LOS IDEALES SOBRE OTROS. Por Hugo Betancur

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La felicidad que otros podrían traernos
Por Hugo Betancur
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Considero que los ideales sobre las personas jamás se cumplen en nuestras vidas. Posiblemente esas expectativas sobre cómo deberían comportarse otros seres humanos respecto a nosotros provenga de la mentalidad infantil con sus requisitos de satisfacción y de cuidados especiales gratificantes.
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Nuestros ideales sobre otros seres humanos son un plan que trazamos: ellos deberán tener ciertas características psicológicas y físicas, y deberán estar dispuestos a darnos ese trato particular que esperamos; deberán prodigarnos atenciones que nos produzcan agrado; deberán ceñirse a nuestras  formalidades.
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Si otros no realizan nuestros estrictos ideales, entramos en conflicto, igual que los niños en sus tempranas vidas. Reaccionamos con hostilidad, violencias, animadversión. Los otros deberán doblegarse y reparar con acciones nuestra frustración –lo que significa que deberán negar su voluntad para seguir las órdenes que les damos.
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No es posible que nuestros ideales sobre otras personas puedan ser realizados en una relación duradera: tal vez lo sean como procedimientos temporales de condescendencia para aplacarnos. Sin embargo, persiste la trascendencia del libre albedrío de cada uno que finalmente prevalecerá, aunque se produzcan las rupturas, aunque la contraparte o la pareja sufra desilusiones o decepciones.
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Los ideales rigurosos de todos los seres humanos se convierten en un motivo de confrontación y de pugna que nos lleva a disolver las relaciones y a sentirnos afectados y víctimas de quien no se ajustó a nuestras demandas –si respondemos con la mentalidad infantil egocéntrica e intransigente-, o que nos lleve a desarticular nuestros modelos mentales que asignan a los demás la tarea y los procedimientos que subjetivamente consideramos prioritarios para nuestra felicidad y éxito –si respondemos con la mentalidad adulta interactiva y recíproca de recibir y retribuir y de responsabilizarnos de todas nuestras acciones y relaciones.
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La vida tiene sus propias leyes, su juego de causas y efectos que propicia opciones o que las hace imposibles –si volvemos atrás en la historia humana, podemos darnos cuenta que los personajes más encumbrados y vanidosos no lograron superar esos límites impuestos por la vida en algún momento de sus desenfrenadas biografías y que fueron arrasados por el ímpetu de los acontecimientos, a pesar de su poder y a pesar de sus aparatos intimidatorios.
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Cuando decidimos acogernos a los propósitos de paz y armonía con otros, necesariamente dejamos de juzgar y de exigir. Nos disponemos más bien a comprender la idiosincrasia de los otros y a realizar convenios con ellos. Dejamos de comportarnos como niños caprichosos e irascibles y nos relacionamos como adultos cooperadores y tolerantes.
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Es posible que los ideales sobre las cosas materiales y sobre nuestros papeles sociales sí podamos realizarlos en alguna medida: allí aplicamos nuestra energía de vida y nuestra capacidad de aprender y de superar los escollos y quizá obtengamos la ayuda de otros para alcanzar esos objetivos.
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Respecto a los ideales sobre otros, cada uno llega a  un momento en que recupera su autonomía y su libertad -si las había cedido para conveniencia de alguien. La esclavitud o la subordinación no son eventos eternos; como personajes particulares, como pueblos o culturas llegamos  a un período de nuestras existencias en que decidimos liberarnos de nuestros yugos para experimentar con nuestro libre albedrío y propiciar los cambios pertinentes
 
Hugo Betancur (Colombia)
 
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Epílogo
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No somos víctimas de otros,
ni de las situaciones de la vida que nos toca atravesar.
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Todo lo que experimentamos
en las relaciones con otros seres humanos
tiene un propósito y unas causas previas.
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Actuamos con sabiduría
cuando nos disponemos a la comprensión y compasión
sobre la inevitables y limitadas actitudes,
nuestras y de los otros,
cuando hicimos cada acto de nuestras vidas.
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Todo lo que interpretamos como destructivo o negativo
que ocurrió en nuestro pasado muerto ya
son eventos que no podemos cambiar
-y tampoco a las seres humanos
protagonistas de esas historias tormentosas que compartimos.
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Cuando aceptamos esas circunstancias,
podemos liberarlas y liberarnos de sus efectos abrumadores.
Cuando decidimos conservarlas y hacerles altares
de veneración y valoración por el dolor que les atribuimos
y que seguimos manteniendo vigente,
nos sometemos a un auto-castigo
y dedicamos la energía de nuestro presente
a la autocompasión y al resentimiento,
los frutos de amargura que consumimos y que nos consumen.
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Cada uno de nosotros actúa en cada momento
según nuestra personalidad y nuestras creencias,
que nos llevan a elegir una opción de comportamiento
en nuestras relaciones con los otros y con el entorno
que probablemente en muchas ocasiones
no sea grata para nuestros coparticipantes
y puede convertirse,
para ellos o para nosotros,
en un gran conflicto
y en una gran “des-ilusión”,
representados en enfermedades distintas
que conformamos como reacción,
por la carga de pesadumbre y dolor
con que las interpretamos, las rotulamos y las asumimos,
hasta el instante feliz en que decidimos soltarlas
y acogemos la sanación como solución.
 
Hugo Betancur (Colombia).
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