A principios de los noventa, la Academia de Ciencias Rusas de Moscú anunció una sorprendente relación entre el ADN y las cualidades de la luz, medidas en fotones.
En un informe donde se describían estos primeros estudios, el doctor Vladimir Poponin hablaba de una serie de experimentos que parecían indicar que el ADN humano afectaba directamente al mundo físico a través de un nuevo campo que los conectaba.
El doctor Poponin, reconocido como un gran experto en el campo de la biología cuántica, estaba prestando temporalmente sus servicios por un acuerdo entre entidades para una institución de investigación estadounidense cuando se realizaron esta serie de
experimentos.
Los experimentos comenzaron con la medición en un entorno controlado de los patrones de luz al vacío.
Cuando se hubo extraído todo el aire de una cámara especialmente
diseñada, los patrones de las partículas de luz y el espacio entre ellas siguió una distribución al azar, tal como se esperaba.
Estos patrones fueron doblemente revisados y registrados, para ser utilizados como referencia en la siguiente parte del experimento.
La primera sorpresa llegó cuando se colocaron muestras físicas de ADN dentro de la cámara.
En presencia del material genético, cambió el espacio y los patrones de las partículas de luz.
En lugar del patrón disperso que habían observado con anterioridad, las partículas de luz empezaron a crear un nuevo patrón que se asemejaba a la cresta y al seno de una ola suave.
El ADN influía claramente en los fotones, como si a través de una
fuerza invisible les diera la forma regular de una ola.
La siguiente sorpresa vino cuando los investigadores sacaron el ADN de la cámara.
Estaban convencidos de que las partículas de luz retornarían a su estado original de distribución fortuita, pero sucedió algo inesperado.
Los patrones eran muy distintos a los que habían observado antes de introducir el ADN.
En sus propias palabras, Poponin describió que la luz se comportaba de un modo «sorprendente y contra intuitivo».
Tras revisar los instrumentos y repetir los experimentos, los investigadores se enfrentaron a tener que hallar una explicación para lo que habían visto.
Al no estar el ADN, ¿qué era lo que afectaba a las partículas de luz? ¿Había dejado algo el ADN, una fuerza residual de algún tipo, que persistía mucho después de que el material biológico hubiera
desaparecido?
Poponin escribe que él y los demás investigadores se vieron «obligados a aceptar la hipótesis de trabajo de que se había excitado alguna nueva estructura de campo...».
Para hacer hincapié en que el efecto estaba relacionado con la molécula física del ADN, el nuevo fenómeno fue bautizado como el «efecto fantasma del ADN».
La «nueva estructura de campo» de Poponin se parece sorprendentemente a la «matriz» de la fuerza de Max
Planck y a los efectos sugeridos en las tradiciones antiguas.
Esta serie de experimentos es importante porque demuestra claramente, quizá por vez primera en condiciones de laboratorio, que existe una relación que ofrece aún mayor credibilidad al efecto de la oración en nuestro mundo físico. ( O una explicación acerca de lo que sucede en una reconexión, un comportamiento diferente del ADN cuando son sujetas a las partículas “nuevas” de luz, inteligencia y amor que son las que canalizamos los sanadores. Nota de Manuel Frutos)
En este caso, el ADN era más o menos una serie de moléculas separadas del cerebro de un ser vivo consciente.
Incluso en ausencia de un sentimiento directo que vibrara a través de su antena de doble hélice, había una fuerza y un efecto que se podía medir en su mundo inmediato.
Los investigadores sugieren que una persona de tamaño, estatura y peso medio, posee muchos billones de células en su cuerpo.
Si cada célula, cada antena de sentimiento y emoción dentro de una persona, contiene las mismas propiedades que afectan a su entorno, ¿cuánto se puede amplificar el efecto?
Ahora. bien, ¿qué sucedería si, en lugar de enviar sentimientos cualesquiera a través de las células de una persona, el sentimiento
fuera el resultado de una forma específica de pensamiento y emoción, regulado en forma de oración? (O de una sanación o reconexión? Nota Manuel Frutos)
Multiplica los efectos que puede producir la persona, robustecida por un método específico de oración, por tan sólo una fracción de los aproximadamente seis mil millones de personas sobre el planeta, y empezaremos a sentir el poder inherente en nuestra voluntad colectiva.
Es el poder que terminará con todo el sufrimiento y erradicará
el dolor que ha sido el sello del siglo xx.
La clave es que hemos de trabajar juntos para alcanzar esta meta.
Esto puede llegar a ser el mayor reto del tercer milenio.
Nuestro lenguaje tiene el vocabulario para describir nuestra relación olvidada con las fuerzas del mundo, con la inteligencia del cosmos y entre nosotros.
Con algunos de los instrumentos más sensitivos de nuestro tiempo para medir los campos de energía que ni siquiera conocíamos hace cincuenta años, la ciencia ha confirmado ahora la relación que
los antepasados nos recordaron hace más de dos mil años.
Tenemos acceso directo a las fuerzas de nuestro mundo y hemos cerrado el círculo.
Este es el lenguaje que mueve montañas. Es el mismo lenguaje que nos permite elegir la vida en lugar de los tumores cancerosos, y crear paz en situaciones donde puede que creamos que esta no existe.
Cuando leemos sobre milagros de sanación, ya no nos quedamos con el deseo de que estos mismos milagros puedan ocurrir hoy.
Los milagrosos resultados ya están aquí, sencillamente se nos pide que los escojamos.
(Gregg Braden, "El efecto Isaías")
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