ENVIADO POR CARMEN
Por definición, todo ser humano está poseído por la vanidad. Desear ser bello, el anhelo de la belleza física y la capacidad de reconocerla parece arraigado en lo más profundo de la psique humana.
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Sin saber por qué, los lactantes reaccionan alegremente ante un rostro amable y agradable, y lloran cuando ven expresiones feas o distorsionadas, generando una señal interna de alarma ante un peligro. Hacia los cuatro o cinco años, los niños reconocen perfectamente las diferencias físicas sutiles entre las personas y juzgan a los demás por su apariencia. Comienzan los prejuicios, la enfermedad más abundante en la sociedad actual. Toman conciencia de su propio aspecto y les encanta experimentar; cuanto más elegantes, sofisticados y raros sean, o cuanto más integrados estén en alguna tribu urbana, más se ensalza su ego.
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Basta observar a un pequeño disfrazarse y ver el deleite con que se mira al espejo. El sumun: la adolescencia que, según Osho, dura casi toda la vida en la mayoría de nosotros. La belleza es una moda, y nosotros sus devotos idolatras.
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La adolescencia es el inicio del apego al mundo de las apariencias, al mundo de las vanidades: una inmadurez emocional que dura hasta más allá de los 40. Por desgracia, en la vida contemporánea la búsqueda ancestral de la belleza se ha convertido, casi exclusivamente, en una fijación por ciertas imágenes, fomentada por los medios de comunicación, la publicidad y reforzada por las actitudes del público hacia la salud y el envejecimiento.
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Las ideas históricas sobre la belleza, las cuales resaltaban la perfección de nuestra naturaleza profunda, se han erosionado en esta cultura masiva hasta convertirse apenas en un asunto de “verse bien”, lo cual se consigue con el maquillaje correcto, el vestuario correcto, la cremita correcta, la peluquería correcta, sin hablar de las increíbles cantidades de dinero gastadas y, si todo eso falla, el cirujano plástico correcto.
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La vanidad, ciega e ignorante, cree que la belleza puede encontrarse en un frasco, en unos trapitos o un trozo de plástico insertado a la fuerza en el cuerpo. Esta ignorancia es aprovechada por muchos para dar rienda suelta a su creativa avaricia. Y, tras la sucesión de vanidades, muchas gentes en todo el mundo muriendo de hambre las cuales ignoramos por completo.
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La pereza nos lleva a consumir productos que, en unos casos son tóxicos y, en otros, son inocuos para el cuerpo, pero no para el bolsillo. Por un simple resfriado se consumen ingentes cantidades de antibióticos sin prescripción médica. Por unos granos en la piel, innumerables cremas inservibles, sin tomarnos ninguna molestia en averiguar su causa real, la mayoría de las veces, no evacuar correctamente todos los días. La toxicidad de los autotratamientos es grave, ensucia el organismo y empeora los problemas de salud física, emocional y mental de la persona. Un círculo vicioso que retroalimenta enfermedades psicosomáticas crónicas. La pereza, los prejuicios y resistencias, junto con el miedo y la falta de decisión, evitan la introspección y el autoanálisis, la natural observación de uno mismo y los consecuentes preventivos como una dieta correcta, higiene, hábitos y actitudes armónicas, actividad física adecuada, yoga, liberación y sanación emocional.
Cuatro son los apegos que conducen al ser humano a la ausencia de belleza y a la enfermedad. El apego por lo artificial, por las personas, las emociones y las ideas. Describámoslas más detalladamente:
El apego por lo artificial
Llámese comida basura o rápida, máquinas, provitaminas o sustancias para inyectar en la piel y estirarla. Envanecimiento envasado. Efectivamente, se conocen de sobra los efectos nocivos de la comida basura y rápida, la inutilidad de los botes de “vitaminas”, en lugar de tomar una buena pieza de fruta o un saludable plato de legumbres, confundiendo “complemento alimenticio” con “comida”. El abuso del transporte con máquinas que debilitan nuestro sistema locomotor, así como la moda de retocarse las arrugas naturales del rostro que sencillamente muestra lo que se ha experimentado en sus facciones. Todo ello conlleva unos efectos dañinos para nuestra salud integral: barrigas hinchadas, estreñimiento, granos, dermatitis, eccemas, alergias, pieles pálidas y amarillentas, flaccidez, manchas, lenguas sucias o moteadas, alopecias, alitosis, fragilidad de las uñas, problemas cardiovasculares, toxicidad de la sangre y de las vísceras, falta de inmunidad ante las enfermedades, gripes, dolores frecuentes, etc. Cuando esto ocurre acudimos normalmente a automedicaciones y remedios, que lo único que consiguen es hacernos dependientes de fármacos y vanidades enfrascadas.
El apego por las personas
¿Cuántas veces estamos junto a personas que no nos convienen, que nos hacen daño, que son parásitos o, simplemente, confundimos los sentimientos e impedimos la libertad del otro por miedo a la pérdida, rechazo, soledad, etc.? La compresión y la compasión no implican autodestrucción. A veces, la mejor ayuda que podemos y debemos prestar a alguien es desde la distancia. Más aún, ten por seguro que ayudando a los demás, nos ayudamos a nosotros mismos y nos hacemos mejores personas. En cambio, el apego nos lleva a emociones insanas que destruyen y autodestruyen.
El apego a las emociones
“Por ahí vienen nubes negras; pero, no pasa nada pues pronto se irán”, así reza un dicho popular que nunca o casi nunca escuchamos. No es malo sentir emociones negativas, pues somos humanos. Lo que es malo es enamorarse de ellas. Preferimos estar enrocados en el odio, el rencor, la tristeza y tantas otras emociones densas que justificamos muy adecuadamente con nuestro ego soberbio, que vibrar en el amor y la armonía, sin querer darnos cuenta de que, de esa forma, enfermamos envolviéndonos en un laberinto de neurosis y psicosis.
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El apego a las ideas
Un simple ejemplo de ello es cuando nos quejamos constantemente de que estamos estreñidos y nos queremos convencer de que no es posible porque llevamos una dieta sana con abundancia de fruta, verdura, legumbres y agua. Evidentemente, el estreñimiento no está en tu cuerpo, sino en tu mente.
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Suelta esas ideas de asco o rechazo, actúa ante pensamientos como: “no me levanto de la silla cuando viene el apretón porque tengo mucho trabajo”, etc. Si analizas detenidamente, te darás cuenta de que la pereza o la soberbia son las causantes que nos conducen al estreñimiento, y a cosas más graves, aun llevando una dieta saludable. Así pues, analiza tu vida diaria, busca todas las rigideces, manías, represiones, prejuicios que nos llevan a enfermar física y emocionalmente, y evacúalas. Tres son las “virtudes” de los egos, a saber:
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egoísmo, egocentrismo y egotismo; que significan respectivamente: el que sólo piensa en sí mismo, insensible a los padecimientos de los demás; el que se cree el centro del mundo y el que tiene aires de grandeza, megalómano. Estas 3 egolatrías conforman los 3 venenos más graves de la humanidad.
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