LA MENTE Y DIOS

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LA MENTE Y DIOS

En mi opinión, gran parte de la culpa de que muchas personas no sepan entender a Dios, o no sean capaces de creer en Él como creen los que tienen fe, se debe al hecho de pretender llegar a su conocimiento o clarividencia a través de la mente.

Ya se ha repetido en numerosas ocasiones que la mente y el corazón hablan idiomas distintos, y que es imposible que lleguen a entenderse entre ellos porque no hay traductor posible o intermediario que haga comprender al otro las razones del uno.

Con la mente y la fe pasa lo mismo. Con la mente y Dios, igual.

La mente sirve para muchas cosas, pero no para entender a Dios.

Es imposible conciliar sus posturas.

La mente, por lo general, tiene una programación especulativa de lo que es Dios, unos conceptos inculcados, unos pre-juicios, y todo lo que se salga del patrón donde lo tiene archivado no le encaja.

Así que cuando alguien dice que para él Dios es la naturaleza, o se le ve en un amanecer, que se presenta como una emoción, o que no tiene ni necesita explicación o definición, a la mente estricta, incapaz de salir de su propia cuadratura, le resulta imposible de aceptar.

Es por eso que esas personas tienen dificultad para encontrar a Dios: le buscan del modo equivocado y en el sitio donde no está.

Todos hemos oído decir en alguna ocasión que en muchas circunstancias es mejor dejar de luchar contra la corriente, es mejor no oponerse, es mejor confiar, y este es uno de esos casos: es mejor conformarse con un sentimiento al que no hay que darles razones, porque no las pide, y es preferible quedarse con esa convicción que es innata –o aprendida de alguna experiencia transpersonal o de cualquier otro calibre- que hace sentir que hay algo superior, algo que no necesita tener un nombre ni un cuerpo ni una identidad, sino que se queda –y muy a gusto- en el mundo de lo indefinible, de lo que se siente o se sabe o se intuye o se vive, sin más.

La fe –incluso fuera de la religión o del cristianismo- es “la confianza en alguien o en algo”, y es también –en otra acepción de la palabra- “la seguridad en que algo es cierto”. Cuando ese alguien, o algo, es invisible, indefinible, indemostrable, todo ello junto está siendo el cúmulo de argumentos que necesita la mente racional para no aceptarlo.

De ahí nace la dificultad para creer en Dios de las personas que son mentales, que necesitan una explicación irrefutable y una demostración empírica, que tienen que verle y tocarle y aún así posiblemente seguirían dudando.

La otra dificultad es deshacerse de lo que a cada uno le han inculcado con respecto a Dios, lo que le han dicho los curas o las monjas, lo que ha oído contar, porque hay muchas personas que no aceptan el Dios de la iglesia cristiana, pero en cambio admiten un Dios que no tenga que nada ver con la religión, un Dios que sea la Naturaleza, o un Dios que es el Orden, y no necesariamente el Creador.

Es un tema delicado.

Afortunados los que no sufren ningún conflicto en este asunto y sea cual sea su postura la tienen clara, porque eso les evitará muchos desencuentros, muchas dudas sin solución, muchos cargos de conciencia, el despertar de muchos miedos que se mantienen latentes, las propias contradicciones…

Se supone que Dios, y la relación con Él, debiera ser un asunto sencillo, directo, en el que no intervinieran la mente, ni los prejuicios, ni las dudas, ni los miedos, ni las opiniones opuestas.

Ya de por sí -y a nivel histórico y mundial- Dios y las religiones han causado demasiados muertos y confrontaciones como para que uno mismo, consigo mismo, tenga que padecer por el mismo motivo.

En este momento estoy de acuerdo con esa sugerencia que propone -a quien padece alguna crisis en lo relacionado con Dios- que mejor que ponerse a buscarle desesperadamente, con ideas embrolladas, y ajustado a un molde de prejuicios, es preferible dejarse encontrar por Dios.

Dejar la mente en blanco y los sentimientos abiertos y receptivos, no oponerse a recibirle… y esperar.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales

“Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio)

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