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“Ascensión” es una palabra que en el ámbito de lo espiritual describe el largo proceso conciencial evolutivo en el que, seamos conscientes o no, todos estamos inmersos. Es el tan mentado camino de regreso al Hogar, a la Fuente de la Vida o a Dios, al que aluden la mayoría de religiones y tradiciones espirituales, donde el propio término “ascensión” ya nos indica que la dirección es hacia arriba.
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Y si en esta dualidad “arriba-abajo” o “cielo-tierra” el camino de retorno es ascendente, esto significa que tuvo que haberse producido previamente una caída o descenso del mundo espiritual al terrenal (la “salida del Paraíso”), ya que de no ser así, no habría ninguna necesidad de tener que regresar al lugar del que provenimos. Pero tal y como se relata en la parábola del Hijo pródigo, nuestra partida no fue forzada sino por libre elección, con el único fin de recobrar la plena consciencia del Ser divino, eterno e inmortal que realmente somos.
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Así es que en algún instante de la eternidad todos y cada uno de nosotros se “dejó caer” hasta lo más hondo y denso de la materia, donde a cambio de sufrir los envites que trae consigo la ignorancia, podemos explorar la vida en su más absoluta diversidad. Sin embargo, una vez aquí, confundidos por el ilusorio mundo de las formas y embriagados por las efímeras satisfacciones sensoriales, olvidamos quiénes somos realmente y a qué hemos venido.
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Por eso es que uno no siempre es consciente de que está transitando por un camino de auto-descubrimiento espiritual, sobre todo cuando mira, pero no ve; oye, pero no escucha y prefiere acomodarse en el rol de víctima antes que dar cuenta de sus actos. Esta ceguera existencial es la causa principal de la continua reiteración de errores que tanto dolor y pesar produce a quienes la padecen, pero cuya experiencia vivencial es no obstante necesaria para poder ir despertando a nuevas realidades más veraces y expansivas.
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Así, cuando cansados de buscar afuera aquello que sentimos que nos falta, decidimos dirigir la mirada hacia el interior en busca de algo nuevo y diferente, algo que tenga más que ver con el ser que con el hacer o el tener, habrá dado al fin comienzo nuestro verdadero Camino de Ascensión.
Hay infinitas maneras de recorrer este camino, debido básicamente a que cada cual vive este proceso a través de su propia experiencia personal. Y es que por más que podamos intentar seguir los pasos de un maestro espiritual o de cualquier filosofía o religión con la intención de ser guiados por esta larga travesía, nadie podrá vivir la misma experiencia de otra persona, sencillamente porque cada ser humano percibe, siente y piensa de manera distinta.
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Sin embargo, es al observar el Árbol de la Vida de la Cábala como fuente eterna de inspiración, cuando de repente uno entiende que es posible agrupar esta infinidad de senderos en tres grandes grupos, a los que denomino el “Camino del Corazón”, el “Camino del Intelecto” y el “Camino del Medio”. Estos tres grandes caminos de Ascensión no solo simpatizan con los tres pilares del Árbol de la Vida: el Pilar de la Misericordia, el Pilar de la Severidad y el Pilar del Equilibrio, sino que también encuentran su concordancia con los dos hemisferios cerebrales, derecho e izquierdo, más el haz de fibras nerviosas o cuerpo calloso que hace de vía de comunicación entre ambos.
Estas tres grandes fuerzas del Universo, positiva, negativa y neutra, son también descritas en la antigua tradición védica como Rajas, Tamas y Sattva, cuya energía vital fluye a través de los canales Ida, Pingala y Sushuma. Sin embargo, estas fuerzas trinitarias son mucho más conocidas en su apariencia dual: yin/yang, masculino/femenino, activo/pasivo, expansivo/contractivo, etc., cuya necesaria complementariedad se hace evidente en funciones orgánicas tan cotidianas como puedan ser la respiración, compuesta por los movimientos de inhalación y exhalación; la sístole y la diástole que hacen latir el corazón; la oxidación celular y otros muchos fenómenos naturales en los que siempre habrá dos fuerzas opuestas destinadas a generar un flujo de movimiento continuo, más un tercer elemento equilibrante que permitirá transformar esa energía en vida.
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Esta esencia trinitaria también se aprecia en la mayoría de religiones bajo tríadas sagradas como Padre-Hijo-Espíritu Santo, Brahma-Shiva-Visnú, Atma-Budhi-Manas o Voluntad-Sabiduría-Amor; donde todas conforman siempre una sola Unidad. De este modo se entiende que los incontables caminos de Ascensión puedan acabar siendo integrados en tres grandes grupos, de entre los cuales el Camino del Corazón reúne todos los senderos relacionados con la energía emocional; el Camino del Intelecto comprende todos los senderos vinculados a la energía mental; y el Camino del Medio todos los senderos relacionados con una energía esencialmente intuitiva, capaz de integrar las dos energías anteriores.
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Y si los dos Caminos periféricos, Corazón e Intelecto, se nutren básicamente de los dos grandes cauces de conocimiento en eterna pugna como han sido tradicionalmente siempre ciencia y religión; el Camino del Medio es como una especie de síntesis unificadora que, en un intento por tratar de mantener el equilibrio perfecto, adopta indistintamente aspectos de ambos.
No hay por tanto una división real entre ciencia y espiritualidad o mente y emoción, como tradicionalmente siempre nos ha parecido entender, sino que su aparente dualidad está condicionada por nuestro propio diseño mental y sensorial; o sea, por el modo en el que pensamos y el que percibimos. Pero, así como la mente es un elemento que refuerza, explica y desarrolla todo lo que nuestras vivencias nos revelan a través de los sentidos, la experiencia es lo único capaz de transformar al Ser y dotarlo de sabiduría. Ambas polaridades demandan las habilidades y recursos del otro, porque el intelecto precisa del nivel de realidad que otorga la experiencia de lo vivido, y las sensaciones, emociones y sentimientos que la vida genera, requieren de una interpretación mental que permita comprenderlas con mayor profundidad. Podría decirse que son como la letra y la música de una misma melodía, dos visiones de un mundo que al unirse producen una verdadera comprensión de la existencia.
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Pero estos tres grandes caminos de Ascensión no solo simpatizan con los tres pilares del Árbol de la Vida, sino que también encuentran su concordancia con 10 arquetipos de Ascensión: El Crédulo, El Incrédulo, El Agnóstico, El Creyente, El Filósofo, El Gnóstico, El Místico, El Iniciado, El Profeta y El Sabio, que de manera análoga a como si estuvieran escalando una montaña, cada uno hace gala de sus propias habilidades y recursos para intentar coronar la cima, guardando todo ello una estrecha relación con su particular forma de entender la vida.
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Será en función de cómo abordemos las eternas preguntas ¿Quién soy Yo?, ¿A qué he venido? o ¿Qué sentido tiene la vida?, que también nosotros podremos ubicarnos en uno de estos tres Caminos y vernos reflejados en algún arquetipo, lo cual va a permitirnos descubrir muchas de las pruebas y retos que todavía nos quedan por delante.
AUTOR: Ricard Barrufet Santolària, colaborador de la gran familia de hermandadblanca.org
Más información en: www.comprendiendoalser.com
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