RELACIONARSE

 

Es querer a alguien aceptando incluso la imperfección, es descubrirse, es vibrar y aceptarse, es crecer y deleitarse juntos.

Es confiar el uno en el otro lo suficiente como para hacerse vulnerables, seguro que el otro no habrá de aprovecharse. Exige mucha comunicación, compenetración y ternura.

Es ser franco y leal con el otro sin temor a ser juzgado. Es la convicción que tú eres el mejor amigo  del otro, pase lo que pase, permanecerán juntos.

Es comprender y asumir las diferencias, aceptando al otro como un todo y tú mismo también aceptado totalmente.

Es compartir todo lo que humanamente se pueda compartir, y donde lo tuyo y lo mío se desdibujan pues lo importante son los objetivos finales de beneficio mutuo.

Es una dinámica mística  y concreta a la vez, fluida, un fin en sí misma más que un medio para un fin, donde no se espera nada del otro, aunque exista un gran aprecio de la relación por su valor intrínseco y sus posibilidades y del goce y la verdad que experimentamos con el otro.

Es una preocupación mutua por el bienestar y la prosperidad del otro, en la que el egoísmo cede paso al altruismo, a la compenetración y al cariño, en la que las vías de comunicación se mantienen abiertas, en la que lo bueno de cada cual es celebrado y lo malo tratado con indulgencia.

Es cultivar el conocimiento del otro con sensibilidad sin olvidar que nadie es perfecto, aunque el amor sí lo es, y por lo tanto puede ayudar a resolver cualquier problema.

Es la aceptación incondicional de la otra persona. Es ayudar a él o ella a alcanzar sus objetivos personales, a crecer y fomentar su evolución. Cada uno ve en el otro un amigo en el que puede confiar y en quien puede gozarse.

Es encontrar la paz en la presencia del otro, disfrutando la mutua confianza, lealtad, admiración y ese goce especial que se genera siempre por el sólo hecho de estar juntos.

Es confianza y aceptación que crean un tierno y sólido sentimiento de seguridad y contento, que nos da el apoyo y la fuerza y a los cuales siempre podremos recurrir.

Es un intercambio generoso de cariño y dedicación, con una honradez total y una comunicación constante en la que el más mínimo abuso está desterrado.

Es el hogar para el alma del otro, aquel lugar donde podemos ser nosotros mismos y explorar nuestros más íntimos afanes, esperanzas, temores y alegrías, sin miedo a ser condenados, rechazados o abandonados. Es un lugar donde podemos relajarnos,  en el que nos consuela y en el que cobramos fuerzas para la batalla diaria.

Es un lugar donde ambas partes se sienten tan amadas, tan aceptadas y seguras que pueden compartir sin reservas sus más íntimos sentimientos, sueños, frustraciones y alegrías. Es un interacción de doble vía basada en el respeto mutuo y envuelta en la dignidad en la que las lágrimas y las sonrisas tienen la misma importancia y que es alimento y estímulo espiritual.

Es el deseo de celebrar, comunicar y conocer el corazón y el alma del otro.

Es ver al otro no como una prolongación de uno mismo, sino como un ser único, siempre grato y hermoso, una situación en que las personas pueden brindar su mejor YO, una comunión de personalidades sin lugar al temor o a la pérdida de la identidad.

 

Es una unión activa y cambiante que permite, incita, exige  siempre utilizar toda las fuerzas necesarias para que la persona amada llegue a ser todo lo grande que pueda ser.

 

Es ejercitarse en aprender a amar al otro más y mejor cada día.

 

Cuando nos entregamos al otro nos hacemos vulnerables. Nunca estamos seguros. Nos exponemos al desengaño y al sufrimiento. Cada uno se expone al otro con su propia historia y experiencia. Cuando dos caminan juntos generalmente pretenden andar un nuevo camino, compartiendo nuevas experiencias. Sin duda ello no es fácil, ya que actuamos condicionados por nuestros viejos temores, ilusiones y hábitos y todos somos diferentes e imperfectos por lo que la nueva convivencia puede generar conflictos.

 

Es importante aprender a acercarse a las heridas del otro con delicadeza para no reavivar el dolor, hasta lograr reposar sobre ellas y mitigarlas con amor.

Es ser respetuosos y prudentes en los momentos de impotencia e intolerancia. Recordar siempre que la verdad de uno, no siempre es la verdad del otro. Hay que ser siempre veraces y  cristalinos en toda circunstancia y lugar.

Es escucharse sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Ser escuchado al igual  que ser visto, es vital. Al final nuestra disposición para compartir opiniones, siempre acortará las distancias con el otro.

Es disfrutar descubriendo al otro, sintiendo cada día que no bastará una vida para saciarse del otro.

 

NAMASTÉ

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