En la base de todas frustraciones, adiciones, excesos, depresiones y sufrimientos está la falta de amor por uno mismo. A veces no queremos reconocerlo y nos empeñamos en asentir ante la pregunta de si realmente nos apreciamos.
Ejercemos una especie de autoengaño que cubre con un denso velo nuestros verdaderos sentimientos hacia nosotros y enmascara y culpabiliza a otros de lo que nos sucede.
Tener éxito, haber logrado méritos académicos, ser atractivo, lograr una posición social acomodada…parece que implica ser felices y haber sabido manejar nuestra vida. Incluso nos sitúa, ante nosotros mismos, en una especie de pedestal desde el que no podemos vernos sino en altura y no en profundidad.
Si reconocemos tener adicciones, ser codependientes, temer la soledad, estar inseguros ante los cambios o ser reiterativos con pensamientos en los que no nos creemos merecedores de que el universo esté a nuestro favor…entonces la respuesta sobre la estima propia es indudablemente negativa.
Siempre esperamos que el amor, la esperanza o la felicidad sean estados que se crean con condiciones externas. Muy a menudo nos perdemos en querer a los otros de forma única, incondicional y autoexcluyente. Nos enseñaron que querernos a nosotros mismos es un acto egoísta que debíamos evitar.
Incluso que reconocer nuestras virtudes era reprobable si procedía de nosotros. Sin embrago, nunca hubo trabas para lo contrario. Es más, detectar los errores, reconocer las culpas y explorar nuestras debilidades nos honraba.
Aprendimos, paulatinamente, que los demás lo importaban todo y que nosotros debíamos quedar en un último plano en el cual algún día se nos reconocería, siempre desde fuera, la misión y la entrega para el resto.
Las reglas del juego estaban equivocadas. Tenemos que hacer balance entre lo que hacemos y lo que sentimos. Comprobar si el resultado final es acorde con lo que nos sucede y llegar a la conclusión de que debemos acercarnos, antes de nada, a nuestro centro interno para no mendigar cariño, ni doparnos con afectos robados que nos ayuden a escaparnos de lo que verdaderamente sentimos.
Es tiempo de encontrar en amor en el interior para beber de la fuente eterna del puro sentimiento y poderlo vivir sin límites, más tarde, sin la necesidad de esperar recibir a cambio.
Estamos a tiempo de desaprender la falta de autoestima y asumir nuestra identidad sumergiéndonos en el profundo, amplio y extenso corazón que nos protege.
Fuente: "Mirar lo que no se ve"
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