ME ASOMBRO DE MI VIDA
En mi opinión, el hecho de adjudicarle a nuestra propia vida la depreciación de la cotidianeidad, de estar acostumbrados a nuestra insistente continuada presencia, de poder vernos siempre en todos los sitios y a todas horas, hace que no le demos importancia a ese hecho tan excepcional que es convivir con uno mismo.
A mí también me ha pasado eso durante toda mi vida justamente hasta que hace unos días, en medio de una conversación que no tenía nada que ver con este asunto, de pronto me sorprendí a mí mismo diciendo: “Bastante tengo con asistir asombrado a mi propia vida”.
Eso me llevó inevitablemente a una reflexión larga, profunda, desde un punto de vista que jamás antes utilicé, viendo las cosas de un modo que antes estuvo invisible a mis ojos y mi mente, comprendiendo todo lo que ha sido mi vida de una manera que tal vez no se hubiera dado si no hubiera construido, consciente o inconscientemente, esa frase que ha servido de disparadero para tener un nuevo enfoque de lo que ha sido mi vida hasta ahora y de una comprensión que creo que de ningún otro modo se hubiese dado.
No quiero decir con esto que esa sea la frase esencial del principio de la solución de algún asunto personal, ni que sea mágica o milagrosa, sino que a mí me ha servido del mismo modo que a otra persona le puede servir el anuncio de una bebida refrescante, o un sueño, o una experiencia mística.
Tengo 62 años el día que escribo esto, lo que quiere decir que acumulo ya 62 años de experiencias continuadas en este vivir conmigo.
Me tocó pasar por una infancia de desatenciones en lo emocional, acostarme muchas noches sin cenar, vivir en una casa sin luz, pasar frío en los inviernos, tener carencias... En una ocasión una gitana me dio una onza de chocolate, lo que es un ejemplo claro de cuál era mi situación y cómo estaba yo entonces.
He trabajado mucho y estoy bien. Pero no olvido mi infancia.
Soy, sin duda, una persona que ha vivido atormentado y marcado por muchos traumas –algo queda todavía por ahí, pero poco- y que me he encontrado con muchos impedimentos, de algunos de los cuales he logrado desembarazarme y otros aún permanecen acechando y afectando desde la sombra.
Todo este necesario preámbulo para poder conocer el origen de mis reflexiones.
¿Quién es este que ha sido capaz de hacer lo que ha hecho partiendo de la nada?
¿Quién es esta persona que ha ido viviendo su vida con más voluntad que conocimiento, que ha dado muchos pasos sin saber cómo ni por qué ni para qué, que ha soportado un corazón seco y ha acallado muchas lágrimas?
¿Quién es este que ahora todos los días se asombra de estar conmigo mismo, de estar bien, de asistir asombrado a mi propia vida?
Y si digo que me asombro no me refiero a los logros, sino a que he estado siempre ahí, que he estado siempre a mi lado, y no porque fuera imposible separarme de mí, sino porque he seguido conmigo sin desalentarme, sin maldecir ni quejarme, sin abandonar ni rendirme, sin dejar de darme ánimos y afrontar cada una de las situaciones que me ha tocado vivir.
“Bastante tengo con asistir asombrado a mi propia vida”, porque mi vida, como todas las vidas, como las vidas más duras y las más difíciles, las que tienen más motivos de queja o rendición, las que casi ni se pueden nombrar como humanas, las que están encharcadas de lágrimas, y las menos agraciadas, son vidas que merecen la atención y merecen el acompañamiento propio aún en los momentos más duros.
El asombro ha de presidir cada una de las vidas.
Si se aprecia con atención, es asombroso poder comprobar cómo cada uno –a pesar de los contratiempos- tiene un empuje vital que va más allá de la vida a la que nos obligan los latidos del corazón, y ese seguir adelante se protagoniza desde dentro, desde una certidumbre inexplicable que obliga a un paso más, a otro esfuerzo, a soportar un poco más porque lo bueno está un poco más adelante -porque el premio merece el sacrificio-, y a no rendirse aunque el mundo esté en contra y la luz haya desaparecido llevándose secuestrada a la confianza.
Seguir. Una voz silente desde dentro dice que hay que seguir, que hay que dar otro paso más, que es necesario otro esfuerzo, que no hay que rendirse, que Dios aprieta pero no ahoga, que ya aparecerán las fuerzas de donde sea, que hay que tener fe o que hay que confiar en uno mismo aunque no se encuentre una razón contundente para ello.
Y todo ello sin perder la capacidad de asombro por uno mismo, por los muros que ha sido capaz de derribar, por los gigantes a los que se ha enfrentado, por los momentos interminables que logró terminar, por los éxitos conseguidos, por salvaguardar la fe a pesar de todo, y por haber logrado poner a salvo la sonrisa y un poco de esperanza. Y poner a salvo a uno mismo, vencedor a pesar de que aparentaba no poder lograrlo.
Esto requiere darse un abrazo, mirarse en el espejo y alegrarse, sentirse orgulloso o satisfecho, amarse, darse ánimos para seguir, cargar las baterías del optimismo, confiar en los efectos de la paciencia y la perseverancia, creer en la Magia o en algo Superior.
Y seguir. Seguir imparablemente. Seguir con uno mismo, confiando en uno mismo, creyendo en uno mismo.
Es lo que nos propone la vida.
Y es de una belleza inenarrable y emocionante asistir con asombro a la propia vida y a la presencia de uno mismo en ella.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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