales estuvieran aisladas de las realidades del resto de seres humanos, no habría forma de co-crear juntos otro tipo de escenario macro a nivel planetario, no habría forma de detonarnos mutuamente aprendizajes y experiencias, o de hacernos de catalizadores para los procesos evolutivos que necesitamos para poder avanzar.

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Así, siempre que la realidad externa se nos ponga patas arriba, al mismo tiempo que corremos para arreglarlo, miremos hacia adentro para buscar las estructuras que en nosotros mismos también estén cambiando, y démonos tiempo para reajustarnos, minimizando los efectos colaterales en el plano terrenal teniendo paciencia, y no desesperando por el hecho de querer sostener y mantener las cosas tal y como estaban, algo que, quizás, en la mayoría de ocasiones, será harto difícil una vez completados los cambios interiores, ya que si algo ha cambiado en la estructura energética y psíquica de una persona, raro es que ahí fuera la cosas puedan volver a ser como eran.

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un abrazo,

David Topí

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