¿QUIEN SOY?

¿QUIÉN SOY?

 

Todos nos hemos enfrentado a esa pregunta y también hemos intentado huir de nosotros mismos. Alguna circunstancia dramática, alguna pérdida emocional o incluso material, algún fracaso sentimental o proyecto trunco nos ha conducido a cuestionarnos a nosotros mismos. Entonces hemos tenido que detenernos en esas carreras sin sentido que creíamos que teníamos que ganar. Hicimos todo lo posible para conquistar el éxito y vimos derrumbarse todos nuestros sueños; ni pudimos retener el amor, ni menos triunfar y mucho menos devolverle la vida a un ser querido que partió intempestivamente.

Esa es la vida con sus altibajos, con sus pruebas y sus quebrantos. Nadie está libre de la incertidumbre. Nada es controlable ni predecible, todo es regido por unas leyes universales inequívocas y es de sabios buscar comprenderlas para fluir con flexibilidad y armonía por el río de la vida.

Amanece el día y siempre será un enigma, una nueva oportunidad para aprender los misterios de la existencia, un día más que se nos brinda para cultivar el alma y avanzar en el conocimiento de nosotros mismos. Pero nadie nos enseña cómo descubrirnos, nadie puede dedicarnos todo su tiempo. Cada uno de nosotros se sumerge en sus propias obligaciones y poco tiempo nos damos para ayudar al otro.

Entonces la vida y sus circunstancias nos obligan a realizar cambios importantes y dar prioridad a lo realmente valioso. Muchos tardamos más de la mitad de la vida para darnos cuenta que estábamos caminando en la dirección contraria, embriagados por vanas ilusiones que el ego sembró en nuestras mentes. El mundo y sus ambiciones, nos fueron alejando de nuestra verdadera esencia, nos vendieron sueños de felicidad y nos dijeron que seríamos felices cuando esto o aquello o una lista interminable de metas al final intrascendentes. Y nos hicieron creer que la felicidad es un lugar al que uno llega para entonces disfrutarla, cuando realmente la felicidad es el camino que elegimos, es  una decisión y no tenemos que buscarla fuera sino ir al fondo de nuestra mismidad para entender que nada falta para alcanzarla, que está presente en todo lo que existe y que nadie puede arrebatárnosla.

Nos es más fácil acudir a los demás para preguntarles cómo ir dentro para encontrar la felicidad, para contarles lo mal que nos sentimos por haber desperdiciado el tiempo, por haber maltratado a seres que nosotros mismos elegimos amar, por habernos refugiado en vicios y adicciones como dulces evasiones que nos sumieron en la inconsciencia del ser. Luego  nos damos cuenta que con esas interminables excusas del “no puedo, no me siento capaz ni tengo la habilidad…” hemos vivido largos años adormecidos por otros, sirviéndoles sumisamente sin cuestionamientos, atemorizados y paralizados, complaciéndolos pero inevitablemente perdiendo nuestra identidad y resignándonos a sobrellevar una vida mediocre. Hasta que el alma incapaz de seguir resistiendo su abandono,  llama nuestra atención a través de la enfermedad.  Y el cuerpo se desequilibra porque  a nuestras mentes y almas les es imposible expresarse en toda su grandeza.

 

Cuando buscamos ayuda, tendemos a depositar nuestra confianza en el otro, y de alguna manera queremos trasladarle la responsabilidad de las decisiones que evadimos tomar. Sin duda cuando nos desahogamos nos aliviamos, pero realmente los únicos responsables de lograr el cambio somos nosotros mismos.

En mi trayectoria de consejera, soy consciente que debo escuchar mucho más que aconsejar, pues lo único que estoy permitiendo cuando acuden a mi persona por un consejo es darles tiempo para  se escuchen a sí mismos, y abran sus corazones  y acepten que es  el momento de dar un vuelco en sus vidas.

Cuando desnudamos el alma, nos podemos mirar con naturalidad, sin fingimientos ni vergüenza y aceptarnos tal como somos. Lo más maravilloso que sucede cuando lo hacemos es que nos damos cuenta que podemos amarnos por encima de todos los defectos que observamos y de todos los errores que hayamos cometido. Nos percatamos que vivir es experimentar lo que sentimos, que realmente no somos culpables de nada, que es fundamental  perdonarnos y exponernos a los demás, que sólo cuando abrimos el corazón para amar nos es posible comprender, aceptar y amar a los demás con la misma sencillez y humildad que lo hicimos al descubrirnos hijos de un mismo amor. No somos malos, como tantas veces nos lo repitieron y nos lo llegamos a creer. Hay mucho dolor guardado en la conciencia colectiva, hay muchos desórdenes en el amor que nosotros mismos hemos creado por miedo o por ignorancia. Es imposible culpar a un ciego cuando es incapaz de ver, pues lo mismo sucede con nosotros mismos cuando estamos dormidos y no somos conscientes de quienes somos.

Den prioridad a su evolución espiritual, no hay mejor decisión que darnos tiempo para cultivarnos, para serenarnos y  entrar en nuestro silencio interior y  así ser capaces de escuchar a Dios susurrando la verdad a nuestras almas. Dejen de lado todo, absolutamente todo en manos de Dios, y no se preocupen de nada ni de familia, amigos, ni bienes, ni posesiones, ni qué han de comer ni cómo han de vestir. Dios sabe qué necesitamos y como buen Padre nos da lo que necesitamos en la medida y el tiempo justo. Así como unos buenos padres no le consienten al hijo lo que no le conviene o no está preparado para manejar, lo mismo sucede con Nuestro Padre Celestial que nos retrasa lo que le pedimos hasta que hemos madurado lo suficiente para disfrutarlo y apreciarlo. De qué nos vale un gran regalo que no apreciamos cuando somos inmaduros, y de qué nos vale el éxito si nos terminará perdiendo en la soberbia.

La vida nos da y nos quita, el tiempo es limitado en esta experiencia terrena aprovechémoslo con gratitud y seamos generosos con lo que recibimos. Dejemos de lado expectativas, antes bien  seamos los gestores del cambio, dejemos de echar la culpa a los acontecimientos y las personas. Cuando al fin somos conscientes, que nosotros creamos nuestra propia realidad, nos haremos cargo de nosotros mismos, y seremos el cambio que esperamos.

La paz empieza en nuestros corazones y desde allí podemos irradiarla a lo más próximo y a  lo más lejano. Nuestra paz impacta a todos y todo, el Universo entero vibrará en armonía cada vez que seamos más conscientes que la paz nace en nosotros.

Cuando al fin descubrimos que SOMOS UNO que todo lo que hagamos a nivel personal tiene repercusión colectiva, seremos mucho más cautelosos con nuestros pensamientos, palabras y obras. Seamos nobles, íntegros, veraces, coherentes, amorosos, generosos, tolerantes, comprensivos, compasivos y expandiremos nuestro bienestar a todos. Es imposible dar lo que no poseemos, cultivemos paz, armonía y compasión y eso regresará a nosotros centuplicado. Nuestra prioridad es descubrirnos, todo lo demás puede esperar.

Que el Amor del Padre, la Comunión con el Hijo y el Descenso del Espíritu Santo hagan posible el despertar de toda la humanidad.

 

ASÍ ES Y SERÁ

 

 

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