Las personas tímidas siempre parecen tener miedo. Se esconden tras de sí mismos para evitar enfrentarse a lo que les asusta. En ocasiones, a los ojos de los demás, puede parecernos que no tiene justificación lo que los tímidos evitan. Frecuentemente, solemos tener muy poca comprensión con lo que la timidez supone para la persona. No entendemos que se trata de una especie de fobia que atenaza su voluntad y merma sus fuerzas.
Estoy segura de que detrás de la timidez hay una historia en la infancia. Unos modelos de comportamiento autoritarios, normas restrictivas a cada paso, falta de participación en la toma de decisiones y sobre todo infravaloración, que ha quedado indeleble en algún rincón del alma.
No hay culpables en nada ni nunca. Cada uno da, cuando educa, lo mejor de sí o al menos cree que lo hace. Enseñamos lo que nos han enseñado. Copiamos modelos de conducta sin quererlo; incluso, en ocasiones, rechazando lo que tuvimos estamos, sin embargo, condenados a repetirlo.
¡!Cuánto daño ha hecho la mal llamada “educación” a veces!!. No ha formado, sino que ha conseguido todo lo contrario: deformar lo que estaba dispuesto a crecer recto. Pero de nada valen los lamentos y si algo hay que me guste tras comprobar las catástrofes en mi vida o en la de otros, es la iniciativa de comenzar la vida a cada instante, en el punto en el que nos encontremos.
La timidez es un resultado. Nadie nace tímido, ni lo contrario. Crecemos en un ambiente que nos obliga a ser tímidos o expresivos e intrépidos. Llegamos con un temperamento, es cierto, pero ese, sea cual sea, se ve muy modelado por el escenario que nos encontramos desde la cuna.
La buena noticia es que si efectivamente no hemos traído ese lastre tampoco estamos abocados a perpetuarlo por siempre. Podemos aprender a creer en nosotros mismos, en nuestra valía, en lo bien que hacemos lo que hacemos bien (porque a veces los tímidos ni eso son capaces de defender), o en la fuerza que nos debe dar estar seguros de que en cualquier caso NO pasa nada. Todo continúa como está.
Hay que desterrar el fracaso que se siente dentro como propio dictado por el juez más estricto que conocemos: nosotros mismos. Si aprendemos a dominar sus sentencias, incluso si le dejamos sin voz, habremos ganado el juicio y podremos comenzar a despojarnos de la timidez dejándola colgada del miedo de otros. A nosotros no nos servirá ya. Para nada.
Tomado de la web
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