En la Piedra del Sol azteca -mal llamada “calendario” por quienes nada comprendían-, la doble representación de la naturaleza humana y divina se intersecta e interconecta en el centro, donde un rostro con la boca abierta muestra la lengua, no en actitud de “pedir sacrificios” humanos o animales y, por descontado, no en señal de “burla”.
La lengua simboliza el verbo en acción, el principio creador; y está en el centro porque su importancia es capital, evocando el poder de la palabra, del verbo, creador en el mundo humano y en el divino, así como enlazador e integrador de ambos mundos, que son en realidad Uno.
Esta enseñanza esotérica fundamental, que durante milenios fue Conocimiento reservado a iniciados, fue asimismo expresada por Jesucristo de diversas formas, entre ellas el siguiente adagio: “no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que de ella sale”.
El poder de la palabra
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“Había una vez una mujer inteligente y de gran corazón. Esta mujer tenía una hija a la que adoraba. Una noche llegó a casa después de un duro día de trabajo, muy cansada, tensa y con un terrible dolor de cabeza. Quería paz y tranquilidad, pero su hija saltaba y cantaba, alegremente. No era consciente de cómo se sentía su madre; estaba en su propio mundo, en su propio sueño. Se sentía de maravilla y saltaba y cantaba cada vez más fuerte, expresando su alegría y su amor. Cantaba tan fuerte que el dolor de cabeza de su madre aún empeoró más, hasta que, en un momento determinado, la madre perdió el control. Miró muy enfadada a su preciosa hija y le dijo: «¡Cállate! Tienes una voz horrible. ¿Es que no puedes estar callada?».
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Lo cierto es que, en ese momento, la tolerancia de la madre frente a cualquier ruido era inexistente; no era que la voz de su hija fuera horrible. Pero la hija creyó lo que le dijo su madre y llegó a un acuerdo con ella misma. Después de esto ya no cantó más, porque creía que su voz era horrible y que molestaría a cualquier persona que la oyera. En la escuela se volvió tímida, y si le pedían que cantase, se negaba a hacerlo. Incluso hablar con los demás se convirtió en algo difícil. Ese nuevo acuerdo hizo que todo cambiase para esa niña: creyó que debía reprimir sus emociones para que la aceptasen y la amasen.
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Siempre que escuchamos una opinión y la creemos, llegamos a un acuerdo que pasa a formar parte de nuestro sistema de creencias. La niña creció, y aunque tenía una bonita voz, nunca volvió a cantar. Desarrolló un gran complejo a causa de un hechizo; un hechizo lanzado por la persona que más la quería: su propia madre, que no se dio cuenta de lo que había hecho con sus palabras. No se dio cuenta de que había utilizado magia negra y había hechizado a su hija. Desconocía el poder de sus palabras, y por consiguiente no se la puede culpar. Hizo lo que su propia madre, su padre y otras personas habían hecho con ella de muchas maneras diferentes: utilizar mal sus palabras”.
- (Del libro Los cuatro acuerdos, de Miguel Ruiz. Relato tomado de “El primer acuerdo: Sé impecable con tus palabras”).
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Fuente: Silencio activo
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