EL MISTERIO DE LOS ÁNGELES EN TIEMPO DE NAVIDAD
El mundo moderno está volviendo, cada año con mayor reverencia y comprensión, a vivificar las fiestas y ceremonias de los primeros cristianos.
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La fiesta de Adviento, desde su fundación en el siglo I, no había sido tan destacada como durante los últimos años.
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El Adviento tiene lugar, de acuerdo con una ley cósmica, cuando la Jerarquía de Sagitario dirige sus radiaciones hacia la Tierra, ya que ello favorece el idealismo elevado y fortalece las aspiraciones espirituales.
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Las luces multicolores que se ven
por doquier y la alegre música que se escucha por todas partes se combinan, en el plano externo, para reflejar la sublime belleza, la intensa actividad y la música y color verdaderamente gloriosos que inundan los mundos internos.
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Es entonces también cuando los ángeles se aproximan a la Tierra más que en cualquier otra época del año.
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Durante este intervalo, el aspirante serio dedica tanto tiempo como le es posible a purificarse y a prepararse, por medio del ayuno y la oración, para llegar a una mayor sincronización con el Festival de la Navidad.
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Este trabajo preparatorio, actualmente, comienza en el equinoccio de otoño, cuando la regencia de la Tierra es
asumida por el arcángel Miguel, que preside los procesos de purificación y regeneración de toda la progenie terrenal. Desde el equinoccio de otoño hasta el solsticio de invierno, Miguel y sus huestes se encargan de limpiar los cuerpos de
deseos y mental de la Tierra.
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Si no fuese por esas actividades de verdadera limpieza
que llevan a cabo los grandes Seres celestiales, la lóbrega atmósfera psíquica, generada por los malos pensamientos, emociones y actos del hombre, se haría tan densa, que la Humanidad quedaría sumergida en ella sin ninguna esperanza,
totalmente roto su enlace con las vivificantes fuerzas del espíritu.
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Esto no ocurre porque la suprema labor redentora de Cristo consiste en luchar contra esas fuerzas del mal y la oscuridad, lucha simbólicamente representada por Miguel dando muerte
el dragón, ya que Miguel es quien sigue a Cristo en la Jerarquía de la Luz.
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La victoria de la luz frente a las tinieblas tiene lugar cada año mientras el sol pasa por Libra, Escorpio y Sagitario. El cristiano místico lo comprende así y sabe cómo sincronizarse con las influencias de Miguel y sus huestes.
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De este modo recibe una tremenda ayuda, por parte de la luz interior, que nunca le falla, y que está en su propio ser, para su victoria personal sobre las tinieblas.
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Cuando llega el solsticio de invierno, habiendo dado Miguel cumplimiento a su labor anual, devuelve la regencia de la Tierra a Gabriel, el arcángel de la ternura y el amor.
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Gabriel es el glorioso ser que tipifica el espíritu de la maternidad, ya que es el guardián de las madres y sus hijos.
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Toda la vastísima tropa de ángeles de la naturaleza trabaja bajo su guía durante esta estación.
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Empezando el equinoccio de otoño, la dorada radiación de Cristo, que va siendo derramada sobre la Tierra, gradualmente penetra sus capas atmosféricas y, luego, el globo terráqueo entero hasta que, en el solsticio de invierno, alcanza su
mismo corazón. Entonces tiene lugar el mayor milagro de la naturaleza:
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Se produce una magia blanca, un silencio total, y una tierna reverencia impregna la atmósfera de la Noche Santa, mientras los ángeles de la naturaleza, junto con otros más elevados
seres celestes, combinan sus fuerzas e invierten las corrientes cósmicas.
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Durante los seis meses anteriores, se estuvieron moviendo a lo largo del arco descendente; durante los seis meses siguientes, que culminarán en el solsticio de verano, se elevarán a lo largo del arco ascendente.
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La poderosa oleada de esta mágica fuerza
revigoriza la vida toda; y esa misma marea ascendente de fuerza espiritual, eleva el fuego espinal del espíritu en el cuerpo humano.
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Así pues, en aquéllos que hicieron la suficiente preparación, este fuego puede ser elevado hasta la cabeza y producir un
estado de verdadera iluminación.
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Este proceso cósmico tiene lugar mediante el poder de la armonía musical y el ritmo. Es una acción de la Palabra Creadora, del Verbo, del cual San Juan afirma que
ha existido desde el principio y que por Él fue hecho todo lo creado.
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La nota clave musical de este Planeta es armonizada con el canto de los ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y, en la Tierra, paz y buena voluntad hacia los hombres".
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Es la armoniosa y rítmica enunciación de esta palabra planetaria, resonando, una y otra vez, por toda la Tierra, lo que produce el milagro de la Noche Santa.
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Las inmensas fuerzas celestiales que actúan entre el cielo y la Tierra en esta bendita época, resuenan con una belleza insuperable. Un suave eco de esta celestial
armonía, captada por Franz Schubert, fue transcrita para los oídos humanos en los exquisitos compases de su Ave María.
Esta composición, en cierto sentido, puede
considerarse como la nota-clave musical de la estación navideña.
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Su música acarrea un tremendo poder espiritual, particularmente durante esta época del año en que parece como si devolviese el eco de los ritmos celestiales de los espacios cósmicos.
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Durante este tiempo encantado, se produce un triple nacimiento: Primero, el nacimiento cósmico del Espíritu de Cristo, del modo ya explicado, y que impregna toda la naturaleza con una nueva vida; segundo, el nacimiento histórico del Gran Maestro del Mundo, que escogió esta época para encarnar cuando lo hizo el Maestro Jesús, que se convirtió en portador de la Luz de Cristo, Maestro de ángeles y
hombres; y tercero, el nacimiento metafísico de Cristo en el interior del discípulo, en un estado de iluminación.
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Ahora comprende el discípulo por qué entonces no hubo habitación en el hostal y por qué Cristo ha de nacer en un pesebre donde comen las bestias.
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Ahora comprueba que el trabajo supremo de su vida ha consistido en abrir las puertas del hostal, en preparar habitación para Cristo y en transformar el pesebre en una cuna de luz. Sabe que esa cuna es el Tercer Ventrículo, en la cabeza, donde está rodeado por las fuerzas que irradian de las glándulas pituitaria y pineal sensibilizadas,
simbólicamente representadas, respectivamente, por María y José.
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Al convertirse en un Iluminado, se convierte en un Cristo, y la gloria de este nuevo nacimiento es saludada por las multitudes angélicas desde lo alto.
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Los tres nacimientos van acompañados por los jubilosos coros de seres celestiales, que proclaman estos, varias veces, transformadores acontecimientos, transcritos en la nota clave musical de la dispensación cristiana:
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"Gloria a Dios en las alturas y, en la Tierra, paz y buena voluntad hacia los hombres".
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El 21 de diciembre, la nota-clave planetaria cambia de Sagitario a Capricornio.
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La clave de Sagitario es éxtasis divino, expresado en la fraternidad gozosa, en la riada de clarísimos colores y en la armonía de la estación de Adviento. La nota-clave
de Capricornio es consumación divina.
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La Tierra está sumergida en la blanca luz de la consagración, cuando las corrientes de vida planetarias se invierten, y la fuerza del Cristo Cósmico comienza a reascender hacia el Sol.
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Estas fuerzas van creciendo desde el 21 de diciembre hasta la medianoche del 24, en que adquieren su máxima potencia, pero no declinan luego. Las poderosos radiaciones solsticiales de fuerza espiritual envuelven la Tierra hasta la duodécima noche siguiente, un intervalo considerado sagrado por los primeros cristianos y destinado a ser revivido hoy.
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El cántico de los ángeles, mientras el sol se dirige hacia el sur, está expresado en tonos menores. A la medianoche del 24 de diciembre, la Noche Santa, sus coros se transportan a tonalidades mayores, cuando entonan, llenos de gozo, la nota-clave de la Tierra: "Gloria a Dios en las alturas y, en la Tierra, paz y buena voluntad hacia
los hombres".
CORINNE HELINE
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Publicado en Otras Inteligencias
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