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TOMAR DECISIONES: QUÉ DURO ES NO SABER QUÉ VA A PASAR

En mi opinión, uno de los mayores inconvenientes que tiene la vida, y que a día de hoy me sigue molestando mucho y soy incapaz de comprender su sentido, es el hecho de no saber qué va a pasar ante cualquiera de las miles de decisiones que uno tiene que tomar a lo largo de su vida.

De las más elementales e inocentes parece que uno no se preocupa tanto el resultado, ya que no hay gran riesgo o pérdida en que el resultado sea uno u otro, pero…cuando la decisión que hay que tomar implica que pueden verse muy afectados los sentimientos, o la economía, o el amor, o el futuro, o el resto de la vida… entonces…

Entonces la tensión es máxima. La mente no es capaz de avanzar y se queda estancada en el vacío, en la duda, atenazada por el miedo que no le deja actuar libremente; se queda dudando y dudando y dudando…

Uno cree sopesar los pros y los contras, pero en realidad lo único que hace es dar vueltas a lo mismo, sin avanzar. Y, en muchos casos, no busca la solución adecuada sino justificaciones para dar por buena la que más le interesa a su comodidad.

¡Es tanto lo que uno se juega en algunas decisiones!

La misma tensión que provoca el ser consciente de esa “enorme” responsabilidad es la que opaca la capacidad de ser neutral, objetivo, imparcial, equilibrado, correcto… inteligente.

Uno se ha equivocado ya más de una vez en la vida, y tras ese error ha tenido que soportar sus propias recriminaciones –y tal vez algunos reproches ajenos-, y sabe que como se vuelva a equivocar volverá a pasar por toda la procesión de lamentaciones y quejas cuyo efecto negativo ya conoce, y que tendrá que soportar una retahíla de desaprobaciones y de condenas, y sabe que su autoestima saldrá mal para del auto-juicio, y que los siguientes días serán de un insoportable malhumor.

Lo he escrito mil veces: “HAY QUE DESDRAMATIZAR LA VIDA”.

Hay que quitar padecimiento y virulencia, hay que eliminar las asperezas y abrir los brazos y el corazón para acogerse en los momentos menos agradables. Y más aún en lo malos momentos.

A veces parece que la vida es una guerra contra uno mismo, que uno es su más encarnizado enemigo, el fiscal de la acusación, en Inquisidor sin alma, y esto de vivir se convierte en un campo de batalla y no en un camino plácido.

A veces uno es demasiado auto-exigente, demasiado injusto, innecesariamente riguroso y muy cruel.

A veces el Amor Propio huye de uno mismo ante tanta furia y saña.

A veces uno se queda frente a sí, enfrentado, y no es él mismo, ni su corazón, quien dirige la contienda.

A veces uno mismo se abandona cuando más se necesita.

La vida es un campo de experimentación en el que tenemos que desenvolvernos sin tener ni la preparación necesaria ni el manual de instrucciones. Hay que andar con más voluntad que conocimientos.

No sabemos. Nos enfrentamos a situaciones cuyo resultado desconocemos y, a pesar de ello, de entre las diferentes opciones tenemos que elegir una sola –y desechar todas las demás- y, además, pretendemos acertar siempre, escoger la perfecta, y ser sabios sin serlo. A pesar del riesgo, hay que tomar decisiones y equivocarse es una de las posibilidades y hay que asumirlo sin hacer de ello una tragedia.

La vida es un campo de experimentación. No estamos capacitados. Amor Propio. Ser justos y amables consigo mismos. Aceptar los “errores” como parte de la existencia. “Equivocarse” y darse un abrazo. Desdramatizar la vida. Amarnos.

Suficientes asuntos sobre los que reflexionar.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales

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