Existen básicamente tres modos de buscar la cura.
El primero usa medicamentos y cirugías, típicos de la medicina.
El segundo consiste en tratarse por medio de las técnicas de la psicología, lo cual implica reconocer nuestros propios conflictos y resolverlos en el nivel mental, emocional o etérico-físico.
Esos dos modos pueden ayudar, pero son realmente efectivos cuando se los emplea junto con el tercero; de lo contrario son paliativos, porque no remueven la causa profunda y oculta del desequilibrio, sólo eliminan efectos.
El tercer modo de buscar la cura, no reconocido por muchos, es conectarse con los niveles internos del propio ser y de allí recibir la energía que proporciona armonía y equilibrio.
Con la voluntad y con la mente, gradualmente, vamos construyendo el puente que nos llevará a niveles profundos, donde la cura existe.
Una de las causas de las enfermedades físicas y psíquicas que afectan a la humanidad es la matanza de animales perpetrada continuamente.
Hoy en día, la mayor parte de los alimentos de origen animal pueden ser dejados de lado, pues además de innecesarios para quien inició su purificación, dificultan el contacto con los niveles profundos de la consciencia.
Cuando ingerimos carne, las energías más sutiles tienen dificultades para impregnarnos, porque nuestros medios internos de absorción quedan obstruidos con ese material putrefacto. Además, quien se alimenta de carne colabora con la prolongación del sufrimiento humano, debido a la ley del karma.
Otro factor que dificulta la conexión con los niveles superiores es la acción egoísta, como por ejemplo, querer salud para beneficio propio.
Si anhelamos salud sólo para sentirnos bien, nuestra tendencia es suprimir los efectos de la enfermedad: entonces tomamos analgésicos o empleamos otros medios paliativos sin enfrentar la causa del dolor y, por lo tanto, sin resolverla. Apartamos las molestias, pero su raíz permanece escondida, aunque sólo por un tiempo.
La situación es diferente cuando queremos salud para servir mejor, para ser más útiles.
Es entonces cuando las fuerzas superiores del universo comienzan a actuar en nosotros y realmente nos curamos.
A medida que nos tornamos receptivos a la voluntad del yo espiritual, tomamos consciencia de la necesidad de ayudar en la cura del planeta.
Si armonizamos nuestra aura, de la cual somos responsables, estamos colaborando con la armonización del aura del planeta.
Hacemos eso al elevar la calidad de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, al purificar la alimentación, al procurar tener un sueño tranquilo y reparador, al organizar lo mejor posible la vida diaria.
Sin embargo, a veces, el yo espiritual está listo para servir de acuerdo con la ley evolutiva, pero la personalidad no responde convenientemente a su llamado. Debido a esa resistencia, la personalidad comienza a manifestar una serie de desequilibrios: angustia, depresión, alienación, esclerosis, tumores y otras enfermedades. El sufrimiento proveniente de esos desequilibrios tiene la función de despertar a la personalidad para lo que es real y necesario.
Si nos dirigimos hacia el centro de la consciencia y nos preguntamos:
¿Cuál es mi verdadera vida?
¿Qué debo cambiar para cumplir la voluntad mayor de mi ser?, sentiremos que algo se mueve internamente.
Al preguntar a lo profundo del ser cuál es la meta de nuestra vida, conoceremos el primer paso que debemos dar; y a medida que vayamos obedeciendo las indicaciones recibidas, nos serán mostrados otros pasos.
No se nos pide saltar una gran distancia de una sola vez, sino aquella distancia para la cual estamos capacitados. Así, paso a paso, vamos caminando hacia nuestro verdadero destino.
Trigueirinho.
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